jueves, diciembre 28, 2006

continuacion de dos puntos

Rondando la brevedad de estos últimos días, el año del perro termina y mi cuerpo expira una honda bocanada de aire para dar paso a este término con tintes de principio léxico y/o filológico y demasiado rebuscado ya, es para hacerle honor a la filología antes mentada o al mentado léxico que, para esta línea, quizá haya decidido marcharse a buscar escritos mejores. Quizá sea lo mejor, así podré escribir este alegato que traigo atorado días atrás, y que reza acerca de las buenas costumbres, como dar punto y aparte y marcharse a hacer otra cosa, o más difícil, dar punto final, y marcharse a hacer otras cosas.
Yo no podría. Espero que esta afirmación este basada en la elección conciente del camino que tomarán mis días futuros y no en la pretensión o el ego finañero. Por si acaso, voy a dejar espacio para la duda, ya veremos que sucede, además de que eso es tema aparte. Antes de perder el estribo o la cuenta, debo mencionar que las líneas que describen el soundtrack de tu vida fue motivo para quedarse, para decidir regresar aún antes de marcharse. Y si bien es cierto que no escucho las notas que salen de tu viola, a lo lejos espero el día que tocando te sientas satisfecha, aunque desde ya presiento que eres de aquellos que no pueden sentirse satisfechos, sin hacer mención de la canción. Cierto, es difícil hacer punto final y marcharse, así que voy poniéndole punto final a esto pues de repente me llegan ganas de escribir acerca de quedarse y eso es imposible, pues en el movimiento perpetuo perpetuamos la especie –sin alusión sexual, en serio- en movimiento perpetuo la vida se encuentra y se recrea a si misma, es menester moverse con ella para no convertirse en plasta, en mueble, en pila de libros estancados. Despidámonos pues, literal y figuradamente, ya llegará el tiempo de nuevos encuentros. Por ahora brindo por la buena costumbre de decir basta, de cerrar la puerta o guardar todos esos papelitos donde no se hace si no hablar del otro. Basta punto y aparte Termino aludiendo términos que no me alcanzan, quizá necesite inventar un nuevo idioma para poder escribir fehacientemente: entiendo. Pero, vaya idea tan complicada, apenas inventarlo tendría que enseñártelo y eso tomará mucho tiempo, y se acaba, se acaba, mierda. Término conveniente y de buena manera, termino esta líneas, Paulina, deseándote lo mejor a esa entrañable desconocida, a usted también lector que se a topado con estas líneas, que tenga éxito, no se preocupe por mañana, que ya mucho tenemos que hacer con el día de hoy…

lunes, noviembre 20, 2006

Silvana

Despierto.
Por alguna razón, parece que cada nueva nota, cada nueva apreciación, comienza con la primera visión del día. Despierto y recuerdo brevemente una película de Subiela mientras la pequeña comienza a dar signos de hambre, son las 5:20 a.m. es hora de desayunar para ella. Me levanto y camino hacia la cocina mientras las líneas de un poema cruzan mi cabeza y me alientan a componer en base a ellas. Desconozco el nombre del autor, sólo sé que lo escuche en una película, pero lo retomo y lo cambio un poco –muy poco- para poder expresar un poco aquello que siento esta mañana que despierto un poco enamorado….

viernes, noviembre 03, 2006

Tierra de venados -segun informes de la puerta del pueblo-

La mayoría de las calles de Matzaco siguen siendo de tierra a pesar de que, en algunos techos, sendas antenas parabólicas aún se sostienen negándose a dejar paso a los dispositivos nuevos, más pequeños, signos de la vanguardia cosmopolita. Estas estructuras, viejas y en franco desuso, nos hablan del carácter de este pueblo ubicado en Atzala, Puebla.
El calor, quizá, ha hecho harto cordial a mucha la gente que allá habita, pues nada más llegar te reciben con un plato de picaditas y una cerveza, o dos, pues la temperatura hace que el efecto del alcohol se retrase un poco. Después del almuerzo salir, ver el campo, caminar por la tierra y hablar un poco con los hombres que trabajan la tierra, conocer acerca de sus perdidas, la gente que les rodea, casi todos ellos hombres que han partido al norte en busca de una mejor oportunidad, otros para fugarse del estilo de vida que acá impera o simplemente irse, irse y hacer otra cosa, irse para volver, partir de nuevo. Así es Matzaco, pueblo de mujeres dejadas por sus maridos que andan allá en el norte con quien sabe quien.
Las puertas de casi todas las casas del pueblo, por estos días, se adornan de amarillo, y huelen a copal, a cera. Las mesas se adornan de papel picado y pan de muerto -…- chocolate, fruta, comidas del lugar como la barbacoa de chivo con tortillas hechas a mano, las ya nombradas picaditas y alcohol, aquello que el muerto degustaba cuando la vida fluía en sus entrañas. Es día uno de noviembre y las calles se llenan de flores, y los panteones, en el pequeño y amontonado cementerio de Matzaco se levantan puestos de garnachas, floristas y otros comerciantes que encuentran en estos días una oportunidad de oro que es el precio de las flores, y los cantos y los rezos. La tarde cae y el calor aumenta, la pequeña parece a gusto aquí, no como en la ciudad, donde a veces hace frío y otras no hay forma de saber. Tomo asiento en una silla a la sombra del patio y Silvana se duerme sobre mi estomago, por una hora tengo conmigo una sensación de embarazo que es lo más cercano a una embarazo de lo que podré estar jamás, y sonrío. Por la noche se sirve pipían con tamales de frijol, se sirve chocolate y/o cerveza y se preparan las flores para partir al cementerio a limpiar las tumbas mientras los niños cantan la calavera: “La calavera tiene hambre..:” empiezan y se siguen en estribillos compuestos por rimas donde aparecen personajes de Roberto Gómez Bolaños, para que, más tarde, el campanero recorra las calles mientras clama cera para las ánimas y pan para el campanero, y las horas parecen no terminarse nunca.
Al amanecer, la mesa espera con tortillas y cecina, y pipían del otro día y tamales, y aún hay cerveza y las campanas doblan por los muertos y anuncian la misa del día dos de noviembre, las calles están vacías, todos parecen estar en el cementerio, cuidándose de los malos aires, limpiando las tumbas para recordarse que siguen vivos y cual es su destino… el de todos nosotros. La tarde cae, las sombras crecen, es hora de partir, tomar el camino de vuelta a la ciudad, a sus noches, a sus calles céntricas llenas de putas, y locos, y perros habitando en la banqueta. Acá las puertas no tienen caminos de flores, ni las casas huelen a copal, acá el culto a los muertos es aprisa, corriendo, acá se respira una gran soledad. Arturo Meza suena en el radio, cosa extraña, y en su canto deja escapar un “¿a dónde iré sin ti…?” que me lleva de vuelta al pequeño Matzaco, con sus pequeñas calles y su pequeño cementerio todo apretado y lleno de flores y gente que se bebe la esperanza a la sombra mientras cuida de las matas de calabaza o frijol o maíz. Tomo una hogaza de pan de muerto -… pan de muerto, nótese lo que comer un pan de muerto implica- y preparo café, y me siento frente a la máquina y me dispongo a escribir, garabatear, dar rumbo a estas horas, a los próximos días. Preparo las páginas que den forma a las pretensiones cinematográficas –al fin- y doy un vistazo a los videos pasados, casi muertos, pretendo traerlos no para revivirlos, si no para no olvidarlos, para recordar aquello que me han enseñado de este lapso de tiempo –a veces muerto- y por un momento, un breve y luminoso momento, creo comprender, se rinde tributo a la muerte como una forma de rendir tributo a aquellos que alguna vez, nos hicieron felices…

viernes, octubre 27, 2006

Ahínco

El ansia, el deseo, la espera, la agonía, el hambre, la sed, la voz del agua, la sensación de no poder más y la completa imposibilidad de detenerse, la salida, el sentido de la puerta, la percepción puntualizada, la potencia en vilo, el umbral, la luz, claridad que muestra el rumbo, el horizonte, y la nueva vía, más seria, menos rebuscada quizá, pero también mía, aquí, y en virtual espera a despertar o avivar el ansia, el deseo, la espera, la agonía, el hambre, la sed, la voz del agua, la sensación de no poder más y la completa imposibilidad de detenerse…

viernes, octubre 13, 2006

Desempolvarse o convertirse en mueble

O lo que es lo mismo, salir de una vez por todas o quedarse a morir de la aburrición…

Y ya tomada la decisión
seguirle con el paso o por lo menos seguir el paso
de todos esos
conceptos
y nuevas ideas que en el taller circulan.
Pues sucede que, enrolado en un taller de streaming media, comienzan las practicas con sus respectivas transmiciones en tiempo real y ambigüo y a veces autoreflexivo, otras no tanto, pero a sido bien interesante estar acá, teorizando acerca de los social network sites y todas esas cosas. Ahora la invitación, para quienes tengan algo de tiempo, visiten el sitio www.teatrevirtual.net, en donde encontraran el link para ver, en tiempo real, las transmiciones a manera de práctica y las subsecuentes producciones un poco más en serio que de este taller surjan. Las transmiciones serán los días viernes 13 –órale, cuanta superstición y fetiche- alrededosr de las cinco p.m. y los próximos miercoles 18 y jueves 19 de el mes en curso, más o menos a la misma hora…
Por otro lado, a manera de practica, se esta generando un blog con motivo de las pretenciones cinematográficas de un par de mequetrefes, desarrollado –a veces- a manera de revista amateur, el contenido de tal blog es completamente inestable, pero esperamos aguantar el paso a este proyecto…
Y al que sigue…

Y al que sigue…

jueves, octubre 05, 2006

Mañanas de leche deshidratada.

El presente me oprime la tripa
tengo sueño
el oficio me recrimina el descuido
mientras un necio
intenta venderme una hamaca
no la necesito
así como no necesito
mis pantalones de vestir
ni el mal prestigio
así como no necesito
un trabajo de oficina
ni los valores de televisión abierta
ni los insecticidas
necesito salir
mover las piernas
respirar
ahondar en el abandono
palpar la incertidumbre
mirarme en espejos rotos
y descubrirme multiplicado a la caótica potencia
necesito salir
beber
toparme con la noche
y la armoniosa soberanía
del amanecer industrializado
necesito salir
volver con algo para comer
y comer contigo
comer junto a ti
y más tarde alimentar a la pequeña
y deshacerme de sus pañales sucios
y dormir junto a ella
y que algo de su calma infante
me contagie.

Para que despertar
sea un poco menos atropellado
y la búsqueda
menos difícil
a tientas hallar el camino
y la concentración
voces
sensación de movimiento
esta calma adulta es encharcamiento
deseo ahogado
aplazamiento
ritmo lento
como entrar en trance
cuando apenas sales del sopor
del sueño.
Despierto y me encuentro
desnudo y un poco más viejo
sucio
los pantalones rotos
bebiendo leche deshidratada
urdiendo formulas para el ánima
mientras la forma y contraforma de todas las cosas
se me mete entre las cejas
para hablarme un poco de ellas
mientras las palabras se esfuerzan por salir
de ese atolladero diluido en café
y agolpado en los parpados
que pesan
como maldito sentimiento de culpa.
Afuera se evaporan las ilusiones del fin de semana
mientras la máquina rechina
la inmovilidad del eje domingo,
es hora de partir
salir al desencuentro y de reversa
y en el camino encontrarse
con todas aquellas mujeres
que me hacen pensar en la clase de mujer que serás tu.
Pero bien pronto tengo que olvidarme de ello
pues un motor maniaco pasa
y nos gruñe el espacio
o un olor a pedo inunda el vagón en el que viajo
y no hay más que fumárselo.
Adiós ideas, ojala pueda volver a concentrarme pronto
para que nos se pierdan
en la bruma de los días pasados.

viernes, septiembre 22, 2006

El inevitable dejo nostalgico/empático hacia algunas cosas



que nos dejaron algo de ellas para ser nosotros en estos tiempos, como las quemaduras infantiles o los recuerdos de la casa de los padres. Sucede que la nostalgia se presenta como el último paso antes de cerrar la puerta por última vez, y cuando te alejas y aceptas que no quieres irte ya es tarde, ya pasaron esos tiempos y es hora de abrirse a lo nuevo, a lo que esta por venir, lo sé, más me detengo un poco y traigo de vuelta el primer día que puse pie en el departamento de Arturo Valmont, una tarde ociosa y sin más por hacer que entregarse a las eternas discusiones postadolescentes entre compañeros de clase y cerveza. Tarde que fuimos a parar en aquel edificio de aquella unidad cómodamente a una calle de la escuela. El lugar estaba sucio, como suele ser en departamento de solteros y estudiantes para redondear la situación. Pero nos daba cierta sensación de seguridad, aquel segundo piso donde fraguábamos planes, planteábamos ideas y gastábamos algunas tardes libres en ocasiones con sus noches, todos hechos bola dormidos sobre cartones y cubriéndonos con los pocos y polvorientos cobertores que había en el lugar, y Valmont como el anfitrión, aquel que siempre salía a abrir la puerta y ofrecerte su espacio sin esperar nada, de verdad nada, a cambio. Tiempo después y por cuestiones curriculares académicos, empezamos a trabajar en la producción de audiovisuales, lo que nos llevo al esperado taller de televisión cuyo trabajo final era la producción de un spot comercial, un video clip, o un corto en video, opciones de las cuales escogimos la última debido a nuestros particulares intereses que nos hicieron voltear nuestras miradas a una historieta de Ricardo Peláez, llamada “Amapola lindísima Amapola”, que narra una posibilidad del mito urbano que cuenta como una mujer mata a su esposo y lo hace tamales… una delicia, pues. El trabajo de adaptación fue relativamente sencillo, encontrar a quien llevara los roles fue un poco más complicado, pero aún quedaban cosas por resolver referentes al tiempo de realización, y al espacio de producción. Quedaban dos semanas para desarrollar aquel proyecto y el horario del estudio de televisión de la escuela estaba lleno por la cantidad de trabajos a presentar en ambos turnos, así que decidimos salir a locación, necesitábamos un lugar que nos diera la ambientación adecuada y que nos permitiera, por sobre todas las cosas, que pudiéramos manipular el espacio sin incomodar a nadie y que pudiéramos quedarnos el tiempo que necesitáramos, y allá vamos, a hablar con el Valmont, y que dice que si, y pues a limpiar el desmadre que era su departamento, y a trabajar en los detalles que necesitábamos. El corto fue un éxito mediano, nos gano la confianza de Federico Chao –profesor de televisión- y nos encaminó a aquello que haríamos después, lo que no sabíamos era que tomaríamos como base y/o refugio aquel lugar para futuras producciones o resguardo.



