martes, junio 20, 2006

Fragmentos de momentos pasados (no. 3)

Tolero, toreo, me muevo para evitar una posible embestida de furor. Tomo las pinzas de corte y las arrojo contra la pared. Tolero, apesto, miro a lapsos el dibujo en la pared y el esqueleto que es su replica. Me desnudo y voy al baño; creo que en el pasillo me topé con mi padre, pues un grito de protesta se dejo escuchar detrás de mi cuando cerraba la puerta: prometo tener más cuidado. Tolero, gotas de agua resbalan por mi costado y mi espalda; el canon se erige enorme como tótem. Tolero, no tengo la más mínima intención de continuar con esta condición. Me alisto, parto; un rostro en semigrito me da vueltas en la cabeza. Estoy en clases, hay instrucciones de trabajos pendientes que no atiendo ni entiendo. Paseo por los pasillos, algunos saludos pero en realidad no he visto a nadie, creo que nadie me ha visto a mí; sin vernos podemos sobrevivirnos como antaño. Paseo por los pasillos y la encuentro, está de espaldas; esta vez estoy seguro de que se trata de ella, ella sabe que estoy atrás, voltea, me mira; por un segundo creo que se dará media vuelta y comenzara a buscar a alguien más, pero, por el contrario, se acerca; mucho me temo que me va a ofrecer una disculpa.
-Hola.
-Hola.
-Oye… ¿me perdonas?.
-Nada.
-Me sentía enferma.
-¿Cómo sigues?
-Ya estoy mejor, pero ese día no me aguantaba.
-¿Y hoy puedes hacerlo?
-¿Qué?
-Aguantarte
-… No estas de humor, ¿verdad?
-Es broma.
-Pues a la verga con tus bromas.
-… - Curiosa idiosincrasia nacional, entre hombres se mandan a la verga mutuamente y no pasa gran cosa; una mujer te manda a la verga y sabes que eso es lejos, muuuy lejos.

-No, ya… Chava, perdón.

Pero allá voy, lejos, muy lejos. Ahora en la distancia siento que la historia me destroza los hombros, y mi infancia marcada de “aguántesequenoeshombre” explota en mi estomago. Fuego. Mi traquea arde, clama alivio y lo encuentro en la posibilidad de gritarle a ella, reclamarle la falta de atención; quiero mandarla a la verga para que nos gritemos desde distancias similares; quiero tomarla de los hombros y agitarla violentamente para hacerle saber que no puede llegar así no más y besarme en la comisura de los labios para mandarme al diablo en cuanto se le pegue la gana… y si me insulta, voy a recriminarle las horas de insomnio y me cobraré cada cortada y pinchazo con el alambre recocido, y la mandare a la verga otra vez, y para entonces, ella ya estará lejos, aquí, en este sitio, pero bien lejos, en un lugar en el que ya no podremos vernos como antes y hablar sin que nos estorbe la cubierta de mierda que nos habremos de endilgar en esa cómoda distancia que es pelear ahora para no volver a hacerlo de nuevo nunca. Eso es lo que quiero hacer, vehementemente, y sin embargo termino por decir:

-No lo vuelvas a hacer y no hay pedo.

Mierda, eso fue miedo a la distancia.

Ella baja la mirada y se queda clavada al suelo un momento, al otro ya esta cerca de mi y me esta abrazando, yo la abrazo a ella y puedo quedarme ahí, con la cabeza sobre su hombro, descanso.

-¿Quieres dormir un poco?

Después estamos en una de las áreas verdes de la escuela, acostados sobre el pasto y hablando de cosas azules y ansiedades a ras de tierra; me estoy quedando dormido, pero el tacto de sus dedos en mi rostro me despierta a ratos, y ella esta ahí, lagrimas corren por sus mejillas, las seco con el dedo índice de mi mano derecha y no comprendo nada más allá de la común percepción del tiempo y estamos abrazados de nuevo; es tarde, lo sé, trato de incorporarme, pero su peso me lo impide, me obliga a acostarme de nuevo y siento que puedo quedarme ahí, con la cabeza sobre su pecho que sube y baja a un ritmo regular. La besé.

