miércoles, mayo 31, 2006

De espíritu

Un vaso.
Alguien olvido romperlo.
En él permanecen los aromas
de viejos cicutas que a nadie
llevaron a la muerte.
Un vaso,
simple masa transparente
y sin embargo poderosa,
se erige magnánima pues es el vaso
quien escoge quien beberá de él;
pero es precavido, así que toma los sueños
y los regresa con nombre de voluntad o vicisitud
-o como quiera que se llame ahora-
y se inventa pléyades atestadas de seguidores
que buscan consuelo en un trago amargo.
Vaso de cristal.
Vaso de metal.
Vaso de gusto caliente y desagradable
que a la vez es enorme y muy frío;
vacío y profundo,
claro y críptico,
todo y nada.
Un vaso
que no se mueve
y esta en todos lados,
en todas las conciencias,
y en el peso de las culpas.

viernes, mayo 19, 2006

Sentido de pertenencia -lapso reducto a una perspectiva insomne-

Tengo un cuerpo y un alma plenas, campo fértil para la idiosincrasia, para el chovinismo, para sanear la espera y para esperar eternamente; tengo una casa donde dormir, comer y beber a escondidas, a veces también fumar, pero trato de no hacerlo para evitar contrariedades, es decir, vivo sin más y me dejan vivir sin menos que eso -eso que puede ser una oportunidad para echar a perder mil cosas y volver, comenzar de cero- puedo salir de nuevo a dar un grito o a decir algo inteligente, por que tienes boca para hablar, para hacer callar a los que tengan un vocabulario menos amplio que el mío o una voz menos potente pero quizá más importante; tengo una manera de ver las cosas que difieren en grandes medidas a la manera de la que se place la generalidad en ver, aunque a veces tenga que contentarme con lo poco o lo mucho, o la nada o el ya mero; tengo ansiedad por terminar, necesidad de terminar, miedo de terminar. Tengo miedo... miedo de andar, de dar otro paso sin saber que es lo que hago; tengo miedo de estar necesitado de suspiros de ausencia, de la ansiedad por el colmo, de no ser todo lo que creo, todo lo que espero; tengo miedo de ser lo que la gente quiere que sea; tengo miedo de no hallar camino, de no estar contigo cuando las cosas se tuerzan y no sepa por que, tengo miedo de no poder sublevarme a las taxonomías y tener que rendirme al vasavercomoyoteníarazón de muchas gentes mayores, perdón, pero no puedo decir adultas. Tengo miedo a los juicios, a los prejuicios, a las acusaciones; tengo miedo de no estar ahí cuando la oportunidad se presente. Tengo miedo de ser tan solo un eslabón, una etiqueta, una marca con la patente pendiente; tengo miedo del desatino, de la toma de decisión y todo lo que conlleva; tengo miedo de quedarme y tengo miedo de irme; tengo miedo de ser; tengo... tengo un cuerpo y un alma plenas, ¡y mira! ¡una cabeza!, pienso usarla, despejar todas esas dudas que me constipan la flora intestinal, reducir todas ellas a una sola y tal vez la más apremiante: ¿Qué hago?

¿Qué estoy haciendo?