Y hubo sexo, drogas, y rock.

Y hubo sexo, mentiras y video.

Y hubo video, mucho video.



Pero sobre todas esas cosas, fue nuestro hogar.

Ahora, que da a poco vamos sacando nuestras cosas, cantidad de memorias me vuelven a la cabeza y quisiera ponerlas todas acá, pero el tiempo no me alcanzaría, por lo solo voy a escribir acerca del ineludible dejo de nostalgia que aquel departamento, Valmont´s factory, cuartel imperdonable, provoca en mi y en aquellos que ahí compartimos nuestro tiempo. Hasta siempre, hogar, fue realmente maravilloso…



miércoles, septiembre 20, 2006

Horas de insomnio hambriento

La noche termina, dejos de luz signa un nuevo día que en cualquier momento terminará. Nunca antes me había parecido que las horas transcurrieran tan de prisa, como si de repente el tiempo cobrara conciencia de si y se lanzara al alcance de todo aquello que en su antigua marcha a perdido de vista.
Y corre como para alcanzarlo.

Y que carrera tan inútil.

En este esfuerzo por poner de manifiesto este sentir en las palabras, me descubro descalzo en mitad de la madrugada, con un ojo en el teclado y otro en el sueño de Silvana, luchando por espacio en la virtual hoja de papel en donde circunscribo este ahínco, este malestar, este insomnio hambriento. Hecho a andar la cafetera en busca de calor, con ella, la ciudad hecha a andar su propia maquinaria preparándose para despachar las horas por venir, productividad en ignición, alma en cuesta, charco de materia de sueño donde se reflejan mil personas y detrás de ellos cientos más en boga y marcha a corazón partido y manos callosas. Contexto sin halagos, promesa de dificultades que circula a manera de noticia y clima político calmando sus aires, ventilando la idiosincrasia, la educación; la materia de sueños en la que miles han sido criados, esos deseos de un poco más en el que este país se sume, se place entre sus olas. Ahí estoy, náufrago de sustento, sobreviviendo la patria y el relámpago, aferrado a un tronco/anhelo que me mantiene a flote a duras penas, aceptando que, quizá, ya no es hora de fraguar sueños si no de trabajar las realidades.
Y la realidad, ¿cómo se presenta? Como un enorme abanico, como una gama de colores cuyo valor tonal es música tremenda y la búsqueda del interprete, como una felación callejera, el abrazo nocturno, la palabra al fin afuera y es un grito, la presencia de vida como sed apagada, satisfecha y gestándose de nuevo a si misma, como la flor, la espina desértica que guarda dentro de si la promesa de la continuidad. Todo eso esta aquí mismo, en la historia que guarda cada objeto, cada persona. Todo eso me alienta y no, me llama y no; me lanza a una nueva búsqueda, a un nuevo proyecto, un encuadre distinto alimento de estas pretensiones cinematográficas; o me aparta, me deja fuera de posibilidades reales de realización, y en mi lugar, con mi reciente familia, sin empleo, con cámara en mano y de nuevo ante el amanecer.
Amanece, Silvana desierta, mi tripa también, voy por un café y un biberón. Bebo a sorbos mientras la pequeña desayuna mirando fascinada los efectos visuales que el reproductor de música de la computadora despliega al compás de la melodía en turno. La primera hora de la mañana pesa en los parpados que se debaten entre la retirada o la resistencia, entre el concurso de animación o el aviso oportuno, entre aguantar o retirarse un poco, salirse un poco de esta vida tan incierta y tener dinero para pagar a tiempo la renta, o continuar, hacer de tripas corazón y oídos sordos a este canto de sirenas, y seguir, poner imágenes en secuencia, sonidos a los colores y vida a lo en pantalla acontece, estoy decidiendo.
Decido mientras me veo a mi mismo, Interior/ día/ departamento temporal. Zoom out de plano medio del protagonista quien se encuentra sentado frente a un escritorio, escribe en el computador mientras la mañana avanza a tientas. Voz en off: “Quiero decir que estoy considerando un breve retiro, una ausencia, un fármaco que apague momentáneamente este anhelo, esta voz que pide más y de nuevo. Quiero decir que hoy dejo un poco de mi en esta pausa deseando no perderme en el camino, en el paréntesis. Anuncio la publicación de las pretensiones cinematográficas para dejar signos reconocibles a mi regreso, y un reflejo, una voz que hable por nosotros y estos días como memoria/materia de futuras ocasiones…”
Cuando termina de escribir, el protagonista selecciona todo lo escrito, y lo borra, y se arrepiente y lo trae de vuelta, y lo vuelve a borrar. Mientras él decide que hacer con estas palabras, la pantalla se oscurece, el panorama se oscurece, y un ligero olor a leche cortada circula en el cuarto. Silvana exige un cambio de pañal, allá voy, aún decidiendo, pero sintiéndome bien a pesar del cansancio y el desvelo. A sido grato escribir sobre esto.

No sé –aún- que hacer, pero eso no me preocupa.

Creo que de la decisión saldrá el tema del próximo video…


martes, septiembre 19, 2006

horas de desempleo

Tenia mil cosas dando vueltas en la cabeza mientras sumaba los minutos que la pequeña lloraba hasta que llego un momento en que yo mismo sentí deseos de llorar. En el techo se escuchan pisadas de la vecina que pasea su neurosis por todo su departamento mientras la ventana traduce el barullo que arman algunos infantes que gastan los primeros minutos de esta oscuridad en quemar cohetes sin afán chovinista y gastar las burlas a sus compañeros de juego mientras las palabras se ahogan en recuerdos aferrados a días pasados e instantes menores en donde la percepción de la vida estaba enfocada en el sabor del lúpulo y las calles vacías y los entonces horribles asientos de la biblioteca de la universidad autónoma metropolitana. La niña sigue llorando, me recuesto junto a ella mientras los menesteres revolotean en la cabecera y se vuelven puntos de más en el manchado techo de esta habitación perteneciente a otro conjunto de edificios que, aunque cercano a aquel sitio que nos trajera mejores y despreocupados días, es completamente distinto comenzando por el aire que acá circula pesado, y apenas entra por los pulmones. Boqueo, el calentador ruge llamas para poner a hervir agua para un largo baño mientras una especie de aritmética pone en la mesa datos, pensamientos, preocupaciones, cosa por decir y hacer y que todas juntas son catástrofe de minutos siguientes pues llego a un lugar en el que pienso: si tomáramos en consideración todas aquellas veces que hemos querido dejarlo todo para retirarnos, para rendirnos, entonces podríamos enumerarlas y al escribirlas llenaríamos libretas con la palabra lo mismo, compondríamos un oleaje monótono que irriga una playa abúlica; resultado de tener podridos los oídos de tanto escuchar opiniones asquerosas, o anticuadas, o vacías. El humor se diluye en las venas de esta ciudad cancerosa y neurótica, la medida de todos los días esta perdida entre millones de datos casi inútiles, buenas maneras y malas costumbres.
Estas y otras cosas son el impulso que me ayuda a dejar la cama todos los días, pero últimamente me cuesta más trabajo…

viernes, septiembre 08, 2006

Análogo…

Como Nanni Moretti, así sucedió…
Hace ya algunos años, el actor, director, productor y guionista italiano Nanni Moretti, protagoniza “Abril” película en la que se interpreta a si mismo en los días del nacimiento de su hijo, coincidentemente, por ese entonces también sucede la victoria electoral del magnate de la televisión italiana, Romano Prodi…
en estos días, en estos lares nace Silvana y coincidentemente, la ultraderecha toma posesión del poder en México –imposición o no, es tema de otro posible post- lo cuál trae consigo un movimiento de resistencia civil liderado por Andrés Manuel López Obrador.
A donde voy con esto: Durante las noches de guardia en el hospital, tuve suficiente tiempo para pensar en el panorama político del país, y que ganas de tomar la cámara y lanzarse al apestoso zócalo de la ciudad para tomar imágenes de los hechos, documentar el transcurso de esos días, realizar un documental en donde acercar el pequeño universo de la cotidianidad de quien esto escribe con el mega desmadre que todos aquellos han armado, ir de un breve particular a un momento idiosincrásico y típico de lo que históricamente se ha llamado “política mexicana”. Y recrear el viaje en la ambulancia mientras tratábamos de salir del atolladero que era la insurgentes aquella mañana del 31 de junio de 2006; y regresar a reforma a los campamentos del Peje, y regresar a las noches de guardia en el hospital mientras los magistrados deciden acerca de las impugnaciones de la pasada jornada electoral; y quiero hacer un documental de todo esto cuando me encuentro con esta película, Abril, de Nanni Moretti, y me pienso las cosas dos veces, y una vez más antes de seguir con este proyecto.
Mientras tanto, mientras este documental termina de cuajar o no, estoy al pendiente de las noticias que muestran un casi obvio curso de las cosas, donde fecal queda como presidente y al tal peje no le queda más que recurrir a la gastada estrategia de presión que son las marchas y los bloqueos, y nomás desune al de por si desunido mexicano y sume a unas fracciones de la ciudad en cantidad de dudas, dimes y diretes que en el peor –peor por no escribir obvio- de los casos terminará como una anécdota, como una rabieta, con un “ya se sabe desde hace un chorro que esto pasaría así…”
y las consecuencias que tornan este post como pretensiosamente político, cuando solo quería recomendar Abril, de Nanni Moretti.




Es que me paso igual…

miércoles, agosto 30, 2006

Letras de bienvenida



Estuvimos 16 días en el Hospital Pediátrico de la Villa. De aquellos días me llevo imágenes de los peregrinos que viajan cientos de kilómetros para rendir tributo a su fe en el templo que enorme se erige a espaldas de este cerro del Tepeyac. Me llevo noches de frío envueltas en llantos infantiles, calles negras, peligrosas y llenas de suciedad mercantil y olor a orines de ebrio paseando la mona. Me llevo la camaradería de aquellos guardias que velaron circunstancialmente conmigo y los otros padres que esperábamos por el bien de nuestros hijos, me llevo todo eso, junto con los largos minutos que sucedieron a la salida de la pequeña, y allá viene ya, envuelta en un cobertor amarillo y el esplendor de la alegría de su madre.
Me llevo a mi hija, aún hay que guardar reposo, pero ahora ya estamos juntos de nuevo, sin casa, pues la casera del departamento donde habíamos vivido los últimos ocho meses no nos permitió quedarnos como familia, pero ese es el menor de nuestros problemas. Confío en que un nuevo código postal nos alberge el tiempo suficiente para conocernos.

Silvana.

Naciste un 30 de julio, en domingo, muy temprano. Mi alma pendió de un hilo durante varios días, pero ahora que estas con nosotros puedo verte largo tiempo y decir: “La vida se hizo presente, y tiene mis ojos…” Y mi tiempo, pequeña, es tuyo, este nuevo miedo es empuje y nuevos motivos para continuar, de verdad continuar, y detenerse siempre que sea necesario, como aquellos días de agosto, en que fue necesario esperarte un poco más para poder hablarte sin intermedio de un cubre bocas y ambiente aséptico. Esperarte Silvana, por días, semanas, años, con todas sus noches.

martes, agosto 29, 2006

Letras de nuevo comienzo

La tarde que Cyn salió del hospital no pudo ver a Silvana por que los doctores no son nada flexibles en los horarios de visita, solo me han llamado a mi para sostener a la pequeña en la sala de rayos X, pues necesitan placas para observar su evolución, La pequeña a perdido peso, se le nota delgada, no llora cuando la sostengo de la forma que el médico necesita –levantándola por las axilas, sosteniéndole la cabeza con los dedos y la placa con los antebrazos- para hacer el estudio, me preocupo, sin embargo, los doctores se muestran muy optimistas con el estado de la bebe. La mantienen en observación, bajo tratamiento, en ayuno y alimentada vía intravenosa en la cama 40.
La tarde que Cyn por fin pudo entrar a ver a Silvana, lo hizo guiada por otra madre recién dada de alta que también estaba ahí para ver a su hijo, pequeño de siete meses y en incubadora. Ahí, en la sala de espera, veo a mi esposa alejándose acompañada por aquella otra mujer, muy jóvenes ambas, caminando lento debido a la operación demasiado reciente. Allá van ellas dos y mi corazón partiéndose por las noches de espera, pues la guardia en un hospital siempre es dura, más aún cuando se esta en un hospital infantil, vez mucho, niños con la mano o la pierna rota debido a sus travesuras o el descuido de los padres, niños enfermos de gravedad, otros casos que son solo sustos, algunas veces también se ven morir a los pequeños. No quieres enterarte de esto, pero no puedes irte, no sabes en que momento te llamaran por motivos de tu hija, así que no te vas a pesar de ves entrar y salir a fragmentos de familias preocupados por la salud de sus niños, los miras desde el fondo de la sala de espera, donde hace menos frío, o eso piensas, y te quedas afuera, esperando sin esperar, y de repente la puerta del consultorio se abre, y es el rostro grave de la madre que se prepara para quedarse a velar a su hijo, y es el rostro grave del padre que sabe debe guardar calma, es el llanto de la madre, apenas de pie, sosteniéndose en el umbral y llorando lo inevitable mientras el padre no puede creer que aquello este pasando, que pasó. Por todos ellos, por mi esposa que da vuelta en la esquina y se pierde en la laberíntica estructura del hospital, por Silvana, por esta incertidumbre envuelta en horas sin reportes, espero. Regreso al asiento –siempre te piden que tomes asiento- y guardo silencio mientras me pongo a vigilar el reloj y su marcha.
Cuando Cyn regreso, ya se había decidido Silvana entraría al quirófano al día siguiente, aún no sabían a que hora, pero ya era un hecho. Intervendrán a la pequeña por que no hay otra forma de ayudarle que la corrección por cirugía. A la mañana siguiente ni siquiera me dejan llegar a la sala de neonatos, pues la bebe esta en quirófano, solo entrego los pañales de aquel día y regreso a la sala de espera, pero me detengo, pienso en las promesas de los abuelos, pienso en mi particular falta de fe, y me siento imposibilitado para pedir. Los ojos se me nublan, aspiro un poco de aire, me siento en la silla mas cercana, y la entrego, entrego a mi hija a aquello que llaman destino, dios, padre, hermano, alma encallada, aciaga espera; que suceda entonces, confió en la fuerza de aquella que como mujer es más fuerte que yo, hombre, apenas hombre y muy cansado… ahora debo irme, regreso a la sala de espera a acompañar a mi mujer, a aquellos que nos acompañan hoy, a gastar estas horas en espera del cirujano y sus noticias.