La besaba; el mundo, de repente, me parecía distinto, conformado por ella que temblaba, que suavemente se apoyaba en mis hombros y me llevaba a tierra una vez mas, éramos dos cuerpos inertes que van cobrando vida poco a poco a medida que se van reconociendo en vista y tacto; dos entes en pugna por su propia existencia, dos que no pueden saber que ahora, en este momento en que la carne se torna éter la distancia se anula, y con ella el tiempo, y todos los convenios son reinventados; después éramos tierra y concreto y conjuntos de áreas verdes en un lugar especifico de una zona industrial de la ciudad, para después ser el distrito completo y sus orillas y extendernos más allá con cada movimiento; alcanzar la ciudad completa, el país, el continente; abarcar el océano y mayores extensiones de tierra, destruir los limites, las fronteras; subir a la estratosfera, salir, llenar el vacío con nuestros cuerpos que se habían convertido en el de todas las parejas; abarcar la vía láctea, alcanzar la próxima galaxia, o ya de perdida, un salón que estuviera vacío. Era tarde, la escuela estaba parcialmente desierta. Los árboles bailaban al lento ritmo que imponían los acordes del viento, nosotros bailábamos a su ritmo, con la puerta cerrada, pendientes a lo que sucediera adentro y afuera, ya sin abrigos, sin tapujos ni palabras de por medio. Buscábamos el rincón idóneo, mientras que yo recorría todos los bordes de las costuras de su ropa, y me abría paso a través de ellas; la memoria me hablaba y dirigía mis manos que se encontraban rondando un lunar en su pecho, cercano a su aureola izquierda, era antes, y como antes, ella esta aquí, de nuevo, como antes, pero ahora es distinto por que ella esta sonrojada y cubierto de un ligero rocío, breve y constante, que no se parece a la carga del lúpulo en la sangre; ella huele a galletas, no ha cerveza como antes; el lugar huele a polvo anegado, a aula vacía, no a tabaco circulando espeso por el techo, como antes. Huele a mujer en entrega, a hombre en pugna, a seres encontrándose y tratando de entender algo de lo mucho o lo poco haciendo cinestecias con un cuerpo que no es el propio, y descubrirse uno en la otredad del poeta y no ser ajenos nunca más uno del otro y del resto; es como entonces, ahora mismo, sonrosada, y blanca, y suave. Sus manos estaban en mis costados, su boca en mi cuello, su pantalón resbalaba por sus muslos y el mundo afuera que de repente había decidido asaltarme en pensamiento y acción. El suelo esta frío, lo sé por que ya estamos sobre el, coloco mi chamarra debajo, parece suficiente, pero un nerviosismo repentino y punzante no me dejaba en paz: mala señal. Esto es serio, lo siento, mi pulso esta en match uno, puedo morirme en cualquier momento y en cualquier momento empezar a vivir. Ella estaba desabrochando mi cinturón, y jadeaba; yo no me encontraba señales de vida, ni la más mínima intención de una erección. Me eche una porra mental, tome a Gaby por la cintura y la acosté boca arriba y me puse encima de ella, y me nalguee, y ella río, eso alivió un poco la tensión, pero no fue suficiente, mi situación no había mejorado. Maldije al cielo y al infierno, y al mundo entero; apreté la quijada y me eche otra porra, pero no pasaba nada. “Ayúdame”, le dije en un susurro, y tomo mi flácido miembro y lo dirigió hacía ella: “¡Así no!” pensé, y pareciera que me escucho, pues quedamos tan al borde uno del otro, que apenas dar un paso más, entraría… para no hacer nada. ¡No me hagas esto ahora!, levántate, ¡y anda!. ¿No?, bueno, urge probar otra cosa. Las rodillas comenzaban a dolerme, tome a Gaby de la cintura y esta vez yo me acosté boca arriba, ella encima de mi moviéndose suavemente, con la boca apenas abierta, y la indiferencia de la mitad de mi cuerpo que estaba obstinado en mantenerse inerte, inamovible, inconmovible y enrollado en si mismo como una cochinilla.

De repente, ella se detuvo.