miércoles, mayo 17, 2006

mediocre verde

Un día estaba en un valle inmenso, de verdes confusos entre el cielo y la tierra, gastando mis fuerzas para hacer camino para el que viene. El camino es de arcilla y el sonido de mis pasos es la única referencia que tengo de mi conciencia; camino autómata por la simple razón de que sé caminar. Si hay final en la marcha es tan difuso como el comienzo.
Fue en esa senda donde curtí mi cuerpo, dando tumbos endurecí mi carne, sangrando adorne mi rostro con estigmas que despiertan la curiosidad del desconocido que se topa en mi camino, llorando comí de las palabras que cobran cuerpo en voces que almas muertas me ofrecían; y de esa forma, sangré sobre las hojas que llené de mis juveniles tormentos.
Un día, simplemente me canse de andar; aburrido comencé a atosigar al cielo con blasfemias, e ignorado, tome mi pluma y un diamante; con sangre escribí el titulo que creí mas apropiado en mí frente: Poeta. Me invente una expresión: sonrisa; y con el pecho erguido y andar orgulloso, junte piedras durante mi jornada y las lleve conmigo; las hice mis amigos y todos gustábamos burlarnos de lo que insistentemente llamábamos sistema.
Y con el sistema encima de nosotros, un día no pude cargar más con el peso de mis amistades; así que los abandoné y seguí el camino por mi cuenta. Me lamenté, continuamente, hasta que mi voz se hizo ronca; entonces patalee, y grité, y aullé, y lloré, y conté muchos días antes de que pudiera darme cuenta que ya no estaba molesto. Con la mano cubrí mis ojos de la luz y mire al horizonte, que seguía siendo de un verde confuso entre el cielo y la tierra.

Un día, me hice a un lado del camino y espere a ver quien pasaba; y así sucedieron varios días en los que pude ver muchas cosas; pude ver el buen sentido del viajero y aprender acerca de los viajes que aún estaba lejos de realizar. Cubrí la verdad en la seguridad de la mentira, y describí todos los colores que había visto: rojo, por las noches en vela inerte, blanco en los largos ratos de mortal ocio, azul en el fuego del alma y un mediocre verde para todo lo demás. Nadie entendió por que veía como veía, así como no entiendo por que hablan como hablan; no le debo nada al destino.
Parado al filo del camino fui presa fácil de las habladurías y los prejuicios, con los que llenaron un costal que abandonaron a un lado de donde dormía, desperté para verme obligado a cargar con un peso que no escogí llevar; la fama es ambivalente e ineludible y ahora recibo como obsequio la oportunidad de ser conocido –vaya suerte- y lamentarse no sirve.
Cargué con mi bulto y me dirigí a cualquier lugar, que es todo el mundo, todos los templos. Presumir mi costal era la única motivación que tenía para viajar y conocer los sitios, todos iguales y sin embargo, diferentes; un día, en uno de esos tantos sitios, una niña se acerco a charlar conmigo; me ofreció de beber y descanso, y me endilgo un discurso sobre las pasiones que engullí gustoso; dio masaje a mis pies, lavo mi cabeza... y me dio a probar de un dulce molusco de fuego. Me consumí en las delicias de las flores y vi por primera vez las perlas del cuerpo, jamás había experimentado placer en el trabajo físico y ya no podría dejarlo; fui a todos lados antes de que una bomba de hilaridad me estallara en el vientre... Al otro día desperté, y como con el costal, encontré a mi lado una niña que me endilgo un eterno sermón acerca de la moral.
No podré redimirme, así que llevo a la niña conmigo; fama e indignación a cuestas en una larga caminata, pronto fui un hombre físicamente fuerte a pesar de mis deseos.
Las noches se tornan insoportables al tener que compartir mi cama con una acompañante no grata. Las noches de luna llena se colmaron tanto de fealdad, que los días sólo podían ser tolerables completamente ebrio, así que trate de ocultarme trepando por el cuello de una botella, en el fondo encontré gente mucho más desagradable.
Un día me retire del camino -una vez más- aquellos que encontrara en el fondo de la botella acordaron quedarse conmigo, no me rehusé bajo condición de que no se me dirigiera la palabra; y cual ermitaño rodeado de compañeritos, frote con furia el titulo que me había puesto en la frente hasta que logre borrarlo del todo. Termine por apreciar la compañía que se encargaba de distraer a la niña que cargaba junto con mi costal, pronto organizamos una logia y nos pusimos nuevos nombres; entre todos escogieron el mío, y mitad en broma, mitad en serio; me llamaron Decepcionante.
Idiotas.
Ahora juego su juego solo para no ser aún más molestado. Aprendí a hablar como ellos y pronto me volví irritante; inventé cien himnos en mi honor, confeccione con cien guirnaldas la corona que ciñera mi cabeza, obligue a la logia a elevar a la apoteosis al hombre crápula e irreverente en que me habían convertido; Decepcionante sería su perdición en mis más exquisitas fantasías, pero no fue así. El día que había escogido para mi coronación corrió el vino con mayor fluidez que en ocasiones pasadas, inicie una discusión acerca de religión que llego a la violencia; termine apaleado en mitad de la calle y fuera, definitivamente, de la pequeña comunidad que nos habíamos inventado. Tomare mi tiempo en juntar fuerzas para levantarme, mientras tanto, mirare las estrellas bajo esta nueva luz. La imbécil neblina de la niña se había ido cuando mis compañeros robaron mi costal durante la pelea.
Hundí mi rostro en el fango que había formado mi sangre, y me hice, sin querer, una mascara. Con los dedos la moldee, la hice bella, corrí a un espejo para admirar mi obra, y complacido, me sacudí el polvo que se impregno en mis ropas, metí mi camisa torcida por la violencia en mis pantalones y eso fue mas que suficiente para ganarme otro titulo: Decente.