Tras horas después nos mandan llamar, los médicos se ven tranquilos, eso me tranquiliza, nos dan algunos detalles de la cirugía y en resumen la nena esta bien, esta muy bien, recuperándose, pasarán varios días más antes de que pueda comer por si misma, pero ya solo falta eso, ya solo falta esa espera. No nos dejan ver a la pequeña, pues la hora de visitas terminó hace mucho, será mañana, mañana, mañana.

Mañana comienzarán los últimos días de esta larga espera…

lunes, agosto 28, 2006

Letras de sala de espera

Otro día, nueva luz ilumina esta espera, muy temprano me mandan llamar, es otra trabajadora social, mucho muy distinta a la que me atendiera la primera vez. De inmediato me pone al tanto de la situación, me pide que no me vaya muy lejos, que necesito quedarme pues en cuanto encuentre lugar en alguno de los hospitales infantiles de la red con la que están conectados, me ofrecerán el lugar y si no estoy en ese momento regreso a la fila de espera. Acepto y regreso a mi asiento, el televisor sigue encendido, las noticias de nuevo: esta mañana también hay que preocuparse por los simpatizantes de la Coalición por el bien de todos, pues ejercen su derecho de protesta bloqueando calles y tomando el Zócalo como base. Mierda, la ciudad es un caos. Me llaman de nuevo, es el traslado, los doctores llevan a cabo los procedimientos mientras yo espero, un chofer comienza a hacer maniobras con la ambulancia, nunca he estado en una, me pongo un poco nervioso, más cuando traen una incubadora, una doctora muy joven da instrucciones al camillero que trae a mi hija. Me acerco, trato de ver dentro de la incubadora, pero esta cubierta con un cobertor para que la luz no lastime los ojos de la pequeña, no puedo verla. Cuando la suben en la ambulancia me indican que suba con ellos, la doctora nos acompaña, también viene con nosotros la trabajadora social. El Chofer pregunta si debe prender la sirena, pues hay demasiado tráfico, la doctora asiente y trata de ponerme al tanto obligándome a repetirle los informes que hasta entonces me habían dado. Trato de ver a mi hija, de escuchar a la pediatra, de ver el camino. No puedo ver a la bebe porque sigue cubierta por el cobertor, además de que la doctora hace demasiadas preguntas, el camino esta lleno, el tráfico es terrible, nuestro destino es el hospital pediátrico de La Villa.
Llegamos, hicimos el doble de tiempo del que normalmente se hace en auto. Las sirenas ahogan su llanto y bajan la incubadora que transporta a mi bebe. Me hacen acompañarlos hasta la sala de neonatos, me dan el resumen clínico y me piden que le saque dos fotocopias… Salgo corriendo a buscar una fotocopiadora por esos lares, la encuentro después de cruzar el mercado de la villa, lugar sucio donde se venden artilugios religiosos, dulces y comida para los peregrinos. Regreso al hospital, me presentan al doctor Caramillo, hombre viejo y moreno, sin una cana asomando en su cabello, vistiendo camisas de colore brillantes y de un eterno muy buen humor, me habla acerca de la condición de mi pequeña, lo hace de manera optimista, me presenta a los cirujanos que intervendrán a la pequeña, y me despide, me pide que me valla a casa, que descanse porque: “toda persona que se queda a esperar sobrevive a base de gansitos y refrescos, con eso, cualquiera esta que se lo lleva la fregada” Así que me mandan a hablar con el resto de los trabajadores del hospital para realizar los tramites necesarios para el ingreso, y me advierten: “Va a estar aquí varios días, la visita es a las doce, ahí puede usted hablar con el doctor, él le dará el reporte diario de la evolución de su bebe. Necesitamos ocho pañales diarios.” Y voy a por los pañales, y regreso, y me dejan en la sala de espera a eso de la una treinta p.m. Tomo asiento un momento, solo para descansar un poco, respiro y tomo dirección de regreso al hospital de la mujer, donde esta mi esposa, para verla, para informarle acerca de nuestra hija. Ella se encontraba en un segundo piso, en una cama cercana a la puerta de la sala que guardaba a un pequeño grupo de madres. En cuanto me vio me estiro los brazos con urgencia, corrí a abrazarla, la bese, ella lloraba en silencio, Le explique que todo estaba bien, que la pequeña estaba ya en el hospital, que allá estaba bajo vigilancia médica. Ella me contó que nadie le decía nada, que no sabía nada de su bebe, que no pudo verla bien en cuanto nació, pues estaba drogada y la pinche enfermera solo le puso los pies en la cara. Se calmo un poco, me pidió que le ayudará a levantarse. “Si camino sano más pronto.” Y me llevo a la puerta, y me despidió casi de inmediato. “Ve con ella,” Fui de regreso al hospital infantil. Y de nuevo llego la noche, y de nuevo me encontré en la sala de espera, una muy distinta, con unas sillas donde es imposible quedarse más de una hora sentado. La madre de Cynthia llego, me ofreció hacer esa guardia, y le tomé la palabra, regresé a casa, y me fue imposible dormir; tomé algo de ropa sucia y la lavé, prendí el televisor y me encontré con la noticia de los campamentos de resistencia civil de López Obrador, pero no entendí mucho, me fui a la cama a esperar el otro día.
Temprano fui al hospital. Al mediodía pase a la visita, en la sala de neonatos, donde me hicieron lavarme las manos para ponerme cubre bocas y gorro y bata, para lavarme las manos de nuevo, y entrar. Mi pequeña estaba aún en incubadora, tenía una sonda en la boca por donde estaban drenándole liquido biliar, la alimentan por sonda. Ella esta despierta, tranquila, es la primera vez que la veo realmente. Ella es blanca, tiene mucho cabello, la nariz de la mamá, y unos ojos enormes.

-Hola bebe.
¿Cómo estas?
¿Te duele?
Tu mamá aún esta en el hospital, pero hoy la van a dar de alta, le pedí a tu abuelo, a mi padre, que la recibiera, ellos la acompañan ahora. ¿Me escuchas? Ahora todo va a estar mejor, el doctor me dijo que habías sufrido, pero ya estas acá, y yo contigo, bebe, no estés triste, no me dejan estar acá, contigo, pero voy a estar afuera, en la sala de espera, hasta que te dejen salir…

-¿Sabes? Tus abuelos me preguntaron si había pensado en bautizarte antes de que entraras al quirófano, y la verdad es que no sé, no sé. No soy un hombre de fervientes creencias religiosas, pero la fe de aquellos hombres y mujeres esta puesta en ti…

Así que me acerque un poco más a la incubadora, y con una señal de mis manos bauticé a la pequeña en el nombre del padre, del hijo, y del espíritu santo…

Le puse por nombre Silvana…

viernes, agosto 25, 2006

Letras de entrada de urgencias

-Oye…
-Si.
-Prende la luz.
-¿Ya?
-Creo que me hice pipi.
-No manches
-No sé, prende la luz.
-No, no es pipi
-Vámonos.
-¿Cómo te sientes?
-Bien, nerviosa.
-Yo también, nos damos un baño rápido y nos vamos.
-Voy a llamar a mi mamá.
-… ¿Qué paso?
-Ya viene para acá.
-Ok.
-No se te olvida nada.
-No, bueno, no sé.
-Teléfono, contesta.
-Es tu mamá, ya está abajo.
-Vamonos pues.

Partimos, eran las seis de la mañana. No sabíamos a donde ir, así que llamamos aquella amiga enfermera para que nos aconsejara, nos recomendó ir al hospital de la mujer, por la cercanía. Tomamos rumbo, las contracciones iban en aumento. Cuando llegamos Cynthia apenas podía caminar, entramos por urgencias, con los resultados del último ultrasonido por delante, la doctora qué nos atendió los tomo y me pidió que saliera, que estuviera al pendiente pues en cualquier momento me llamaban en recepción para pedirme datos, datos. Para entonces ya había olvidado mi dirección, mi edad; la mujer que tecleaba estaba frente a la máquina de escribir hablaba enérgica para traerme de vuelta, a duras penas pude responder sus preguntas, me pidió que fuera a tomar asiento, y allá voy, a gastar la maldita espera.

Hago algunas llamadas, regreso a la sala de espera.

Me llaman alrededor de las diez a.m. Es el reporte del estado del bebe y de la madre:

-¿Le dices tu o le digo yo?
-Tu mera.
Fue una niña midió 50 CMS. Pesó tres Kilos, se le reporta grave…

Grave.

¿Y la mamá?
¿Puedo verla?
¿Puedo ver a mi hija?
Grave no me sirve, necesito saber que tiene…
¿Por qué me pide que guarde calma?
¿por qué cree que puedo regresar al asiento así nomás?
¿Puedo ver a mi hija?
¿Puedo verla?

No, no puedo. Contraindicación de la doctora que la atiende…

El resto del día es un desastre, regreso a hacer llamadas por teléfono, quiero que alguien más nos acompañe, quiero hablar con alguien. Tengo miedo. Comienzan a llegar amigos, conocidos, familiares. No puedo atenderlos. Me preguntan por la bebe, pero no sé más que ellos. Cuando me vuelven a llamar me informan que la bebe necesita un traslado, pues no pueden atenderla ahí. Me llevan con la doctora, no me saca de dudas, me repite lo que ya sé, solo que ahora ella pronostica una posible atresia intestinal, pero no esta segura. En Trabajo Social aseguran que Cynthia dijo que tenía seguro social, que el traslado les corresponde a ellos, a los del IMSS. Yo les digo que no, que de tener seguro no estaríamos ahí; con todo me mandan a buscar el carnet de derechohabiente de Cyn, y allá voy, a la clínica que le corresponde, que esta en el estado de México por que supuestamente esta registrada con la dirección correspondiente a casa de su madre. Allá me dicen que no, que ella no esta dada de alta en el IMSS, que si quiero que atiendan a mi hija ahí que voy a tener que darla de alta, pero yo no tengo seguro social, por lo que me dan opción a comprarle un seguro facultativo y mil tramites más que solo me hacen más difícil el panorama. Después de mil requisitos decido que no, que ellos no pueden ayudarme debido a su imposibilidad de atender a tanta gente que necesita el servicio. Regreso al hospital a hablar de nuevo con la trabajadora social, a comentarle mi problema, ella no parece muy dispuesta a ayudar, así que lo deja pendiente para el próximo turno. Son las seis de la tarde, y por lo visto no puedo hacer más que regresar a la maldita espera.
Salgo a encontrarme con mi familia, con mi gente, ya me cuesta trabajo guardar calma y compostura, aprieto la quijada, camino aprisa y no pienso, sólo reacciono a las actuales circunstancias. Hablo un poco con mi gente, les digo que ahora es cuestión de esperar a que ellos, en el hospital de la mujer se encarguen del traslado, lo difícil, según me explican, es encontrar lugar, mañana, a partir de temprano, comenzarán a buscar en la red de hospitales pediátricos con los que están conectados… Así que me quedo, solo pues no puede permanecer más que un familiar en la sala de espera. Tomo asiento y veo el televisor sintonizado en las noticias, me entero que simpatizantes de la Coalición por el bien de todos han decidido hacer un campamento/plantón en el Zócalo e Insurgentes en protesta por los resultados electorales, grandes noticias. Mi particularidad no me permite ir más allá, pensar más allá de las puertas que llevan al interior del complejo hospitalario, en donde mi pareja y mi hija se encuentran separadas, sin que me dejen verlas para llevar noticias una a la otra. Los siguientes reportes no dicen más: la pequeña esta grave, la madre en recuperación. Tomo asiento cerca de una columna, recargo mi cabeza allí y trato de guardar paciencia de roca milenaria.
Pienso en mi hija.
Y la calma cede a un breve y silencioso llanto que traigo atorado desde hace varias horas…

viernes, julio 21, 2006

Tiempo vertido en hojas sueltas...