Una lagrima asoma por sus ojos, surge lenta y malabarea en sus pestañas, recorre su mejilla, salta al precipicio y se estrella en mi rostro, entonces ella rompe en un llanto ahogado.
-No puedo…- dice en un susurro, y su cuerpo se deshace en espasmos de llanto contenido. Yo no digo nada, no hago nada; me quedo ahí tendido, con ella encima y la impotencia patente y omnipresente. Ella se levantó, estaba despeinada y con las lagrimas embarradas en todo el rostro y en mi camisa. Me miro, la expresión en su rostro denotaba el inevitable sino de la actualidad humana: no me decía nada y ya me había ofrecido un millón de disculpas…

-Yo lo amo a él.

Sus lagrimas me quemaba el rostro, la acústica del salón era particularmente odiosa. Voces de afuera nos obligaron a dar un salto y subirnos los pantalones: éramos un par de niños que acababan de mostrarse su desnudez. Nos miramos un rato más, tratábamos de explicarnos a nosotros mismos en oídos ajenos, nada más inútil en ese momento.
No hablamos después de eso, simplemente nos dirigimos de regreso al edificio donde nuestras clases habían terminado hacía mucho. Ella tomo un rumbo, yo otro. Camine aprisa para rodear los edificios que entorpecen la trayectoria en línea recta hacia la salida, Daba vuelta a la esquina del último edificio cuando me encontré de nuevo con Gabriela Delgado, allá, a unos diez metros de distancia y, sin embargo, lejos, más lejos que en la pelea de mediodía. Su novio estaba ahí, buscándola; ella fue a encontrarle, lo abrazó largo rato, lo tomó de la mano, y se fueron. Yo me quede un poco más, inevitablemente ridículo; la tarde, inusualmente gris, había terminado. La noche era roja y de llamitas en circulo que era un grupo de chicos que fumaban sin hablar, me dirigí hacia ellos y les pedí un cigarro que no me negaron, si les hubiera pedido un abrazo tampoco me lo habrían negado. Fume lentamente, me pasee sin rumbo por la escuela hasta que la colilla despidió el último hilo de humo y dejo inscrito en el filtro una letra efe de hollín y alquitrán. Algunas carcajadas furiosas me distraen de la letra, se acercan grupos de chicos y chicas que están dispuestos a marchar juntos por tiempo indefinido siempre y cuando no tengan que encontrarse demasiado cerca uno de otro; se enfilaban a la salida. Me fui detrás de ellos, les pedí un cigarro que no me negaron; los acompañe hasta la puerta de salida, donde un muchachito evidentemente ebrio me buscaba pelea; lo deje fanfarronear, pues hasta a mi me causaba gracia su torpe lengua hilando vocablos ofensivos y babeantes. El lugar fue quedándose vacío poco a poco, solo entonces me anime a marcharme pero no podía ir a ningún lado. Con todo, echo a andar y a urdir argumentos solo en caso de que alguien me pregunte que pasó en este día. Camino sin rumbo aparente y llego a casa de Gaby –morenita, cabello largo a los hombros, que cada que me encuentra me habla de ella por que bien sabe que no tiene tema mejor entendido que el de ella misma, que comprenderá el hecho de que la busque a estas horas para hablar de mí- y toco el timbre, y espero... esperé, pero nadie respondió.

miércoles, junio 14, 2006

La giganta de los dias dificiles (II)