Una nueva vida, no puedo quejarme; tengo el cariño y la orgía de las mujeres, el aprecio de los hombres y la medida que el éxito exige. Puedo sonreír y fingir que las cosas marchan como debieran –de alguna forma, fingir es lo único que he aprendido- me inclino ante los signos que la cotidianidad toma como divinos y bostezo con las manos juntas a la altura del pecho. Me rió en la cara de quien me place y quien me place se ríe conmigo, ¡qué fastidio!, prefiero gastar los días en otra cosa. He adoptado a un cerdo y le enseño a cantar, y a bailar.
De nuevo la gracia. Cantando me fui haciendo de amistades nuevas, dando saltos frenéticos y giros gastaba toda la frustración de ser joven e inmóvil; me invente una vida rodeado de atletas vomitivos cuyas ideas se habían pulverizado con la practica violenta de sus pasiones, yo estaba con ellos solo para poder estar bajo el desgastante rayo del sol. acompañado para tener la certeza de que si desfallecía en algún momento, mi cuerpo sería recogido y llevado a un lugar bajo sombra –pero no tengo suerte, supuestamente soy físicamente fuerte y resisto mayor castigo que otros- Me acostumbre a la idea de que debía ser yo quien resistiera los embates –del tipo que fuese- y los golpes destruyeron mi mascara humedecida por las lagrimas y el sudor; bajo ella mi rostro se había vuelto duro, y me quede solo bajo la sentencia del cambio.
Y me sumí en un estado casi catatonico.
Todos los colores que había visto o creído ver se tornaron de un monótono gris, las cosas se envolvieron de insignificancias y el aire se hizo pesado e irrespirable, apenas lo justo para vivir; un manto de fealdad cubrió mis ojos y así anduve durante muchos días. Un día me canse de caminar, y regando la vista para tratar de discernir en donde me encontraba, me di cuenta por un momento que había vuelto al valle, y que estaba justo en el punto en el que me había desentendido de la conciencia. Me quede ahí, casi tanto tiempo como el que había gastado en salir de la penumbra de la fatalidad. Un día me decidí, y seguí caminando por el camino de arcilla, el ruido que mis pasos provocaban me despejaron en la manera en que el paisaje cambiaba y a la vez era el mismo: Cambiaba con el aire, que no se asemejaba nunca en ninguna parte, cambiaba con las extensiones del valle que a pesar de su símilaridad no eran iguales, cambiaba en la medida en que el movimiento me permitía pensar en otras cosas, no así la inmovilidad, que obliga a fijar la vista en un punto –cualquiera, cualquier punto es fatal e idóneo- en el que todas las ideas se abolpan, insisten en su importancia, se conglomeran hasta que su peso se torna agobiante; y al final no queda mas que la certeza de haber perdido el tiempo en pensar y no solucionar nada. Cambia y es el mismo, por que mientras mi mente se aclara puedo ver los colores una vez mas, y el valle sigue siendo de un mediocre color verde, que se confunde con el cielo y la tierra.
Un día encontré a una mujer, andaba por el mismo camino, y tal vez por aburrición o desencanto, puso voz a su mutismo, y sin decir nada me hablo de todo. Sin necedades, vacíos o aberraciones me forzó a hablar. Y las palabras después de tanto tiempo de estar guardadas duelen al salir; expresarse es nacer, es morir a lapsos, y es un limbo atosigante cuando la expresión se ha secado con la sucesión de los días; expresarse es sacar todo, es exprimir, y de esa manera la mujer me tomo en brazos y me levanto, me torció, abrió mi pecho a fuerza de preguntas simples y busco adentro, me hizo ver en perspectiva y halle un grito. Desgarre mi garganta y solo ella estuvo ahí para escucharme.
“No tengo un pasado digno de ser escuchado” dije, en cuanto pude hablar después del alarido; “Busco alguna memoria que pueda servir de referente a mi vida, pero no, nada, solo los lamentos de mi adolescencia”.
-¿Por qué?- Pregunta ella.
“No sé”
Y me dedica una larga e intensa mirada.
-Si, no sabes-
Llegamos al fin del camino. Y no hallamos nada; solo el eterno, mediocre verde que se confunde con el cielo y la tierra.

