lunes, noviembre 20, 2006

Silvana

Despierto.
Por alguna razón, parece que cada nueva nota, cada nueva apreciación, comienza con la primera visión del día. Despierto y recuerdo brevemente una película de Subiela mientras la pequeña comienza a dar signos de hambre, son las 5:20 a.m. es hora de desayunar para ella. Me levanto y camino hacia la cocina mientras las líneas de un poema cruzan mi cabeza y me alientan a componer en base a ellas. Desconozco el nombre del autor, sólo sé que lo escuche en una película, pero lo retomo y lo cambio un poco –muy poco- para poder expresar un poco aquello que siento esta mañana que despierto un poco enamorado….

viernes, noviembre 03, 2006

Tierra de venados -segun informes de la puerta del pueblo-

La mayoría de las calles de Matzaco siguen siendo de tierra a pesar de que, en algunos techos, sendas antenas parabólicas aún se sostienen negándose a dejar paso a los dispositivos nuevos, más pequeños, signos de la vanguardia cosmopolita. Estas estructuras, viejas y en franco desuso, nos hablan del carácter de este pueblo ubicado en Atzala, Puebla.
El calor, quizá, ha hecho harto cordial a mucha la gente que allá habita, pues nada más llegar te reciben con un plato de picaditas y una cerveza, o dos, pues la temperatura hace que el efecto del alcohol se retrase un poco. Después del almuerzo salir, ver el campo, caminar por la tierra y hablar un poco con los hombres que trabajan la tierra, conocer acerca de sus perdidas, la gente que les rodea, casi todos ellos hombres que han partido al norte en busca de una mejor oportunidad, otros para fugarse del estilo de vida que acá impera o simplemente irse, irse y hacer otra cosa, irse para volver, partir de nuevo. Así es Matzaco, pueblo de mujeres dejadas por sus maridos que andan allá en el norte con quien sabe quien.
Las puertas de casi todas las casas del pueblo, por estos días, se adornan de amarillo, y huelen a copal, a cera. Las mesas se adornan de papel picado y pan de muerto -…- chocolate, fruta, comidas del lugar como la barbacoa de chivo con tortillas hechas a mano, las ya nombradas picaditas y alcohol, aquello que el muerto degustaba cuando la vida fluía en sus entrañas. Es día uno de noviembre y las calles se llenan de flores, y los panteones, en el pequeño y amontonado cementerio de Matzaco se levantan puestos de garnachas, floristas y otros comerciantes que encuentran en estos días una oportunidad de oro que es el precio de las flores, y los cantos y los rezos. La tarde cae y el calor aumenta, la pequeña parece a gusto aquí, no como en la ciudad, donde a veces hace frío y otras no hay forma de saber. Tomo asiento en una silla a la sombra del patio y Silvana se duerme sobre mi estomago, por una hora tengo conmigo una sensación de embarazo que es lo más cercano a una embarazo de lo que podré estar jamás, y sonrío. Por la noche se sirve pipían con tamales de frijol, se sirve chocolate y/o cerveza y se preparan las flores para partir al cementerio a limpiar las tumbas mientras los niños cantan la calavera: “La calavera tiene hambre..:” empiezan y se siguen en estribillos compuestos por rimas donde aparecen personajes de Roberto Gómez Bolaños, para que, más tarde, el campanero recorra las calles mientras clama cera para las ánimas y pan para el campanero, y las horas parecen no terminarse nunca.
Al amanecer, la mesa espera con tortillas y cecina, y pipían del otro día y tamales, y aún hay cerveza y las campanas doblan por los muertos y anuncian la misa del día dos de noviembre, las calles están vacías, todos parecen estar en el cementerio, cuidándose de los malos aires, limpiando las tumbas para recordarse que siguen vivos y cual es su destino… el de todos nosotros. La tarde cae, las sombras crecen, es hora de partir, tomar el camino de vuelta a la ciudad, a sus noches, a sus calles céntricas llenas de putas, y locos, y perros habitando en la banqueta. Acá las puertas no tienen caminos de flores, ni las casas huelen a copal, acá el culto a los muertos es aprisa, corriendo, acá se respira una gran soledad. Arturo Meza suena en el radio, cosa extraña, y en su canto deja escapar un “¿a dónde iré sin ti…?” que me lleva de vuelta al pequeño Matzaco, con sus pequeñas calles y su pequeño cementerio todo apretado y lleno de flores y gente que se bebe la esperanza a la sombra mientras cuida de las matas de calabaza o frijol o maíz. Tomo una hogaza de pan de muerto -… pan de muerto, nótese lo que comer un pan de muerto implica- y preparo café, y me siento frente a la máquina y me dispongo a escribir, garabatear, dar rumbo a estas horas, a los próximos días. Preparo las páginas que den forma a las pretensiones cinematográficas –al fin- y doy un vistazo a los videos pasados, casi muertos, pretendo traerlos no para revivirlos, si no para no olvidarlos, para recordar aquello que me han enseñado de este lapso de tiempo –a veces muerto- y por un momento, un breve y luminoso momento, creo comprender, se rinde tributo a la muerte como una forma de rendir tributo a aquellos que alguna vez, nos hicieron felices…