Esta ciudad, giganta gris, es el enorme personaje que viste de fondo esta historia y esconde en sus manos dos formas de sobrevivir. En la derecha tiene las normas y los horarios, los días y cada hora cercando cada minuto en aras de la cotidianidad, la honradez, la ciudadanía perenne y siempre conciente de su muy particular lugar en esta parte del mundo. Esta ciudad, espectro expectante a la caza de almas ambulantes en su cementerio de esquinas, esconde su mano izquierda donde tiene la otra forma, la difícil, la impensable, la fuera de lugar, la sobrevivencia en vilo, la de la actividad sin remuneración, la de los días difíciles, la de las satisfacciones sin reconocimiento, la de familia en contra, la de personalidad en pugna, la de el ya casi, ya casi.
Esta ciudad, grisomante aguardando en el laberinto, ha venido con la firme intención de hacerme escoger, me ha tendido las dos manos enfrente en la forma de una menuda mujer, antigua amante, que llanea de palabras arenodontes pregunta por mi, por ella, por mi hijo, y pretende hacer pasar esta parte de mi historia como un rumor, como un mal chiste. “Hasta aquí llegaste” dice mientras mueve la cabeza en negativa, y yo, yo no puedo darle la razón, no por orgullo, no por ánimo revolucionario, si no por mi, por que no puedo simplemente olvidar el trabajo que a sido llegar hasta aquí simplemente por que, sobrevivir, es tan difícil. No. ¡No!. A mitad de la entrevista doy media vuelta y salgo corriendo con el alma en vilo y mil ideas que registrar en pixeles, en papelitos donde hablo de ti, en estas virtuales palabras donde no me encuentro dispuesto a rendirme a pesar de el enorme culo del mundo me apunta y se prepara para sentarse sobre mi. Mierda –literal mierda- a pesar del hedor no voy a rendirme.
No quiero rendirme…

miércoles, junio 07, 2006

de aquellas ocasiones, cuando te descubres a ti mismo anhelando...

Salir a mitad del viento, desnudarse, bañarse en la corriente y dejarse ir, sin temor, sin ánimo de fomento al complejo y con la convicción de que este será el día en que digas “basta”, y comiences a enumerar todas esas cosas por las cuales darías este tiempo que te resta. La mañana despunta vestida de violeta y alma ausente buscándose alma en la plenitud de la tierra, y este lenguaje tramando trabas para hacerse lengua y salir para ir a aquel sitio sin espacio definido pero aguardando su momento para ser uno y único nombrado como el sueño ya distante, pero que fue motor que abriera mis ojos anhelando mirarte; dormías, y yo me sentí incapaz de llamarte, despertarte para enunciarte todas aquellas cosas que me tienen irracional y temperamentalmente estancado, imposibilitado de salir a mitad del viento donde me encuentro desnudo, si, pero lleno de dudas, creciendo en mar tremendista, con la mirada apartada de la cotidianidad y acariciando deseos difusos. Entonces volteo a buscarte, no eres tu aquella que duerme, no eres tu.

Desperté acariciando mi sueño alojado en mi hombro izquierdo.