martes, mayo 09, 2006

Quicio...

Día, luz que resuena en las paredes pidiendo a gritos silencio y más tiempo para encontrarse a si mismas en este desfasado espacio que vibra y niega lugar a la mutilada estancia creciendo a razón de la añoranza. Día de vuelco y reflujo, y letras engañadas y fuera de sitio. En mi anhelo por un ideal -no importa cuanto dure- salí a buscar un orden sobre el cual acomodar todas aquellas cosas que, pretéritas, insisten y abducen atención a otros tiempos, míos, pero ya ajenos.
Necio sumido en insomnio y cargando alegorías viejas y secas. A media noche caí en cuenta que estoy resbalando, que estoy cayendo. Me obligo a salir, a despertar, a ver. Me obligo a olvidar y a dar otro paso, pero en este momento, no. Escucho a mi pareja revolviendo las sabanas, esperando en sueño a mi sueño, repaso mentalmente las cosas que tengo que hacer y las que quiero hacer, describo paisajes que no visualizo, escucho el sonido de la noche y compongo cuadros bajo reglas matemáticas inoperantes solo para aturdirme, y arrullarme, y dormir. No concilio el sueño.
Empático, planeo colores, sonidos, grandes líneas. Empalmo tiempo y tiempo y la resonancia es música tremenda que no puedo reproducir, este anhelo se alimenta de mis carencias, me muestra a mi mismo en estado hipnótico/somnoliente y hambriento a las dos de la mañana rayando las tres, y el ansia en vilo y las grandes líneas al olvido, y la carencia patente y la conciencia perenne, y el llamado de la cobija que promete momentáneo olvido y paz forzada y olvida eso, que el tiempo desperdiciado cuesta más que la renta de un campo fértil, mejor escribir, mejor hacer, mejor proyectar la ausencia, escribir la nostalgia y preservar esta sensación para no morirse de nausea y/o abulia, llamar a gritos o a putazos a la razón verdadera, salir a por todas y llevar la linterna, y la luz que no alcanza y la pretensión gráfica sin sustento económico ardiendo en mi deseo de acariciar una visión plena de todas estas cosas que no puedo describir por pericia oxidada y años atrás en pugna por un virtual presente. Es por eso que decido no dormir a marcha forzada e invitar a quien esto lee a compartir el insomnio o el anhelo de música tremenda en busca de espacio u alojo temporal que auspicie el deseo y alimente el alma de estas ganas de salir del desfase para encontrase de nuevo uno, tranquilo, y en correcta perspectiva.

viernes, mayo 05, 2006

No me parezco a ninguno de mis padres...