No tengo nada que enseñar.
¿Cómo entonces es que voy a ser padre?
...

lunes, julio 03, 2006

Nadie respondió.
No esperabas realmente que alguien levantara la bocina al primer timbrazo; o que te abrieran la puerta; o te encontraran con la mirada; o que llamaran a la puerta tan solo para ver como estas, para saber de ti, para desearte suerte, para sonreírte, para que tu sonrías un poco; para que al salir tengas buen sabor de boca; para que te mantengas mentalmente sano; para que continúes dando tumbos; para que al darte cuenta de que ya es el décimo timbrazo, necio; que hace veinte minutos y diez veces que tocaste a la puerta; que en ese paraje estas solo; que la puerta, cuando suena, no siempre significa que hay alguien del otro lado; que las sonrisas de dentífrico no sirven; que la tuya no te sale por correspondencia; que al salir no vas a saber que hacer con tu vida... desde el principio; principio en el que el verbo se gasta y la charlatanería se levanta y los grandes discursos discurren y quedan grabados en piedra y mármol y paginas viejas, mohosas, torcidas como curva de carretera en el estado y sus cruces en el asfalto que se ven ridiculizadas por mensajes de mayor colorido y tamaño y hegemonía y tendencia y pretensión y alcance, aunque ceñido a ciertas normas que a su vez están limitadas a cierto tiempo y espacio que una vez consumido trae cambios de habito y materia de sustancia dietética que embiste y no falla. Cornado te uniformas; cornado circulas a través de ciertas arterias que antes eran y ahora siguen; distintos nombres, distintos aires, y una considerable explosión demográfica que hace lenta la transición y el transporte. Tu destino no esta en la iglesia, sin embargo, piensas seriamente en buscar una por que ya es tarde y la puerta jamás se abrió; esto, por que de alguna manera consideras que es necesario dormir esta noche a pesar que de antemano sabes que te la vas a pasar viendo al techo y pensando intranscendencias mientras la mañana se asoma y saluda a los cansados ojos que se dignan a mirarla de camino diario y va de nuez; pero esta vez la regla falla y las cúpulas brillan por su ausencia a manera de chiste o para estar molestando solo para que te des cuenta de que no puedes tener la razón, al menos no esta vez; así que se un poco sensato, no vas a dormir a los pies de una imagen, no por el hecho de que te va a tocar suelo –no tendrías vergüenza si ahora renegaras de la dureza y la frialdad del piso- si no por lo que ello significa, y como eres de cabeza dura e ideas contrapuntantes, nada mas estar frente a las puertas del lugar vas a darte media vuelta e irte a otro lado, así que mejor nos evitamos la perdida tan inútil de tiempo y pensamos mejor las cosas. Mira, una tienda, me da unos cigarros y unos roles, pa’ lo que viene, ¿no?, y a buscar un hotel barato. Ahora reflexiona, sopesa, considera lo pasado en el transcurso del día y otros despertares; encontrarte a la mañana en un cuarto barato de hotel te va a causar tanta gracia como orinarte en los pantalones; pero ya estas ahí, regateando el coste pues no te alcanza para pagar este capricho. Mira, allá hay un grupo de niños que apenas se acerquen te van a pedir dinero pa’l flan; algo de monedas te sobran, algo puedes darles y a cambio les pedirás un poco de asilo en su espacio y no van a negártelo; comeremos el pan que compraste, entre todos se fumaran esta cajetilla y no tendrás que pasar la noche solo nunca más, o eso esperabas de corazón, pero un hombre vestido de azul se ha acercado para correr a los chicos, que no protestan, si no que se dan media vuelta y media vuelta de ves en cuando para recordarle a ese fulano que tiene madre y una carga cultural que no le permite hacer oídos sordos a la música de viento. Los niños se alejan, el hombrecillo se traga su impotencia y yo me quedo como al principio.
Más adelante, caminar un poco más, que hay lugares más baratos en donde pasar la noche. Un hotel, otro un poco más apantallador, nada que me apetezca realmente. Camino y camino hasta llegar a la central de autobuses del norte, creo que puedo pasar la noche en una de las salas de espera; digo, que a lo mejor algo bueno pasa por aquí, quizá alguien que se siente a mi lado, y quiera charlar un poco antes de partir; que me quiera hablar de su viaje, o de las cosas que deja, que quiera platicar acerca de sus motivos o de sus impulsos, de lo que sea, yo estaré contento de escucharle hablar acerca del paisaje y de la luna llena que en carretera es preciosa persecutora inundando de luz la negrura del horizonte. Vengan, yo estoy dispuesto y a disposición, mi tiempo es de ustedes, los escucharé con gusto; confíen en este extraño ojeroso, tengo roles de canela, podemos ir a la cafetería por un café, fumaremos un poco si así lo desean, los despediré, y les deseare un buen viaje o la más grata de las bienvenidas, eso solo por haberse quedado un poco y haberme hecho menos pesada la noche. ¿Por qué no se acercan? No muerdo; solamente estoy cansado, tengo algo de hambre. Abro los roles, mastico lento, hay gente en rededor pero ocupada en sus asuntos, me acomodo en la banca de plástico, me dispongo a dormir antes de que otros hombrecillos de azul se acerquen y me pidan mi boleto; “No tengo” les digo: No voy a ningún lado, pero ya no puedo quedarme por aquí; no quepo, estoy incomodo, me duele la espalda, tengo sueño, quiero irme a mi casa, pero no sé que responder si alguien me pregunta por los sucesos del día. Me siento mal. Como que me infarte sobre el lecho de piedra; como que el alambre estaba oxidado y el tétanos me esta partiendo; como que la calle esta muy sola y me oprime la existencia; como que no entiendo gran cosa y se me embota la presencia ausente del reflejo en el espejo que me irrita y me confirma ente homínido perdido a la vera del camino y a mitad de nada firme; como que el asentamiento humano no me asienta; como que la comida no me satisface; como que la música no me place; como que el aire apenas entra en mis pulmones, como que apenas sale; como que me asfixio, pero en realidad no es eso, si no algo que traigo atorado en la caja toráxica, como que es un grito, pero no estoy muy seguro. Si grito ¿se alarmarían? No tienen por que hacerlo, es como eructar, o estornudar, o excretar; me deshago de lo que no necesito, en público, si, y creo que esa es la parte que les aterra, ¿cierto?. Entiendo, puede parecer de mal gusto, pero lo necesito, no se asusten, simplemente me estoy adaptando de nuevo al clima, por que siento como que me morí hace unas horas que ya parecen días que bien pudieron ser unos minutos o a lo mejor un mal sueño...

-Ah... pus no puede dormirse aquí joven.

¡Que ridículo puedo llegar a ser!, ¡y que insensible puede tornarse el mundo! Ah, nada nuevo, realmente no me sorprende nada. Extraño sería el que no me hubiesen rechazado mi pan, ni mi tabaco, que hubieran aceptado tomar conmigo un café en la cafetería de la estación, y que me hubiesen permitido acompañarlos y que me acompañaran mientras llega la hora de la partida que nunca se retrasa. Ahora no importa, recojo mis cosas y salgo de la sala, voy al baño; ahí me talonean dos pesos para tener derecho a orinar en ese lugar, que mamada; creo que voy a regresar a la sala y dar el grito para equilibrar las cosas. Me lavo las manos, salgo, no hay nada, no hay nadie; una que otra persona sin intención de detenerse a charlar, una que otra revista en pilas de revistas, una que otra escoba encontrándose con uno que otro recogedor, y maletas con rueditas y extranjeros en bermudas, taxistas, gente de provincia, altavoces lejanos y la cuidad dormida.
Voy a la cafetería, yo si quiero un café. Ordeno y me acomodo en una mesa, me acodo, bebo y como mis roles, mastico un tanto molesto –digo, son ricos, no me explico como pudieron haberlos rechazado- El café se enfría, son las tres de la mañana. Tengo ganas de hablarle a alguien por teléfono, pero las buenas costumbres me impiden ir más allá de levantar el auricular y marcar los primeros números, cuelgo irremediablemente y regreso a la cafetería, pido otro café, espero a que la noche se acabe. Los minutos se extienden en mi campo de referencia, ya no percibo; siento, así nomás, animalito errante batallando con el viento y los cerillos; consigo prender un cigarro, salgo de la estación, me quedo en el estacionamiento a ver las filas de taxis y el metro en inactividad. Fumo por pausas, pienso de la misma forma: creo que deje la cafetera encendida, creo que encontraré tal aparato fundido sobre la alacena cuando llegue. Tengo bastante trabajo pendiente, creo que deberé priorizar y sacrificar, a lo mejor más lo segundo que lo primero; la escultura tiene un fallo, no sé donde, hay algo que aún no me agrada del todo a pesar de que ya esta casi lista; pinche Gabriela, creo que te entiendo...
Antes no había un chiquitin, ¿cierto?. Antes fue más fácil, así que ahora te detuviste por la misma razón por la que yo no marque un número en el teléfono: por miedo. Miedo a la reprimenda, miedo a darse cuenta de que de veras no sabes de lo que hablas cuando hablas; no te preocupes, nadie sabe realmente. Creo que hay un montón de estipulados y de convenios inconvenientemente acordados, creo que el mundo simplemente es por que ya no sabría ser de otro modo, por eso respeto los cambios de opinión, pero no me hagas mucho caso, pues soy parte del mundo y tampoco sé.

-¿Tienes un cigarro que me regales?

Voltee a mirar a quien me hablaba. Era un tipo de mediana estatura, corpulencia gruesa, tez morena y cabello rizado, escaso en la coronilla, pero largo y de colita en la nuca, de nariz aplastada, labios delgados y quijada ligeramente salida; vestido de camisa en thai dai violeta y caqui y pantalones de pana color café; en sandalias y con un coqueto anillo en el dedo meñique de su píe izquierdo. Saque la cajetilla y se la ofrecí; él tenía encendedor, por lo que esta ves fue más fácil encender el tabaco. Se sentó a un lado.
-¿Qué andas haciendo, esperas a alguien?.
-Mamá va a llegar al rato- No sé por que le respondí eso.
-¡Ah!, órale, la mía también.
-Qué casualidad, ¿no?
-Pues si, ¿y a qué te dedicas?
-Trabajo de independiente
-¿Haciendo?
-Pretendiendo
-... ¿Cómo?
-Mal chiste, olvídalo.
-... Hace frío, ¿no?.
-Si, un poco.
-Como que se antoja un tequila, ¿tu tomas?
-No cuando trabajo
-... ¿Cuándo trabajas?
-... Mal chiste, perdóname. Si, a veces tomo, por lo regular cerveza, pero yo prefiero el wisky.
-Pero no le haces el feo a un tequilita
-No, pus no.
-¿Dices que pretendes en el trabajo?
-No, que trabajo de independiente, que pretendo realmente ser independiente, pero eso esta algo lejos todavía.
-¡Ah!, órale. No estas a gusto con lo que haces, ¿verdad?
-No es eso, son las circunstancias.
-¿Cuáles?
-... la familia, el entorno social, las cosas que están bien y las que están mal...
-Órale. Yo estudié administración de empresas, pero nunca me gradué.
-¿Por?
-Por lo mismo que mencionas
-¿Qué haces?
-¿Ahorita?
-No, normalmente
-Estoy en un despacho de contadores.
-Mmmm. ¿Y que tal?
-Me da para vivir. ¿Eres casado?
-¿Lo parezco?
-Si
-Estoy casado con mis ideas, pero abierto a cualquier sugerencia.
-¡Ah!, órale, yo soy soltero.
-Si.
-Pero me la paso muy bien, hace rato estaba con unos cuates, estábamos echando tequilas... unos pericazos, pero tenía que venir por mi jefa, y pues ni modo. ¿La has probado?
-¿Los pericazos?
-Si
-No, yo soy legal. Una ves fume marihuana, pero solamente me dio por reír y luego me dolió la cabeza. Creo que el cabrón que nos invito compró una chingadera de veinte varos.
-Órale, ¿y no te animas?
-Hoy no, gracias.
-¿Vas a chambear mañana?
-No, no creo.
-¿Te echarías unos tequilas conmigo?.
-No, no creo.
-Ándale, mi casa esta cerca.
-Pero estoy esperando a mi mamá.
-No nos tardamos.
-No carnal, no creo.
-La cosa es tranquila, no creas que a primeras de cambio te voy a decir: “Te la mamo”. No.
-… - Lo mire un momento. Sucedía ahora, alguien andaba buscando compañía, debería ir; no le aceptaría el tequila, ni el toque, tampoco la mamada, pero podría escucharlo. Debería, pues anda buscando compañía y yo necesito algo de eso ahora.
-Mejor vamos por un café.
-No, aquí hace frío, mejor vamos a mi casa, te ves cansado, con una raya te alivianas, te das un baño. Si tienes que ir a trabajar mañana yo te levanto, no hay bronca, puedes dormir allá.
-Estoy esperando a mamá.
-No es cierto.
-… No, no es cierto.
-¿Qué, vamos?
-No creo, si quieres charlar podemos hacerlo aquí. No voy a ir a tu casa.
-¿Te da miedo?; mira, esta es mi credencial para votar, me llamo Polo. Yo también soy legal.
-Basto, yo me llamo Fernando; no voy a ir a tu casa.
-No te voy a hacer nada, nada más ando buscando compañía.
-¿De qué tipo?
-Compañía, nada más. No soy de esos que a la primera de cambios anda culeando.
-Yo tampoco, por eso no puedo ir a tu casa.
-… ¿No eres gay?
-No.
-¿Te molestan los gays?
-No.
-Oye… perdón.
-No te preocupes.
-Pensé que lo eras.
-¿Ah si? Pues a lo mejor en un futuro
-Jaja. ¿Mal día?
-Si, pero ya se acabo.
-… A veces salgo de noche, y vengo para acá, Luego encuentro alguno que otro que se viene conmigo, en serio, comprendo el que te niegues por como están las cosas con eso de los secuestros y toda la cosa, pero puedes confiar en mi. De verdad trabajo en un despacho, de verdad me llamo Polo, de verdad puedes venir conmigo, si no te incomoda.
-No Polo; yo creo que no.
-Ándale, nos hacemos compañía.
-Gracias, pero pienso irme en poco tiempo.
-¿Qué haces por acá? Vente, no te voy a hacer nada.
-A lo mejor no, pero no puedo ir, perdona.
-Vivo cerca; si quieres, mi casa es tu casa. Te doy mi número por si cambias de opinión.
-Bueno- respondí, y saque una hoja y una pluma de mi morral, anote el número que me dicto y nos estrechamos las manos.
-Pareces buena onda- me dijo –llámame, en serio. Si necesitas un paro, un lugar en donde caer, esa es tu casa, en serio. ¿Me regalas otro cigarro?
Se lo di. Me dio la mano una vez más y se alejo dando largas bocanadas de humo. No obre mal, de verdad no podía confiarme de su palabra, que tal si le digo que si y se mancha; a lo mejor de verdad nada más andaba buscando compañía y yo no quise dársela en la medida en la que él la requería y ambos nos quedamos tan solo con una anécdota curiosa que contar, algo como para que los demás digan: “Esas cosas solo te pasan a ti” A veces uno piensa que estas cosas no deberían pasar, mucho menos deberían experimentarse en carne propia; hablo del hecho de buscar refugio en los extraños, pero en el instante en el que pasan uno se olvida y se concentra en el momento que apenas se acaba da paso a la autocomplacencia y el sentimentalismo fatalista que nos hace preguntarnos de vez en cuando y casi todo el tiempo: ¿Por qué a mi? Pues por que si, por que la situación lo amerita, por que no estas exento y además, no es tan grave, ¿o si? digo, no perdiste una pierna, o un brazo, ni la honra, y sin embargo, puedes tener en puerta una relación nueva y fructífera con una persona que no se limita a la luz del día para salir y tratar de encontrar aquello que le hace falta, aunque las normas dicten que le falta tacto y le sobra arrojo; tu careces de ambas. Sucede que me estoy justificando por el hecho de que para el día siguiente ya había perdido su número de teléfono. Pero como si no pasara nada; no pasa nada muchacho, que las cosas siguen, el mundo gira y el minuto siguiente ya esta encima y ya se ha ido y nada es lo mismo e intolerablemente sigue igual.
Tiempo después amaneció; el alba despunto y siete millones de personas económicamente activas tomaron rumbo a sus respectivos trabajos, la temperatura era de siete grados centígrados; al mediodía ya estaba en diecinueve y se esperaban ligeras lluvias por la tarde, pero nunca llegaron; sin embargo, la jornada continuó como de costumbre y a la hora usual de la salida las calles se atiborraron de almas de camino de regreso a casa, donde una vez que llegaron encendieron el televisor en busca de un efímero consuelo el cual les fue dado; los puestos de garnachas se llenaron, los apetitos se saciaron, las puertas se cerraron con llave y las calles se vaciaron una vez más.