sábado, junio 03, 2006

Gravidez de la pluma

Soy, somos; tal vez todos, tal vez unos cuantos, no lo sé; acaso solo unos pocos los destinados a ser confinados a este mundo de entes como eternos infantes. Destinados, como los parias, a ser meros testigos de la desgracia o la farsa, o lo que sea que se suceda con el interminable ir y venir de las horas, de los días... de los años. Los años, vaya palabra, no podría asegurar que los años existen en realidad, simplemente se tiene la sensación de que algo pasa mientras dormimos. “Es la vida” diría el artista: “eso que pasa mientras duermes es la vida” no lo sé, no lo sé; hay tantas cosas que desconozco, y muchas otras que no me atrevo a asegurar, por que este no es un mundo de percepciones como aseguran algunos psicólogos que es, este es más un mundo de interpretaciones que de otra cosa; y esto mismo es una aseveración, una hilarantemente contradictoria percepción del mundo, si es que las contradicciones pudieran alcanzar el grado de hilaridad o la hilaridad pudiera resultar contradictoria. Pero no ofrezco disculpas.
Soy, somos –esta parte nos corresponde a todos- los juguetes que un niño puso juntos por que se encuentra aburrido, los relojes que el relojero jamás arregló; somos los peones sobre el tablero de ajedrez, juntos por algún fin, el eterno antagonismo tal vez, pero juntos a fin de cuentas, y como los juguetes, los relojes, los peones; nos conformamos con pasar algunos minutos o acaso horas juntos, sin hablar. Nuestras miradas se han vuelto el modo de la comunicación, no más palabras. El mundo ha cambiado, los entes se han vuelto visuales. ¿De esto se trata la vida?, podría asegurar que no hace mucho el mundo me parecía más vasto. ¡Que visión tan limitada! Es hora de concentrarse. Tomar la lucidez del frasco de la experiencia y bebérsela de un trago, y después, a divagar. Y divagando llenarse de las cosas del mundo; y así, tal vez, encontrar el hilo que conduzca al desenredo de tantos entes, tantas vueltas, tantas idas y venidas de las ideas, y las visiones... y las palabras. Traer de vuelta a la palabra si es que en verdad la palabra se ha perdido en algún lugar de la historia.
Soy el peón que se ha negado al juego. Y sin embargo, no he dejado de jugar. Negado a permanecer al margen de las situaciones, asumo el papel protagónico de la masa anónima, pero siempre solo. No importa, no mucho. Hace tiempo que caí en cuenta de que las cosas son así, se esta rodeado de juguetes, relojes y peones –o gente como se les dice- y se comparte el espacio por la razón de que a ellos tampoco se les permite estar al margen o a la orilla del tablero; y sin nada que decirnos, nos miramos y nos decimos todo, pero el lenguaje de los ojos no es uno que sea inteligible para todos, así que no nos entendemos, no nos conocemos, y negamos toda posibilidad de conocer a alguien más por que siempre apartamos la mirada, pero no importa... no mucho. Después de todo no estamos juntos siempre, algunos perderán y se irán del lado del puntual-ganador, a otros los perderemos de vista, nos encontraremos con los peones del otro lado, los demás relojes que no han sido reparados, los otros juguetes que habían sido olvidados, pero siempre solos. Esta soledad no sería tan incomoda si no tuviera tanta gente alrededor, pero la verdad es que no importa... no mucho. Por que ya he asumido el papel del protagonista entre la masa anónima. Pero, ¿si me canso?... ¿Con quién me quejo?.

¡Vaya con la hilaridad! Para vivir, me he tragado un libro impreso con las más benignas intenciones.

Una nueva búsqueda, quiero ver al niño, al relojero, quiero conocer al jugador de ajedrez que nos ha impuesto una marcha lenta en el desarrollo del juego. Quiero romper las reglas de este mundo y gritar por ayuda. Me siento perdido y las miradas no me ayudan, las miradas no se ayudan entre sí, no se ayudan a sí mismas... ¡Ah! Por favor, Que alguien ponga sentido a todo esto. Niño, relojero, jugador, Dios; quien sea que sea responsable, por favor, ayúdame; me he bebido la lucidez de un trago solo para divagar, y no soporto las visiones. Pobre condición del hombre que no soporta apenas una nimiedad de dolor, y el mío se aparece de repente imbécil, y con todo me consume en una desesperada sucesión de visiones, dolores y arrepentimientos que me arrastra a la devoción. Y pido piedad, ¿es esto lo que se llama justicia? Oh, de nuevo la certeza de la ignorancia, no sé distinguir lo que es justo de lo que no, o acaso no quiero ver las diferencias. Esta vez es dable pedir disculpas, me retiro con mis visiones; encontrare la catarsis de mis deseos de comprensión.

Ha sucedido algo, mi grito debió reavivar algunos ánimos, conmover algunos corazones, de repente siento latir mi corazón –y con mayor fuerza durante las noches-, tal vez el relojero dio cuerda al reloj de mis memorias. Vaya, ahora me siento eufórico, sin más remedio que seguir el juego romperé de nuevo las reglas, y hablare; les contare a todos lo que he visto durante mis momentos de lucidez:
He visto noches adornadas de nubes de color índigo y astros terrestres que le confieren el encanto que no tiene el día.
Existen fiestas memorables que no están marcadas en el calendario.
He visto amaneceres de tal matiz, que rompen con la rutina solar y de los despertares, y de la misma manera hay vapores que mandan al olvido las soledades, músicas que alimentan los ánimos; incluso la gota de sangre puede ser fascinante cuando reluce y mancha el blanco del azulejo, y juntos, confieren un difícil reflejo que ya quisiera cualquier espejo poder obsequiar. Están estas y todas las cosas, y sus contrapartes, y las partes que nos inventamos; las obligaciones que no escogemos, y el trabajo. Las partes de un todo que nadie sabe a ciencia cierta de que se trata; todo que es más fácil de apreciar desde sus fragmentos.
Es así como se conoce a los hombres, como se analizan los objetos: por sus partes, sus detalles, sus fragmentos. ¿Quién o que puede escapar a la naturaleza y presumirse completo? Nada, nadie. Nadie es su rostro, así que se miran los ojos, los zapatos, el abdomen, las manos y el color de las ropas; burdo rompecabezas del absurdo que se complementa con los andares, los modales y el tono de voz, y obsesionados con el método se lanzan a la búsqueda de las cosas y se encuentran las ciudades como la suma del número de estructuras grises que, de concreto o metal resultan frías por igual; los hoteles como uno de los pocos lugares que reúne en un solo sitio una gran cantidad de sanitarios. Y las calles por el ancho del asfalto y los tiempos atados a las muñecas de los transeúntes. Los países como un conglomerado de estados, folclor y supersticiones. Y la gente –otra vez la gente- por sus aversiones y ambiciones.