No me parezco a ninguno de mis padres; nací en un día olvidado de mayo, en el año de 1978.
Mía fue la bendición de no haber visto mi rostro en el espejo durante mi corta inocencia; nuestro el siglo de los espacios pequeños atestados del prójimo.
Y así, con todos los ojos del mundo sobre mi cabeza, me abrí paso en calles que nadie recorría, o que andaban en un muy corto trecho; la costumbre de hablar de los demás se me antojaba insoportable y vana, y sin embargo, eran todas aquellas voces las que me mantenían tranquilo, sano, y cordialmente en silencio.
El silencio, que durante mucho tiempo precie como una propiedad exclusiva pronto se extendió.
Y las voces callaron.
Perdí mi sanidad el día que mire al mundo sosteniendo silenciosamente un espejo frente a mí. Mi rostro no era la máscara que todo hombre porta para enfrentar a otros hombres, mi cuerpo era una enorme ampula, diáfana e informe, terriblemente blanda y húmeda.
Entonces comprendí el porque de las voces, y los dueños de las voces comprendieron el porque de mi silencio; cuando quedamos todos frente a frente, y sin palabras en los labios, fue claro que no serían ellos quienes se disculparan del curso de las cosas que aún ahora resultan incomprensibles.
Escondí la horrible transparencia amarilla de mi cuerpo en el único lugar en donde las ideas cotidianas no me encontrarían, aspire una honda bocanada del aire gris de las ciudades que había conocido hasta entonces, y con mi último halito de inocencia, lloré.

No se esta más solo en soledad que en incomodo contacto, forzado, con el resto de la gente; y apenas formulado este pensamiento me convierto en el paradigma de la contradicción, pues solo deseo encontrarme una vez más entre aquellos que me desprecian; no por amor, si no por costumbre. La vida, mi existencia, se ha vuelto insoportable mi sola compañía, anhelo aquellas voces que antaño me mantenían tranquilo, sano, y cordialmente en silencio.
Así, la necesidad me obligó a adoptar las posturas enfermas que permiten ser parte de la sociedad de las ciudades tristes; mi disfraz tenía los bolsillos vacíos, pero fui recibido con una sonrisa.
Desde entonces no decepcioné a nadie, mi comportamiento para con los demás era el mas apropiado y siempre tuve la cordialidad de mis compañeros para sentirme en completa paz con la comunidad; nunca antes la historia había tenido entre sus paginas intrínsecas a nadie tan deleznablemente vulgar e hipócrita.
De esa manera, jamás el peso de la culpa doblo mis espaldas por completo pues compartía la carga con todos y cada uno de mis compañeros de juegos; juegos que nadie tomaba por perversos pues solo jugábamos con palabras, las torcimos siempre, deformando cada vez mas hasta que en su deformidad grotesca se tornaron algo mucho más insoportable que la cacofonía de la insana cordialidad: no decíamos mas que verdades escondidas en un dejo de zalamería.
El juego, antes el común entre nosotros, termino como la marcada diferencia que puso fin al juego mismo; nunca más pude encontrarme con mis amigos sin tener la imperiosa necesidad de sonreír como lo hacen los ahogados. Pero no por eso se convino un cambio en nuestras actitudes, por el contrario; la cordialidad es perpetua ante la relajante distancia que nos inventamos junto con el tiempo y las actividades cotidianas; se continúan, ininterrumpibles, las voces que me mantienen tranquilo, sano, y cordialmente en silencio.

Ahora una interminable rutina, la locura acaricia mis sienes pero yo no puedo atenderla, pues mis deberes gritan más fuerte.