martes, junio 20, 2006

Fragmentos de momentos pasados (no. 3)

Tolero, toreo, me muevo para evitar una posible embestida de furor. Tomo las pinzas de corte y las arrojo contra la pared. Tolero, apesto, miro a lapsos el dibujo en la pared y el esqueleto que es su replica. Me desnudo y voy al baño; creo que en el pasillo me topé con mi padre, pues un grito de protesta se dejo escuchar detrás de mi cuando cerraba la puerta: prometo tener más cuidado. Tolero, gotas de agua resbalan por mi costado y mi espalda; el canon se erige enorme como tótem. Tolero, no tengo la más mínima intención de continuar con esta condición. Me alisto, parto; un rostro en semigrito me da vueltas en la cabeza. Estoy en clases, hay instrucciones de trabajos pendientes que no atiendo ni entiendo. Paseo por los pasillos, algunos saludos pero en realidad no he visto a nadie, creo que nadie me ha visto a mí; sin vernos podemos sobrevivirnos como antaño. Paseo por los pasillos y la encuentro, está de espaldas; esta vez estoy seguro de que se trata de ella, ella sabe que estoy atrás, voltea, me mira; por un segundo creo que se dará media vuelta y comenzara a buscar a alguien más, pero, por el contrario, se acerca; mucho me temo que me va a ofrecer una disculpa.
-Hola.
-Hola.
-Oye… ¿me perdonas?.
-Nada.
-Me sentía enferma.
-¿Cómo sigues?
-Ya estoy mejor, pero ese día no me aguantaba.
-¿Y hoy puedes hacerlo?
-¿Qué?
-Aguantarte
-… No estas de humor, ¿verdad?
-Es broma.
-Pues a la verga con tus bromas.
-… - Curiosa idiosincrasia nacional, entre hombres se mandan a la verga mutuamente y no pasa gran cosa; una mujer te manda a la verga y sabes que eso es lejos, muuuy lejos.

-No, ya… Chava, perdón.

Pero allá voy, lejos, muy lejos. Ahora en la distancia siento que la historia me destroza los hombros, y mi infancia marcada de “aguántesequenoeshombre” explota en mi estomago. Fuego. Mi traquea arde, clama alivio y lo encuentro en la posibilidad de gritarle a ella, reclamarle la falta de atención; quiero mandarla a la verga para que nos gritemos desde distancias similares; quiero tomarla de los hombros y agitarla violentamente para hacerle saber que no puede llegar así no más y besarme en la comisura de los labios para mandarme al diablo en cuanto se le pegue la gana… y si me insulta, voy a recriminarle las horas de insomnio y me cobraré cada cortada y pinchazo con el alambre recocido, y la mandare a la verga otra vez, y para entonces, ella ya estará lejos, aquí, en este sitio, pero bien lejos, en un lugar en el que ya no podremos vernos como antes y hablar sin que nos estorbe la cubierta de mierda que nos habremos de endilgar en esa cómoda distancia que es pelear ahora para no volver a hacerlo de nuevo nunca. Eso es lo que quiero hacer, vehementemente, y sin embargo termino por decir:

-No lo vuelvas a hacer y no hay pedo.

Mierda, eso fue miedo a la distancia.

Ella baja la mirada y se queda clavada al suelo un momento, al otro ya esta cerca de mi y me esta abrazando, yo la abrazo a ella y puedo quedarme ahí, con la cabeza sobre su hombro, descanso.

-¿Quieres dormir un poco?

Después estamos en una de las áreas verdes de la escuela, acostados sobre el pasto y hablando de cosas azules y ansiedades a ras de tierra; me estoy quedando dormido, pero el tacto de sus dedos en mi rostro me despierta a ratos, y ella esta ahí, lagrimas corren por sus mejillas, las seco con el dedo índice de mi mano derecha y no comprendo nada más allá de la común percepción del tiempo y estamos abrazados de nuevo; es tarde, lo sé, trato de incorporarme, pero su peso me lo impide, me obliga a acostarme de nuevo y siento que puedo quedarme ahí, con la cabeza sobre su pecho que sube y baja a un ritmo regular. La besé.

La besaba; el mundo, de repente, me parecía distinto, conformado por ella que temblaba, que suavemente se apoyaba en mis hombros y me llevaba a tierra una vez mas, éramos dos cuerpos inertes que van cobrando vida poco a poco a medida que se van reconociendo en vista y tacto; dos entes en pugna por su propia existencia, dos que no pueden saber que ahora, en este momento en que la carne se torna éter la distancia se anula, y con ella el tiempo, y todos los convenios son reinventados; después éramos tierra y concreto y conjuntos de áreas verdes en un lugar especifico de una zona industrial de la ciudad, para después ser el distrito completo y sus orillas y extendernos más allá con cada movimiento; alcanzar la ciudad completa, el país, el continente; abarcar el océano y mayores extensiones de tierra, destruir los limites, las fronteras; subir a la estratosfera, salir, llenar el vacío con nuestros cuerpos que se habían convertido en el de todas las parejas; abarcar la vía láctea, alcanzar la próxima galaxia, o ya de perdida, un salón que estuviera vacío. Era tarde, la escuela estaba parcialmente desierta. Los árboles bailaban al lento ritmo que imponían los acordes del viento, nosotros bailábamos a su ritmo, con la puerta cerrada, pendientes a lo que sucediera adentro y afuera, ya sin abrigos, sin tapujos ni palabras de por medio. Buscábamos el rincón idóneo, mientras que yo recorría todos los bordes de las costuras de su ropa, y me abría paso a través de ellas; la memoria me hablaba y dirigía mis manos que se encontraban rondando un lunar en su pecho, cercano a su aureola izquierda, era antes, y como antes, ella esta aquí, de nuevo, como antes, pero ahora es distinto por que ella esta sonrojada y cubierto de un ligero rocío, breve y constante, que no se parece a la carga del lúpulo en la sangre; ella huele a galletas, no ha cerveza como antes; el lugar huele a polvo anegado, a aula vacía, no a tabaco circulando espeso por el techo, como antes. Huele a mujer en entrega, a hombre en pugna, a seres encontrándose y tratando de entender algo de lo mucho o lo poco haciendo cinestecias con un cuerpo que no es el propio, y descubrirse uno en la otredad del poeta y no ser ajenos nunca más uno del otro y del resto; es como entonces, ahora mismo, sonrosada, y blanca, y suave. Sus manos estaban en mis costados, su boca en mi cuello, su pantalón resbalaba por sus muslos y el mundo afuera que de repente había decidido asaltarme en pensamiento y acción. El suelo esta frío, lo sé por que ya estamos sobre el, coloco mi chamarra debajo, parece suficiente, pero un nerviosismo repentino y punzante no me dejaba en paz: mala señal. Esto es serio, lo siento, mi pulso esta en match uno, puedo morirme en cualquier momento y en cualquier momento empezar a vivir. Ella estaba desabrochando mi cinturón, y jadeaba; yo no me encontraba señales de vida, ni la más mínima intención de una erección. Me eche una porra mental, tome a Gaby por la cintura y la acosté boca arriba y me puse encima de ella, y me nalguee, y ella río, eso alivió un poco la tensión, pero no fue suficiente, mi situación no había mejorado. Maldije al cielo y al infierno, y al mundo entero; apreté la quijada y me eche otra porra, pero no pasaba nada. “Ayúdame”, le dije en un susurro, y tomo mi flácido miembro y lo dirigió hacía ella: “¡Así no!” pensé, y pareciera que me escucho, pues quedamos tan al borde uno del otro, que apenas dar un paso más, entraría… para no hacer nada. ¡No me hagas esto ahora!, levántate, ¡y anda!. ¿No?, bueno, urge probar otra cosa. Las rodillas comenzaban a dolerme, tome a Gaby de la cintura y esta vez yo me acosté boca arriba, ella encima de mi moviéndose suavemente, con la boca apenas abierta, y la indiferencia de la mitad de mi cuerpo que estaba obstinado en mantenerse inerte, inamovible, inconmovible y enrollado en si mismo como una cochinilla.

De repente, ella se detuvo.

Una lagrima asoma por sus ojos, surge lenta y malabarea en sus pestañas, recorre su mejilla, salta al precipicio y se estrella en mi rostro, entonces ella rompe en un llanto ahogado.
-No puedo…- dice en un susurro, y su cuerpo se deshace en espasmos de llanto contenido. Yo no digo nada, no hago nada; me quedo ahí tendido, con ella encima y la impotencia patente y omnipresente. Ella se levantó, estaba despeinada y con las lagrimas embarradas en todo el rostro y en mi camisa. Me miro, la expresión en su rostro denotaba el inevitable sino de la actualidad humana: no me decía nada y ya me había ofrecido un millón de disculpas…

-Yo lo amo a él.

Sus lagrimas me quemaba el rostro, la acústica del salón era particularmente odiosa. Voces de afuera nos obligaron a dar un salto y subirnos los pantalones: éramos un par de niños que acababan de mostrarse su desnudez. Nos miramos un rato más, tratábamos de explicarnos a nosotros mismos en oídos ajenos, nada más inútil en ese momento.
No hablamos después de eso, simplemente nos dirigimos de regreso al edificio donde nuestras clases habían terminado hacía mucho. Ella tomo un rumbo, yo otro. Camine aprisa para rodear los edificios que entorpecen la trayectoria en línea recta hacia la salida, Daba vuelta a la esquina del último edificio cuando me encontré de nuevo con Gabriela Delgado, allá, a unos diez metros de distancia y, sin embargo, lejos, más lejos que en la pelea de mediodía. Su novio estaba ahí, buscándola; ella fue a encontrarle, lo abrazó largo rato, lo tomó de la mano, y se fueron. Yo me quede un poco más, inevitablemente ridículo; la tarde, inusualmente gris, había terminado. La noche era roja y de llamitas en circulo que era un grupo de chicos que fumaban sin hablar, me dirigí hacia ellos y les pedí un cigarro que no me negaron, si les hubiera pedido un abrazo tampoco me lo habrían negado. Fume lentamente, me pasee sin rumbo por la escuela hasta que la colilla despidió el último hilo de humo y dejo inscrito en el filtro una letra efe de hollín y alquitrán. Algunas carcajadas furiosas me distraen de la letra, se acercan grupos de chicos y chicas que están dispuestos a marchar juntos por tiempo indefinido siempre y cuando no tengan que encontrarse demasiado cerca uno de otro; se enfilaban a la salida. Me fui detrás de ellos, les pedí un cigarro que no me negaron; los acompañe hasta la puerta de salida, donde un muchachito evidentemente ebrio me buscaba pelea; lo deje fanfarronear, pues hasta a mi me causaba gracia su torpe lengua hilando vocablos ofensivos y babeantes. El lugar fue quedándose vacío poco a poco, solo entonces me anime a marcharme pero no podía ir a ningún lado. Con todo, echo a andar y a urdir argumentos solo en caso de que alguien me pregunte que pasó en este día. Camino sin rumbo aparente y llego a casa de Gaby –morenita, cabello largo a los hombros, que cada que me encuentra me habla de ella por que bien sabe que no tiene tema mejor entendido que el de ella misma, que comprenderá el hecho de que la busque a estas horas para hablar de mí- y toco el timbre, y espero... esperé, pero nadie respondió.

miércoles, junio 14, 2006

La giganta de los dias dificiles (II)

Esta ciudad, giganta gris, es el enorme personaje que viste de fondo esta historia y esconde en sus manos dos formas de sobrevivir. En la derecha tiene las normas y los horarios, los días y cada hora cercando cada minuto en aras de la cotidianidad, la honradez, la ciudadanía perenne y siempre conciente de su muy particular lugar en esta parte del mundo. Esta ciudad, espectro expectante a la caza de almas ambulantes en su cementerio de esquinas, esconde su mano izquierda donde tiene la otra forma, la difícil, la impensable, la fuera de lugar, la sobrevivencia en vilo, la de la actividad sin remuneración, la de los días difíciles, la de las satisfacciones sin reconocimiento, la de familia en contra, la de personalidad en pugna, la de el ya casi, ya casi.
Esta ciudad, grisomante aguardando en el laberinto, ha venido con la firme intención de hacerme escoger, me ha tendido las dos manos enfrente en la forma de una menuda mujer, antigua amante, que llanea de palabras arenodontes pregunta por mi, por ella, por mi hijo, y pretende hacer pasar esta parte de mi historia como un rumor, como un mal chiste. “Hasta aquí llegaste” dice mientras mueve la cabeza en negativa, y yo, yo no puedo darle la razón, no por orgullo, no por ánimo revolucionario, si no por mi, por que no puedo simplemente olvidar el trabajo que a sido llegar hasta aquí simplemente por que, sobrevivir, es tan difícil. No. ¡No!. A mitad de la entrevista doy media vuelta y salgo corriendo con el alma en vilo y mil ideas que registrar en pixeles, en papelitos donde hablo de ti, en estas virtuales palabras donde no me encuentro dispuesto a rendirme a pesar de el enorme culo del mundo me apunta y se prepara para sentarse sobre mi. Mierda –literal mierda- a pesar del hedor no voy a rendirme.
No quiero rendirme…

miércoles, junio 07, 2006

de aquellas ocasiones, cuando te descubres a ti mismo anhelando...

