Hay una hambre quinesico que no se sacia, solo se olvida. Se olvida con el devenir de los días, con la puntual presencia de la conmoción citadina y sus minutos contados, con la presencia del prójimo y la próxima parada, con la paga del alquiler y la falta de agua y letras que llenen el vació nocturno huella del hambre antes citado.
Los ojos duelen, la espalda pesa, la roca rueda, y la noche termina sin que logre encontrar el interruptor para apagar la maquinaria, me lleno de ansia, de anhelos, fragua de sueños incompletos y condicionados por mi circunstancia, velo insomne de franca falta de fuerza presente en estas líneas que van, de a poco, desdibujándose, perdiendo claridad de su propia idea y naturaleza, sin embargo, no puedo parar, necesito seguir hasta topar de frente con la cara del cansancio, que me derrumbe a mitad de la visión, que me tienda en la lona de mi propia incertidumbre y que deje ahí, envuelto en la paz de aquel que al fin se detuvo
Y duerme
Y duerme
Esperando que la noche, por una vez, sea ligeramente más larga que la vida.