Una noche, comparando nuestros niveles de éxito sentados alrededor de una mesa, emulando a los antiguos cazadores rodeando el fuego después de un día de presas, sangre y recompensa; tomamos una dama y la desnudamos sutil, enteramente, y sin piedad alguna, la violamos sobre nuestra mesa.
Maldita la resaca que al desvanecerse aclara la mente por momentos, maldito el sueño etílico que esconde las memorias, y las muestra de golpe en un instante de lucidez solo comparable con la iluminación divina, y maldita la condición del hombre y su irremediable rendición ante los sentimientos; pues al irse la gloria alcohólica la dama humillada se presento demandante ante mí, exigiendo a gritos muerte o consuelo, pero yo no puedo darle ninguna de ambas pues su drama me ha conmovido hasta la inutilidad, su pena me pertenece porque aquella dama es mi conciencia.
Lloré una vez mas, ambos lloramos. Llorando recorrimos calles que hacia tanto tiempo habíamos dejado de ver, pensando todo el tiempo cuan inútil resultaba el pensar cosas que ya no podían remediarse mas que con acciones; nadie puede tirar los dados y arrepentirse cuando los números han sido mostrados.
El andar sin animo de andar, nos devolvió a una comunidad que hacía algún tiempo había tachado de insignificante; la violada fue recibida sin prejuicios a condición de ser llevada, nuevamente, a la mesa redonda de los incautos... y acepte, ¡Oh! Acepte, ¿¡por qué!?, loco, loco estúpido, tu vanagloria ante la seducción de un cuerpo desnudo al otro lado de la puerta de la sanidad nunca fue mas fuerte que la locura misma, cruzaste el umbral y no te diste cuenta.
Una sonrisa se dibuja en mi rostro, muy parecida a la sonrisa que esbozan los ahogados; pues la locura siempre estuvo conmigo y ahora mismo es la locura la que me hace sonreír, es tenaz y su persistencia despierta mi ternura, mas no puedo rendirme aún a sus caricias pues quiero disfrutar de lo que viene con toda la lucidez que me sea posible; quiero y necesito la condolencia de la comunidad antes de desfilar ante los colores vivos que se reflejan en el eterno espejo que las voces no han apartado de mí.
Tomo la lastima como un sucedáneo; regocijado ante la esperanza de tranquilidad, desnudo de nuevo a la violada y ella no se resiste, acepta el manoseo, la exploración, y la brusquedad del acto; la veo apretar ansiosa contra sí las acusaciones que la signan como una loca perdida, como una puta. Desesperanza ahora que el acto termina, la dama yace sobre la mesa con la mirada lánguida... no sirvió, nada sirvió; las condolencias no llenaron el hueco que debían llenar, vendí mi alma a un puñado de pordioseros y ahora debo dejar la última traza de humanidad que, como la inocencia, se pierde en el tiempo en llanto amargo... mi disfraz siempre tuvo los bolsillos rotos pero ahora ya no puedo disimular el estigma del fracasado.

Ya no quiero andar más, observo a mi dama acostada sobre su espalda esperando el momento en que la levante y nos marchemos, pero tal vez eso no suceda jamás: trato de cubrir su desnudes con mis manos pero cada persona que pasa insiste en mirarla y no puedo evitarlo.
Los días se suceden y ya no nos queda carne para ser devorada por los curiosos.