Salir a mitad del viento, desnudarse, bañarse en la corriente y dejarse ir, sin temor, sin ánimo de fomento al complejo y con la convicción de que este será el día en que digas “basta”, y comiences a enumerar todas esas cosas por las cuales darías este tiempo que te resta. La mañana despunta vestida de violeta y alma ausente buscándose alma en la plenitud de la tierra, y este lenguaje tramando trabas para hacerse lengua y salir para ir a aquel sitio sin espacio definido pero aguardando su momento para ser uno y único nombrado como el sueño ya distante, pero que fue motor que abriera mis ojos anhelando mirarte; dormías, y yo me sentí incapaz de llamarte, despertarte para enunciarte todas aquellas cosas que me tienen irracional y temperamentalmente estancado, imposibilitado de salir a mitad del viento donde me encuentro desnudo, si, pero lleno de dudas, creciendo en mar tremendista, con la mirada apartada de la cotidianidad y acariciando deseos difusos. Entonces volteo a buscarte, no eres tu aquella que duerme, no eres tu.

Desperté acariciando mi sueño alojado en mi hombro izquierdo.

sábado, junio 03, 2006

Gravidez de la pluma

Soy, somos; tal vez todos, tal vez unos cuantos, no lo sé; acaso solo unos pocos los destinados a ser confinados a este mundo de entes como eternos infantes. Destinados, como los parias, a ser meros testigos de la desgracia o la farsa, o lo que sea que se suceda con el interminable ir y venir de las horas, de los días... de los años. Los años, vaya palabra, no podría asegurar que los años existen en realidad, simplemente se tiene la sensación de que algo pasa mientras dormimos. “Es la vida” diría el artista: “eso que pasa mientras duermes es la vida” no lo sé, no lo sé; hay tantas cosas que desconozco, y muchas otras que no me atrevo a asegurar, por que este no es un mundo de percepciones como aseguran algunos psicólogos que es, este es más un mundo de interpretaciones que de otra cosa; y esto mismo es una aseveración, una hilarantemente contradictoria percepción del mundo, si es que las contradicciones pudieran alcanzar el grado de hilaridad o la hilaridad pudiera resultar contradictoria. Pero no ofrezco disculpas.
Soy, somos –esta parte nos corresponde a todos- los juguetes que un niño puso juntos por que se encuentra aburrido, los relojes que el relojero jamás arregló; somos los peones sobre el tablero de ajedrez, juntos por algún fin, el eterno antagonismo tal vez, pero juntos a fin de cuentas, y como los juguetes, los relojes, los peones; nos conformamos con pasar algunos minutos o acaso horas juntos, sin hablar. Nuestras miradas se han vuelto el modo de la comunicación, no más palabras. El mundo ha cambiado, los entes se han vuelto visuales. ¿De esto se trata la vida?, podría asegurar que no hace mucho el mundo me parecía más vasto. ¡Que visión tan limitada! Es hora de concentrarse. Tomar la lucidez del frasco de la experiencia y bebérsela de un trago, y después, a divagar. Y divagando llenarse de las cosas del mundo; y así, tal vez, encontrar el hilo que conduzca al desenredo de tantos entes, tantas vueltas, tantas idas y venidas de las ideas, y las visiones... y las palabras. Traer de vuelta a la palabra si es que en verdad la palabra se ha perdido en algún lugar de la historia.
Soy el peón que se ha negado al juego. Y sin embargo, no he dejado de jugar. Negado a permanecer al margen de las situaciones, asumo el papel protagónico de la masa anónima, pero siempre solo. No importa, no mucho. Hace tiempo que caí en cuenta de que las cosas son así, se esta rodeado de juguetes, relojes y peones –o gente como se les dice- y se comparte el espacio por la razón de que a ellos tampoco se les permite estar al margen o a la orilla del tablero; y sin nada que decirnos, nos miramos y nos decimos todo, pero el lenguaje de los ojos no es uno que sea inteligible para todos, así que no nos entendemos, no nos conocemos, y negamos toda posibilidad de conocer a alguien más por que siempre apartamos la mirada, pero no importa... no mucho. Después de todo no estamos juntos siempre, algunos perderán y se irán del lado del puntual-ganador, a otros los perderemos de vista, nos encontraremos con los peones del otro lado, los demás relojes que no han sido reparados, los otros juguetes que habían sido olvidados, pero siempre solos. Esta soledad no sería tan incomoda si no tuviera tanta gente alrededor, pero la verdad es que no importa... no mucho. Por que ya he asumido el papel del protagonista entre la masa anónima. Pero, ¿si me canso?... ¿Con quién me quejo?.

¡Vaya con la hilaridad! Para vivir, me he tragado un libro impreso con las más benignas intenciones.

Una nueva búsqueda, quiero ver al niño, al relojero, quiero conocer al jugador de ajedrez que nos ha impuesto una marcha lenta en el desarrollo del juego. Quiero romper las reglas de este mundo y gritar por ayuda. Me siento perdido y las miradas no me ayudan, las miradas no se ayudan entre sí, no se ayudan a sí mismas... ¡Ah! Por favor, Que alguien ponga sentido a todo esto. Niño, relojero, jugador, Dios; quien sea que sea responsable, por favor, ayúdame; me he bebido la lucidez de un trago solo para divagar, y no soporto las visiones. Pobre condición del hombre que no soporta apenas una nimiedad de dolor, y el mío se aparece de repente imbécil, y con todo me consume en una desesperada sucesión de visiones, dolores y arrepentimientos que me arrastra a la devoción. Y pido piedad, ¿es esto lo que se llama justicia? Oh, de nuevo la certeza de la ignorancia, no sé distinguir lo que es justo de lo que no, o acaso no quiero ver las diferencias. Esta vez es dable pedir disculpas, me retiro con mis visiones; encontrare la catarsis de mis deseos de comprensión.

Ha sucedido algo, mi grito debió reavivar algunos ánimos, conmover algunos corazones, de repente siento latir mi corazón –y con mayor fuerza durante las noches-, tal vez el relojero dio cuerda al reloj de mis memorias. Vaya, ahora me siento eufórico, sin más remedio que seguir el juego romperé de nuevo las reglas, y hablare; les contare a todos lo que he visto durante mis momentos de lucidez:
He visto noches adornadas de nubes de color índigo y astros terrestres que le confieren el encanto que no tiene el día.
Existen fiestas memorables que no están marcadas en el calendario.
He visto amaneceres de tal matiz, que rompen con la rutina solar y de los despertares, y de la misma manera hay vapores que mandan al olvido las soledades, músicas que alimentan los ánimos; incluso la gota de sangre puede ser fascinante cuando reluce y mancha el blanco del azulejo, y juntos, confieren un difícil reflejo que ya quisiera cualquier espejo poder obsequiar. Están estas y todas las cosas, y sus contrapartes, y las partes que nos inventamos; las obligaciones que no escogemos, y el trabajo. Las partes de un todo que nadie sabe a ciencia cierta de que se trata; todo que es más fácil de apreciar desde sus fragmentos.
Es así como se conoce a los hombres, como se analizan los objetos: por sus partes, sus detalles, sus fragmentos. ¿Quién o que puede escapar a la naturaleza y presumirse completo? Nada, nadie. Nadie es su rostro, así que se miran los ojos, los zapatos, el abdomen, las manos y el color de las ropas; burdo rompecabezas del absurdo que se complementa con los andares, los modales y el tono de voz, y obsesionados con el método se lanzan a la búsqueda de las cosas y se encuentran las ciudades como la suma del número de estructuras grises que, de concreto o metal resultan frías por igual; los hoteles como uno de los pocos lugares que reúne en un solo sitio una gran cantidad de sanitarios. Y las calles por el ancho del asfalto y los tiempos atados a las muñecas de los transeúntes. Los países como un conglomerado de estados, folclor y supersticiones. Y la gente –otra vez la gente- por sus aversiones y ambiciones.

Pero no basta.

Algo falta, he errado en mis observaciones, perdido mucho tiempo en divagar para solo tener una descripción de las cosas, debería tener respuestas, no más preguntas. Tal vez debería bendecir la ignorancia. ¡Ah!, la ignorancia se parece a la felicidad. Pero, la felicidad, ¿es mediocre? No, no puede serlo, simplemente la gente se encuentra donde quiere estar –y yo, ¿dónde me encuentro? No lo sé, sólo tome prestadas visiones apocalípticas que alguien desperdigó por las calles, y las hice mías. Ahora el mundo me pertenece y deambulo por él. Me apuesto en la cima de la pirámide para cambiar los colores del crepúsculo y de los días; me gustan los cielos de plomo y las ágoras pequeñas.

Pero ello no me satisface.

Increíble el hecho de haber permanecido vivo tanto tiempo. Es gracioso, el hombre se ha concebido a sí mismo como el único animal social siendo que no puede quedarse mucho tiempo al lado de sus congéneres. ¡Pobre mujer!, rodeada de tantos hombres tan sensibles, y ser fuerte. Basta con las presunciones, ninguna raza es fuerte. En todo este tiempo me he presumido el más despierto y eso es mentira, de serlo, no estaría aquí. No habría estado flotando con mis divagaciones en los cielos en los que pocos quieren volar; el sueño no sirve, el vuelo no sirve. Y menos aún si se ha utilizado como medio para encontrar respuestas a preguntas incognoscibles. ¿A qué? ¿Recuerda alguien la pregunta original? No, ni siquiera ha sido mencionada, pero es clara ahora: ¿Para qué se vive?.

No lo sé.

Develo ahora mi mejor frase –que a la vez, tome prestada- y la comparto con el mundo: No lo sé. Ahora vayamos a conocer un poco más acerca de las cosas, basta de los arrebatos sentimentales, basta de flotar; es tiempo de poner los pies en la tierra. Un ancla, un peso mayor que el mío; la pluma, la disciplina de la pluma. Escribir sin escribir, dejar de lado las aptitudes descriptivas y volverse más visceral, más furioso. Sangrar sobre el papel si es necesario pero no volver a volar de la manera en la que suelen volar los que se rezan conocedores. La catarsis esta hecha, pero sigo sintiéndome enfermo. Es la gravidez de la pluma, peso que no estoy acostumbrado a llevar; afuera llueven motes, sé que no es conveniente mojarse con ellos, mejor ocultarse y acostumbrarse a esta pluma grávida que me muestra los trazos de la tranquilidad. Ahora, refugiado aún de la lluvia de la modernidad, tengo una mejor perspectiva, mis memorias son más claras. Me veo a mí mismo trepando a la cima de una pirámide para respirar el frío aire de un cielo de plomo; me creía dueño del mundo, y siempre, obstinadamente, mantuve los ojos cerrados ante las visiones de diferentes crepúsculos artificiales adornando el gris de la ciudad.
Irónico onírico deseo, absurda búsqueda de repuestas. Para vivir, me he tragado un libro impreso con las más benignas intenciones...