Pero no basta.

Algo falta, he errado en mis observaciones, perdido mucho tiempo en divagar para solo tener una descripción de las cosas, debería tener respuestas, no más preguntas. Tal vez debería bendecir la ignorancia. ¡Ah!, la ignorancia se parece a la felicidad. Pero, la felicidad, ¿es mediocre? No, no puede serlo, simplemente la gente se encuentra donde quiere estar –y yo, ¿dónde me encuentro? No lo sé, sólo tome prestadas visiones apocalípticas que alguien desperdigó por las calles, y las hice mías. Ahora el mundo me pertenece y deambulo por él. Me apuesto en la cima de la pirámide para cambiar los colores del crepúsculo y de los días; me gustan los cielos de plomo y las ágoras pequeñas.

Pero ello no me satisface.

Increíble el hecho de haber permanecido vivo tanto tiempo. Es gracioso, el hombre se ha concebido a sí mismo como el único animal social siendo que no puede quedarse mucho tiempo al lado de sus congéneres. ¡Pobre mujer!, rodeada de tantos hombres tan sensibles, y ser fuerte. Basta con las presunciones, ninguna raza es fuerte. En todo este tiempo me he presumido el más despierto y eso es mentira, de serlo, no estaría aquí. No habría estado flotando con mis divagaciones en los cielos en los que pocos quieren volar; el sueño no sirve, el vuelo no sirve. Y menos aún si se ha utilizado como medio para encontrar respuestas a preguntas incognoscibles. ¿A qué? ¿Recuerda alguien la pregunta original? No, ni siquiera ha sido mencionada, pero es clara ahora: ¿Para qué se vive?.

No lo sé.

Develo ahora mi mejor frase –que a la vez, tome prestada- y la comparto con el mundo: No lo sé. Ahora vayamos a conocer un poco más acerca de las cosas, basta de los arrebatos sentimentales, basta de flotar; es tiempo de poner los pies en la tierra. Un ancla, un peso mayor que el mío; la pluma, la disciplina de la pluma. Escribir sin escribir, dejar de lado las aptitudes descriptivas y volverse más visceral, más furioso. Sangrar sobre el papel si es necesario pero no volver a volar de la manera en la que suelen volar los que se rezan conocedores. La catarsis esta hecha, pero sigo sintiéndome enfermo. Es la gravidez de la pluma, peso que no estoy acostumbrado a llevar; afuera llueven motes, sé que no es conveniente mojarse con ellos, mejor ocultarse y acostumbrarse a esta pluma grávida que me muestra los trazos de la tranquilidad. Ahora, refugiado aún de la lluvia de la modernidad, tengo una mejor perspectiva, mis memorias son más claras. Me veo a mí mismo trepando a la cima de una pirámide para respirar el frío aire de un cielo de plomo; me creía dueño del mundo, y siempre, obstinadamente, mantuve los ojos cerrados ante las visiones de diferentes crepúsculos artificiales adornando el gris de la ciudad.
Irónico onírico deseo, absurda búsqueda de repuestas. Para vivir, me he tragado un libro impreso con las más benignas intenciones...

Vomite enseguida.