Una mujer nos observó todo ese tiempo; a lo lejos, su silueta era lo único que no cambiaba en el paisaje. Un día se acerco y dijo: “ven conmigo”, y yo la seguí...
“Eres descuidado” -decía al andar- en toda tu vida lo único que has hecho es tratar de evitar la mirada de los otros, incluso creíste que su repulsión se debía a tu cuerpo mal nacido; ahora que ya no te queda mas que el huir de los que anhelas cerca, te mostrare la simpleza en que consiste ocultar la desnudez a la que te sientes ineludiblemente forzado”.
Y acto seguido, tomo mis manos y con ellas cubrió mi rostro, y las voces callaron una vez más.
No escucho nada.
“Que quieres escuchar y yo lo diré”.
No... necesito las voces.
“Para qué, no dicen nada de cualquier forma”.
El silencio me desespera.
“La desesperanza es parte de la condición humana, lo mismo que la tristeza”.
No, necesito la tristeza...
“La tristeza eres tú, solo eso, siempre has querido evitar la mirada de los otros pero insistes en escucharlos; escuchar permanentemente las voces que según tu, te mantienen tranquilo, sano, y cordialmente en silencio... tal es un engaño; nunca has estado más tranquilo como ahora que estas conmigo, ahora que estas loco; con el rostro cubierto trasciendes a tu desnudez, porque de esta maneras evitas definitivamente el espejo que interminablemente tienden ante ti. Tú no eres tu rostro”.
Y se fue, escuche sus pasos alejarse; cuando regreso estaba cubierta de sangre, el hedor la delataba como asesina y eso no me importo.
Anduvimos juntos durante largo tiempo como dos amantes aburridos de sí, ella delante de mí, yo delante de ella; la cercanía no fue parte de nuestros actos porque tal vez nunca quisimos, realmente, terminar como terminamos.
La ciencia se volvió tema habitual entre nosotros, y quienes nos escuchaban al pasar nos invitaban a ser parte de una especie de hermandad, y por diversión aceptamos. Devuelto a la comunidad, nadie puede dejar de notar que ese es el punto en el que el circulo empieza y termina. Un salir y entrar al aro, como los peces desearían poder salir y entrar de la red, solo para poder burlarse del pescador que insiste en un inútil oficio; como los hombres desearían tener un pescador del cual burlarse.
El gozo del elitismo fue efímero, todos aquellos supuestos hombres sabios pronto demostraron su falsedad; la comuna se torna una caricatura grotesca acerca de los conocimientos y la cultura. Nada sabíamos, y no nos dábamos cuenta de ello.
Entonces qué, a quién, por qué seguir un ideal si nadie sabe a ciencia cierta lo que cree que sabe, por qué seguir normas que nadie respeta; la admiración de los ídolos es nada cuando los fanáticos caen en cuenta de que sus adorados no flotan como juran que pueden hacer; he sido criado entre estúpidos y ahora no sé de que otra forma comportarme.

La mujer, endurecida por las costras de sangre seca, ahora desfila con todas las cosas a las que he decidido abandonar. Me mira sin expresión en su rostro y sabe que, ahora sé, de quien se trata. Aquella mujer y la dama violada son una y la misma; siempre supo que la abandonaría, pues ya lo había hecho en ocasiones pasadas.
Vuelto a la parte en la que camino sin rumbo; dos perros van detrás de mí, y hablan, hablan de estupideces que ya he escuchado antes –ahora todo me parece estúpido- me detengo para verlos pasar, y mirando la manera en que mueven la cola mientras charlan, río, como hace tanto tiempo no lo hago, la carcajada se parece a un ladrido que altera a los que se alejaban y dejan su charla para después, me ladran y no puedo dejar de burlarme de ellos; otros perros se unen a nuestra violenta risa que se prolonga hasta el amanecer y el próximo, y así hasta el siguiente día; y de esa forma, ladrando, muero.

Muerte.
Enloquece.
Muero.
Obligado.
Muerto.
Olvidado.
Muere.
Se feliz.