Vomite enseguida.

miércoles, mayo 31, 2006

De espíritu

Un vaso.
Alguien olvido romperlo.
En él permanecen los aromas
de viejos cicutas que a nadie
llevaron a la muerte.
Un vaso,
simple masa transparente
y sin embargo poderosa,
se erige magnánima pues es el vaso
quien escoge quien beberá de él;
pero es precavido, así que toma los sueños
y los regresa con nombre de voluntad o vicisitud
-o como quiera que se llame ahora-
y se inventa pléyades atestadas de seguidores
que buscan consuelo en un trago amargo.
Vaso de cristal.
Vaso de metal.
Vaso de gusto caliente y desagradable
que a la vez es enorme y muy frío;
vacío y profundo,
claro y críptico,
todo y nada.
Un vaso
que no se mueve
y esta en todos lados,
en todas las conciencias,
y en el peso de las culpas.

viernes, mayo 19, 2006

Sentido de pertenencia -lapso reducto a una perspectiva insomne-

Tengo un cuerpo y un alma plenas, campo fértil para la idiosincrasia, para el chovinismo, para sanear la espera y para esperar eternamente; tengo una casa donde dormir, comer y beber a escondidas, a veces también fumar, pero trato de no hacerlo para evitar contrariedades, es decir, vivo sin más y me dejan vivir sin menos que eso -eso que puede ser una oportunidad para echar a perder mil cosas y volver, comenzar de cero- puedo salir de nuevo a dar un grito o a decir algo inteligente, por que tienes boca para hablar, para hacer callar a los que tengan un vocabulario menos amplio que el mío o una voz menos potente pero quizá más importante; tengo una manera de ver las cosas que difieren en grandes medidas a la manera de la que se place la generalidad en ver, aunque a veces tenga que contentarme con lo poco o lo mucho, o la nada o el ya mero; tengo ansiedad por terminar, necesidad de terminar, miedo de terminar. Tengo miedo... miedo de andar, de dar otro paso sin saber que es lo que hago; tengo miedo de estar necesitado de suspiros de ausencia, de la ansiedad por el colmo, de no ser todo lo que creo, todo lo que espero; tengo miedo de ser lo que la gente quiere que sea; tengo miedo de no hallar camino, de no estar contigo cuando las cosas se tuerzan y no sepa por que, tengo miedo de no poder sublevarme a las taxonomías y tener que rendirme al vasavercomoyoteníarazón de muchas gentes mayores, perdón, pero no puedo decir adultas. Tengo miedo a los juicios, a los prejuicios, a las acusaciones; tengo miedo de no estar ahí cuando la oportunidad se presente. Tengo miedo de ser tan solo un eslabón, una etiqueta, una marca con la patente pendiente; tengo miedo del desatino, de la toma de decisión y todo lo que conlleva; tengo miedo de quedarme y tengo miedo de irme; tengo miedo de ser; tengo... tengo un cuerpo y un alma plenas, ¡y mira! ¡una cabeza!, pienso usarla, despejar todas esas dudas que me constipan la flora intestinal, reducir todas ellas a una sola y tal vez la más apremiante: ¿Qué hago?

¿Qué estoy haciendo?

miércoles, mayo 17, 2006

mediocre verde

Un día estaba en un valle inmenso, de verdes confusos entre el cielo y la tierra, gastando mis fuerzas para hacer camino para el que viene. El camino es de arcilla y el sonido de mis pasos es la única referencia que tengo de mi conciencia; camino autómata por la simple razón de que sé caminar. Si hay final en la marcha es tan difuso como el comienzo.
Fue en esa senda donde curtí mi cuerpo, dando tumbos endurecí mi carne, sangrando adorne mi rostro con estigmas que despiertan la curiosidad del desconocido que se topa en mi camino, llorando comí de las palabras que cobran cuerpo en voces que almas muertas me ofrecían; y de esa forma, sangré sobre las hojas que llené de mis juveniles tormentos.
Un día, simplemente me canse de andar; aburrido comencé a atosigar al cielo con blasfemias, e ignorado, tome mi pluma y un diamante; con sangre escribí el titulo que creí mas apropiado en mí frente: Poeta. Me invente una expresión: sonrisa; y con el pecho erguido y andar orgulloso, junte piedras durante mi jornada y las lleve conmigo; las hice mis amigos y todos gustábamos burlarnos de lo que insistentemente llamábamos sistema.
Y con el sistema encima de nosotros, un día no pude cargar más con el peso de mis amistades; así que los abandoné y seguí el camino por mi cuenta. Me lamenté, continuamente, hasta que mi voz se hizo ronca; entonces patalee, y grité, y aullé, y lloré, y conté muchos días antes de que pudiera darme cuenta que ya no estaba molesto. Con la mano cubrí mis ojos de la luz y mire al horizonte, que seguía siendo de un verde confuso entre el cielo y la tierra.

Un día, me hice a un lado del camino y espere a ver quien pasaba; y así sucedieron varios días en los que pude ver muchas cosas; pude ver el buen sentido del viajero y aprender acerca de los viajes que aún estaba lejos de realizar. Cubrí la verdad en la seguridad de la mentira, y describí todos los colores que había visto: rojo, por las noches en vela inerte, blanco en los largos ratos de mortal ocio, azul en el fuego del alma y un mediocre verde para todo lo demás. Nadie entendió por que veía como veía, así como no entiendo por que hablan como hablan; no le debo nada al destino.
Parado al filo del camino fui presa fácil de las habladurías y los prejuicios, con los que llenaron un costal que abandonaron a un lado de donde dormía, desperté para verme obligado a cargar con un peso que no escogí llevar; la fama es ambivalente e ineludible y ahora recibo como obsequio la oportunidad de ser conocido –vaya suerte- y lamentarse no sirve.
Cargué con mi bulto y me dirigí a cualquier lugar, que es todo el mundo, todos los templos. Presumir mi costal era la única motivación que tenía para viajar y conocer los sitios, todos iguales y sin embargo, diferentes; un día, en uno de esos tantos sitios, una niña se acerco a charlar conmigo; me ofreció de beber y descanso, y me endilgo un discurso sobre las pasiones que engullí gustoso; dio masaje a mis pies, lavo mi cabeza... y me dio a probar de un dulce molusco de fuego. Me consumí en las delicias de las flores y vi por primera vez las perlas del cuerpo, jamás había experimentado placer en el trabajo físico y ya no podría dejarlo; fui a todos lados antes de que una bomba de hilaridad me estallara en el vientre... Al otro día desperté, y como con el costal, encontré a mi lado una niña que me endilgo un eterno sermón acerca de la moral.
No podré redimirme, así que llevo a la niña conmigo; fama e indignación a cuestas en una larga caminata, pronto fui un hombre físicamente fuerte a pesar de mis deseos.
Las noches se tornan insoportables al tener que compartir mi cama con una acompañante no grata. Las noches de luna llena se colmaron tanto de fealdad, que los días sólo podían ser tolerables completamente ebrio, así que trate de ocultarme trepando por el cuello de una botella, en el fondo encontré gente mucho más desagradable.
Un día me retire del camino -una vez más- aquellos que encontrara en el fondo de la botella acordaron quedarse conmigo, no me rehusé bajo condición de que no se me dirigiera la palabra; y cual ermitaño rodeado de compañeritos, frote con furia el titulo que me había puesto en la frente hasta que logre borrarlo del todo. Termine por apreciar la compañía que se encargaba de distraer a la niña que cargaba junto con mi costal, pronto organizamos una logia y nos pusimos nuevos nombres; entre todos escogieron el mío, y mitad en broma, mitad en serio; me llamaron Decepcionante.
Idiotas.
Ahora juego su juego solo para no ser aún más molestado. Aprendí a hablar como ellos y pronto me volví irritante; inventé cien himnos en mi honor, confeccione con cien guirnaldas la corona que ciñera mi cabeza, obligue a la logia a elevar a la apoteosis al hombre crápula e irreverente en que me habían convertido; Decepcionante sería su perdición en mis más exquisitas fantasías, pero no fue así. El día que había escogido para mi coronación corrió el vino con mayor fluidez que en ocasiones pasadas, inicie una discusión acerca de religión que llego a la violencia; termine apaleado en mitad de la calle y fuera, definitivamente, de la pequeña comunidad que nos habíamos inventado. Tomare mi tiempo en juntar fuerzas para levantarme, mientras tanto, mirare las estrellas bajo esta nueva luz. La imbécil neblina de la niña se había ido cuando mis compañeros robaron mi costal durante la pelea.
Hundí mi rostro en el fango que había formado mi sangre, y me hice, sin querer, una mascara. Con los dedos la moldee, la hice bella, corrí a un espejo para admirar mi obra, y complacido, me sacudí el polvo que se impregno en mis ropas, metí mi camisa torcida por la violencia en mis pantalones y eso fue mas que suficiente para ganarme otro titulo: Decente.

Una nueva vida, no puedo quejarme; tengo el cariño y la orgía de las mujeres, el aprecio de los hombres y la medida que el éxito exige. Puedo sonreír y fingir que las cosas marchan como debieran –de alguna forma, fingir es lo único que he aprendido- me inclino ante los signos que la cotidianidad toma como divinos y bostezo con las manos juntas a la altura del pecho. Me rió en la cara de quien me place y quien me place se ríe conmigo, ¡qué fastidio!, prefiero gastar los días en otra cosa. He adoptado a un cerdo y le enseño a cantar, y a bailar.
De nuevo la gracia. Cantando me fui haciendo de amistades nuevas, dando saltos frenéticos y giros gastaba toda la frustración de ser joven e inmóvil; me invente una vida rodeado de atletas vomitivos cuyas ideas se habían pulverizado con la practica violenta de sus pasiones, yo estaba con ellos solo para poder estar bajo el desgastante rayo del sol. acompañado para tener la certeza de que si desfallecía en algún momento, mi cuerpo sería recogido y llevado a un lugar bajo sombra –pero no tengo suerte, supuestamente soy físicamente fuerte y resisto mayor castigo que otros- Me acostumbre a la idea de que debía ser yo quien resistiera los embates –del tipo que fuese- y los golpes destruyeron mi mascara humedecida por las lagrimas y el sudor; bajo ella mi rostro se había vuelto duro, y me quede solo bajo la sentencia del cambio.
Y me sumí en un estado casi catatonico.
Todos los colores que había visto o creído ver se tornaron de un monótono gris, las cosas se envolvieron de insignificancias y el aire se hizo pesado e irrespirable, apenas lo justo para vivir; un manto de fealdad cubrió mis ojos y así anduve durante muchos días. Un día me canse de caminar, y regando la vista para tratar de discernir en donde me encontraba, me di cuenta por un momento que había vuelto al valle, y que estaba justo en el punto en el que me había desentendido de la conciencia. Me quede ahí, casi tanto tiempo como el que había gastado en salir de la penumbra de la fatalidad. Un día me decidí, y seguí caminando por el camino de arcilla, el ruido que mis pasos provocaban me despejaron en la manera en que el paisaje cambiaba y a la vez era el mismo: Cambiaba con el aire, que no se asemejaba nunca en ninguna parte, cambiaba con las extensiones del valle que a pesar de su símilaridad no eran iguales, cambiaba en la medida en que el movimiento me permitía pensar en otras cosas, no así la inmovilidad, que obliga a fijar la vista en un punto –cualquiera, cualquier punto es fatal e idóneo- en el que todas las ideas se abolpan, insisten en su importancia, se conglomeran hasta que su peso se torna agobiante; y al final no queda mas que la certeza de haber perdido el tiempo en pensar y no solucionar nada. Cambia y es el mismo, por que mientras mi mente se aclara puedo ver los colores una vez mas, y el valle sigue siendo de un mediocre color verde, que se confunde con el cielo y la tierra.
Un día encontré a una mujer, andaba por el mismo camino, y tal vez por aburrición o desencanto, puso voz a su mutismo, y sin decir nada me hablo de todo. Sin necedades, vacíos o aberraciones me forzó a hablar. Y las palabras después de tanto tiempo de estar guardadas duelen al salir; expresarse es nacer, es morir a lapsos, y es un limbo atosigante cuando la expresión se ha secado con la sucesión de los días; expresarse es sacar todo, es exprimir, y de esa manera la mujer me tomo en brazos y me levanto, me torció, abrió mi pecho a fuerza de preguntas simples y busco adentro, me hizo ver en perspectiva y halle un grito. Desgarre mi garganta y solo ella estuvo ahí para escucharme.
“No tengo un pasado digno de ser escuchado” dije, en cuanto pude hablar después del alarido; “Busco alguna memoria que pueda servir de referente a mi vida, pero no, nada, solo los lamentos de mi adolescencia”.
-¿Por qué?- Pregunta ella.
“No sé”
Y me dedica una larga e intensa mirada.
-Si, no sabes-
Llegamos al fin del camino. Y no hallamos nada; solo el eterno, mediocre verde que se confunde con el cielo y la tierra.

martes, mayo 09, 2006

Quicio...

Día, luz que resuena en las paredes pidiendo a gritos silencio y más tiempo para encontrarse a si mismas en este desfasado espacio que vibra y niega lugar a la mutilada estancia creciendo a razón de la añoranza. Día de vuelco y reflujo, y letras engañadas y fuera de sitio. En mi anhelo por un ideal -no importa cuanto dure- salí a buscar un orden sobre el cual acomodar todas aquellas cosas que, pretéritas, insisten y abducen atención a otros tiempos, míos, pero ya ajenos.
Necio sumido en insomnio y cargando alegorías viejas y secas. A media noche caí en cuenta que estoy resbalando, que estoy cayendo. Me obligo a salir, a despertar, a ver. Me obligo a olvidar y a dar otro paso, pero en este momento, no. Escucho a mi pareja revolviendo las sabanas, esperando en sueño a mi sueño, repaso mentalmente las cosas que tengo que hacer y las que quiero hacer, describo paisajes que no visualizo, escucho el sonido de la noche y compongo cuadros bajo reglas matemáticas inoperantes solo para aturdirme, y arrullarme, y dormir. No concilio el sueño.
Empático, planeo colores, sonidos, grandes líneas. Empalmo tiempo y tiempo y la resonancia es música tremenda que no puedo reproducir, este anhelo se alimenta de mis carencias, me muestra a mi mismo en estado hipnótico/somnoliente y hambriento a las dos de la mañana rayando las tres, y el ansia en vilo y las grandes líneas al olvido, y la carencia patente y la conciencia perenne, y el llamado de la cobija que promete momentáneo olvido y paz forzada y olvida eso, que el tiempo desperdiciado cuesta más que la renta de un campo fértil, mejor escribir, mejor hacer, mejor proyectar la ausencia, escribir la nostalgia y preservar esta sensación para no morirse de nausea y/o abulia, llamar a gritos o a putazos a la razón verdadera, salir a por todas y llevar la linterna, y la luz que no alcanza y la pretensión gráfica sin sustento económico ardiendo en mi deseo de acariciar una visión plena de todas estas cosas que no puedo describir por pericia oxidada y años atrás en pugna por un virtual presente. Es por eso que decido no dormir a marcha forzada e invitar a quien esto lee a compartir el insomnio o el anhelo de música tremenda en busca de espacio u alojo temporal que auspicie el deseo y alimente el alma de estas ganas de salir del desfase para encontrase de nuevo uno, tranquilo, y en correcta perspectiva.

viernes, mayo 05, 2006

No me parezco a ninguno de mis padres...