Una lagrima obligada por la risa se mantiene en precario equilibrio entre mi ojo y un abismo; mi otro ojo, empequeñecido por una batalla que no recuerdo, y en mi boca, al fin, se dibuja verdadera una sonrisa, como sólo el ahogado. Un ligero viento eleva mi cuerpo que ha dejado de tener peso; vuelo, cual hoja muerta al final de los días; un querubín me atrapa y me lleva consigo a un lugar que apesta a guayabas. Fui obligado a hablar con la verdad que los habitantes de aquel sitio anhelaban, y también fui tratado con la informalidad con la que se tratan los parientes lejanos.
Así es el infierno, una interminable sucesión de días inútiles.
Sin castigo o recompensa, no hay mas verdad que aquella que reza que todo es mentira, nada de lo que cualquiera pueda hacer o decir sirve para conocer el otro lado de una puerta que nos ha sido mostrada como inalcanzable; y es por eso que nos volvemos parias, por que todos, en algún momento de aquello que los demás llaman vida, tenemos la confusa certeza de saber que la puerta es inalcanzable porque no existe.
Abandonado sin la posibilidad de que aún muerto, pueda dejar de ser... solo un momento, la milésima parte de un segundo o menos que eso. Dejar de ser es todo el descanso que necesito y sin embargo me esta negado; solo puedo dejar de estar, y quiero estar solo.
Evitando, como me enseñara aquella mujer, la tonta mirada de los alados, corrí presto a cumplir mis deseos, encontré un agujero en el suelo y me escondí en el. Ahí había un gusano y su comuna; aquel gusano se acerco a querer hablar conmigo, ¡el colmo!, evadí preguntas y seguí corriendo agujero adentro hasta que definitivamente perdí de vista a todos, o mejor dicho, todos me perdieron de vista. No maldije, no grite, no llore; solo espere a que terminara aquel momento de soledad que me había construido –por que nunca duran cuanto quisiéramos- anduve un poco mas, y me encontré con Dios, que era alto y de una delgadez extrema, terriblemente blanco, indeciblemente triste; me miro por un momento a los ojos y no pude evitar el sonreír ante la ironía, un alma pagana frente al sueño de todo devoto, quise decírselo a él, que riera conmigo, pero no pude; pues de sus ojos me dio a beber del trago amargo que es la inmortalidad, del incomparable dolor de ver pasar interminables los días, dolor que se dibujo nítido en mi mente: tenía forma de mujer y de hombre, y de niño, y de anciano; del hastío aburrimiento de no ver nada nuevo en la insípida corriente de lo que han llamado tiempo; si no es posible oír la locura, si no es posible siquiera palparla, deben temer ahora que saben que se puede mirar, Después de comprender cual es la diferencia entre Cordero y León ya no queda en el universo mayor misterio que desentrañar.
Luego, fue él quien sonrío, y aferrándome del hombro dijo: “No creas nada de lo que dicen de mí”.
Diciendo esto, me comió. No sentí necesidad alguna de escapar de su vientre como quería escapar de su infierno.

Luego... fui excretado al mundo material, en un día que me signa como un Tauro.
Devuelto divinamente a las voces que me mantienen tranquilo, sano, y cordialmente en silencio...

jueves, mayo 04, 2006

La vacilacion ante la virtual hoja en blanco -o breves de estomagos vacios II-

Un vago hilar de fragmentos, como despertar en un sitio que no conoces, como abrir los ojos y encontrar que la cotidianidad se a marchado para hacerse notar. Las calles están llenas de ausencias.

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Hoy es otro día. El desteñido cielo trae al ayer a acusar de presente, que dulce melancolía. Escucho un eco. El sonido de un teléfono sonando a la distancia es el simbolo que indica que no estoy solo, aún queda alguién. ¿Dónde estas?. Insisto y levanto la bocina solo para encontrarme con que la línea esta muerta, el tiempo inerte y mi espiritu flotando en las aguas, como el hipotético inicio. Mi recuerdo más lejano cruza mi mente y rescribe la brevedad de la historia... Es la parte del mundo que te pertenece, tan llena de signos que no entiendo y comparto. Como el gusto por el rayo del sol cuando quema el rostro. Como la tarde de brizna que se torno lluvia, o el chirrido de los limpiaparabrisas que se vuelven concierto de traseras luces rojas apagadas, o las largas charlas nocturnas esas donde se dicen las cosas que se callan a la luz del día,
luz que se cuela por la ventana y me trae de regreso al punto de partida.
Entonces me detengo un momento, Y recuerdo...

Y recuerdo.

El mismo miedo que sientes tú lo siento yo.