No me parezco a ninguno de mis padres; nací en un día olvidado de mayo, en el año de 1978.
Mía fue la bendición de no haber visto mi rostro en el espejo durante mi corta inocencia; nuestro el siglo de los espacios pequeños atestados del prójimo.
Y así, con todos los ojos del mundo sobre mi cabeza, me abrí paso en calles que nadie recorría, o que andaban en un muy corto trecho; la costumbre de hablar de los demás se me antojaba insoportable y vana, y sin embargo, eran todas aquellas voces las que me mantenían tranquilo, sano, y cordialmente en silencio.
El silencio, que durante mucho tiempo precie como una propiedad exclusiva pronto se extendió.
Y las voces callaron.
Perdí mi sanidad el día que mire al mundo sosteniendo silenciosamente un espejo frente a mí. Mi rostro no era la máscara que todo hombre porta para enfrentar a otros hombres, mi cuerpo era una enorme ampula, diáfana e informe, terriblemente blanda y húmeda.
Entonces comprendí el porque de las voces, y los dueños de las voces comprendieron el porque de mi silencio; cuando quedamos todos frente a frente, y sin palabras en los labios, fue claro que no serían ellos quienes se disculparan del curso de las cosas que aún ahora resultan incomprensibles.
Escondí la horrible transparencia amarilla de mi cuerpo en el único lugar en donde las ideas cotidianas no me encontrarían, aspire una honda bocanada del aire gris de las ciudades que había conocido hasta entonces, y con mi último halito de inocencia, lloré.

No se esta más solo en soledad que en incomodo contacto, forzado, con el resto de la gente; y apenas formulado este pensamiento me convierto en el paradigma de la contradicción, pues solo deseo encontrarme una vez más entre aquellos que me desprecian; no por amor, si no por costumbre. La vida, mi existencia, se ha vuelto insoportable mi sola compañía, anhelo aquellas voces que antaño me mantenían tranquilo, sano, y cordialmente en silencio.
Así, la necesidad me obligó a adoptar las posturas enfermas que permiten ser parte de la sociedad de las ciudades tristes; mi disfraz tenía los bolsillos vacíos, pero fui recibido con una sonrisa.
Desde entonces no decepcioné a nadie, mi comportamiento para con los demás era el mas apropiado y siempre tuve la cordialidad de mis compañeros para sentirme en completa paz con la comunidad; nunca antes la historia había tenido entre sus paginas intrínsecas a nadie tan deleznablemente vulgar e hipócrita.
De esa manera, jamás el peso de la culpa doblo mis espaldas por completo pues compartía la carga con todos y cada uno de mis compañeros de juegos; juegos que nadie tomaba por perversos pues solo jugábamos con palabras, las torcimos siempre, deformando cada vez mas hasta que en su deformidad grotesca se tornaron algo mucho más insoportable que la cacofonía de la insana cordialidad: no decíamos mas que verdades escondidas en un dejo de zalamería.
El juego, antes el común entre nosotros, termino como la marcada diferencia que puso fin al juego mismo; nunca más pude encontrarme con mis amigos sin tener la imperiosa necesidad de sonreír como lo hacen los ahogados. Pero no por eso se convino un cambio en nuestras actitudes, por el contrario; la cordialidad es perpetua ante la relajante distancia que nos inventamos junto con el tiempo y las actividades cotidianas; se continúan, ininterrumpibles, las voces que me mantienen tranquilo, sano, y cordialmente en silencio.

Ahora una interminable rutina, la locura acaricia mis sienes pero yo no puedo atenderla, pues mis deberes gritan más fuerte.

Una noche, comparando nuestros niveles de éxito sentados alrededor de una mesa, emulando a los antiguos cazadores rodeando el fuego después de un día de presas, sangre y recompensa; tomamos una dama y la desnudamos sutil, enteramente, y sin piedad alguna, la violamos sobre nuestra mesa.
Maldita la resaca que al desvanecerse aclara la mente por momentos, maldito el sueño etílico que esconde las memorias, y las muestra de golpe en un instante de lucidez solo comparable con la iluminación divina, y maldita la condición del hombre y su irremediable rendición ante los sentimientos; pues al irse la gloria alcohólica la dama humillada se presento demandante ante mí, exigiendo a gritos muerte o consuelo, pero yo no puedo darle ninguna de ambas pues su drama me ha conmovido hasta la inutilidad, su pena me pertenece porque aquella dama es mi conciencia.
Lloré una vez mas, ambos lloramos. Llorando recorrimos calles que hacia tanto tiempo habíamos dejado de ver, pensando todo el tiempo cuan inútil resultaba el pensar cosas que ya no podían remediarse mas que con acciones; nadie puede tirar los dados y arrepentirse cuando los números han sido mostrados.
El andar sin animo de andar, nos devolvió a una comunidad que hacía algún tiempo había tachado de insignificante; la violada fue recibida sin prejuicios a condición de ser llevada, nuevamente, a la mesa redonda de los incautos... y acepte, ¡Oh! Acepte, ¿¡por qué!?, loco, loco estúpido, tu vanagloria ante la seducción de un cuerpo desnudo al otro lado de la puerta de la sanidad nunca fue mas fuerte que la locura misma, cruzaste el umbral y no te diste cuenta.
Una sonrisa se dibuja en mi rostro, muy parecida a la sonrisa que esbozan los ahogados; pues la locura siempre estuvo conmigo y ahora mismo es la locura la que me hace sonreír, es tenaz y su persistencia despierta mi ternura, mas no puedo rendirme aún a sus caricias pues quiero disfrutar de lo que viene con toda la lucidez que me sea posible; quiero y necesito la condolencia de la comunidad antes de desfilar ante los colores vivos que se reflejan en el eterno espejo que las voces no han apartado de mí.
Tomo la lastima como un sucedáneo; regocijado ante la esperanza de tranquilidad, desnudo de nuevo a la violada y ella no se resiste, acepta el manoseo, la exploración, y la brusquedad del acto; la veo apretar ansiosa contra sí las acusaciones que la signan como una loca perdida, como una puta. Desesperanza ahora que el acto termina, la dama yace sobre la mesa con la mirada lánguida... no sirvió, nada sirvió; las condolencias no llenaron el hueco que debían llenar, vendí mi alma a un puñado de pordioseros y ahora debo dejar la última traza de humanidad que, como la inocencia, se pierde en el tiempo en llanto amargo... mi disfraz siempre tuvo los bolsillos rotos pero ahora ya no puedo disimular el estigma del fracasado.

Ya no quiero andar más, observo a mi dama acostada sobre su espalda esperando el momento en que la levante y nos marchemos, pero tal vez eso no suceda jamás: trato de cubrir su desnudes con mis manos pero cada persona que pasa insiste en mirarla y no puedo evitarlo.
Los días se suceden y ya no nos queda carne para ser devorada por los curiosos.

Una mujer nos observó todo ese tiempo; a lo lejos, su silueta era lo único que no cambiaba en el paisaje. Un día se acerco y dijo: “ven conmigo”, y yo la seguí...
“Eres descuidado” -decía al andar- en toda tu vida lo único que has hecho es tratar de evitar la mirada de los otros, incluso creíste que su repulsión se debía a tu cuerpo mal nacido; ahora que ya no te queda mas que el huir de los que anhelas cerca, te mostrare la simpleza en que consiste ocultar la desnudez a la que te sientes ineludiblemente forzado”.
Y acto seguido, tomo mis manos y con ellas cubrió mi rostro, y las voces callaron una vez más.
No escucho nada.
“Que quieres escuchar y yo lo diré”.
No... necesito las voces.
“Para qué, no dicen nada de cualquier forma”.
El silencio me desespera.
“La desesperanza es parte de la condición humana, lo mismo que la tristeza”.
No, necesito la tristeza...
“La tristeza eres tú, solo eso, siempre has querido evitar la mirada de los otros pero insistes en escucharlos; escuchar permanentemente las voces que según tu, te mantienen tranquilo, sano, y cordialmente en silencio... tal es un engaño; nunca has estado más tranquilo como ahora que estas conmigo, ahora que estas loco; con el rostro cubierto trasciendes a tu desnudez, porque de esta maneras evitas definitivamente el espejo que interminablemente tienden ante ti. Tú no eres tu rostro”.
Y se fue, escuche sus pasos alejarse; cuando regreso estaba cubierta de sangre, el hedor la delataba como asesina y eso no me importo.
Anduvimos juntos durante largo tiempo como dos amantes aburridos de sí, ella delante de mí, yo delante de ella; la cercanía no fue parte de nuestros actos porque tal vez nunca quisimos, realmente, terminar como terminamos.
La ciencia se volvió tema habitual entre nosotros, y quienes nos escuchaban al pasar nos invitaban a ser parte de una especie de hermandad, y por diversión aceptamos. Devuelto a la comunidad, nadie puede dejar de notar que ese es el punto en el que el circulo empieza y termina. Un salir y entrar al aro, como los peces desearían poder salir y entrar de la red, solo para poder burlarse del pescador que insiste en un inútil oficio; como los hombres desearían tener un pescador del cual burlarse.
El gozo del elitismo fue efímero, todos aquellos supuestos hombres sabios pronto demostraron su falsedad; la comuna se torna una caricatura grotesca acerca de los conocimientos y la cultura. Nada sabíamos, y no nos dábamos cuenta de ello.
Entonces qué, a quién, por qué seguir un ideal si nadie sabe a ciencia cierta lo que cree que sabe, por qué seguir normas que nadie respeta; la admiración de los ídolos es nada cuando los fanáticos caen en cuenta de que sus adorados no flotan como juran que pueden hacer; he sido criado entre estúpidos y ahora no sé de que otra forma comportarme.

La mujer, endurecida por las costras de sangre seca, ahora desfila con todas las cosas a las que he decidido abandonar. Me mira sin expresión en su rostro y sabe que, ahora sé, de quien se trata. Aquella mujer y la dama violada son una y la misma; siempre supo que la abandonaría, pues ya lo había hecho en ocasiones pasadas.
Vuelto a la parte en la que camino sin rumbo; dos perros van detrás de mí, y hablan, hablan de estupideces que ya he escuchado antes –ahora todo me parece estúpido- me detengo para verlos pasar, y mirando la manera en que mueven la cola mientras charlan, río, como hace tanto tiempo no lo hago, la carcajada se parece a un ladrido que altera a los que se alejaban y dejan su charla para después, me ladran y no puedo dejar de burlarme de ellos; otros perros se unen a nuestra violenta risa que se prolonga hasta el amanecer y el próximo, y así hasta el siguiente día; y de esa forma, ladrando, muero.

Muerte.
Enloquece.
Muero.
Obligado.
Muerto.
Olvidado.
Muere.
Se feliz.

Una lagrima obligada por la risa se mantiene en precario equilibrio entre mi ojo y un abismo; mi otro ojo, empequeñecido por una batalla que no recuerdo, y en mi boca, al fin, se dibuja verdadera una sonrisa, como sólo el ahogado. Un ligero viento eleva mi cuerpo que ha dejado de tener peso; vuelo, cual hoja muerta al final de los días; un querubín me atrapa y me lleva consigo a un lugar que apesta a guayabas. Fui obligado a hablar con la verdad que los habitantes de aquel sitio anhelaban, y también fui tratado con la informalidad con la que se tratan los parientes lejanos.
Así es el infierno, una interminable sucesión de días inútiles.
Sin castigo o recompensa, no hay mas verdad que aquella que reza que todo es mentira, nada de lo que cualquiera pueda hacer o decir sirve para conocer el otro lado de una puerta que nos ha sido mostrada como inalcanzable; y es por eso que nos volvemos parias, por que todos, en algún momento de aquello que los demás llaman vida, tenemos la confusa certeza de saber que la puerta es inalcanzable porque no existe.
Abandonado sin la posibilidad de que aún muerto, pueda dejar de ser... solo un momento, la milésima parte de un segundo o menos que eso. Dejar de ser es todo el descanso que necesito y sin embargo me esta negado; solo puedo dejar de estar, y quiero estar solo.
Evitando, como me enseñara aquella mujer, la tonta mirada de los alados, corrí presto a cumplir mis deseos, encontré un agujero en el suelo y me escondí en el. Ahí había un gusano y su comuna; aquel gusano se acerco a querer hablar conmigo, ¡el colmo!, evadí preguntas y seguí corriendo agujero adentro hasta que definitivamente perdí de vista a todos, o mejor dicho, todos me perdieron de vista. No maldije, no grite, no llore; solo espere a que terminara aquel momento de soledad que me había construido –por que nunca duran cuanto quisiéramos- anduve un poco mas, y me encontré con Dios, que era alto y de una delgadez extrema, terriblemente blanco, indeciblemente triste; me miro por un momento a los ojos y no pude evitar el sonreír ante la ironía, un alma pagana frente al sueño de todo devoto, quise decírselo a él, que riera conmigo, pero no pude; pues de sus ojos me dio a beber del trago amargo que es la inmortalidad, del incomparable dolor de ver pasar interminables los días, dolor que se dibujo nítido en mi mente: tenía forma de mujer y de hombre, y de niño, y de anciano; del hastío aburrimiento de no ver nada nuevo en la insípida corriente de lo que han llamado tiempo; si no es posible oír la locura, si no es posible siquiera palparla, deben temer ahora que saben que se puede mirar, Después de comprender cual es la diferencia entre Cordero y León ya no queda en el universo mayor misterio que desentrañar.
Luego, fue él quien sonrío, y aferrándome del hombro dijo: “No creas nada de lo que dicen de mí”.
Diciendo esto, me comió. No sentí necesidad alguna de escapar de su vientre como quería escapar de su infierno.

Luego... fui excretado al mundo material, en un día que me signa como un Tauro.
Devuelto divinamente a las voces que me mantienen tranquilo, sano, y cordialmente en silencio...