
que nos dejaron algo de ellas para ser nosotros en estos tiempos, como las quemaduras infantiles o los recuerdos de la casa de los padres. Sucede que la nostalgia se presenta como el último paso antes de cerrar la puerta por última vez, y cuando te alejas y aceptas que no quieres irte ya es tarde, ya pasaron esos tiempos y es hora de abrirse a lo nuevo, a lo que esta por venir, lo sé, más me detengo un poco y traigo de vuelta el primer día que puse pie en el departamento de Arturo Valmont, una tarde ociosa y sin más por hacer que entregarse a las eternas discusiones postadolescentes entre compañeros de clase y cerveza. Tarde que fuimos a parar en aquel edificio de aquella unidad cómodamente a una calle de la escuela. El lugar estaba sucio, como suele ser en departamento de solteros y estudiantes para redondear la situación. Pero nos daba cierta sensación de seguridad, aquel segundo piso donde fraguábamos planes, planteábamos ideas y gastábamos algunas tardes libres en ocasiones con sus noches, todos hechos bola dormidos sobre cartones y cubriéndonos con los pocos y polvorientos cobertores que había en el lugar, y Valmont como el anfitrión, aquel que siempre salía a abrir la puerta y ofrecerte su espacio sin esperar nada, de verdad nada, a cambio. Tiempo después y por cuestiones curriculares académicos, empezamos a trabajar en la producción de audiovisuales, lo que nos llevo al esperado taller de televisión cuyo trabajo final era la producción de un spot comercial, un video clip, o un corto en video, opciones de las cuales escogimos la última debido a nuestros particulares intereses que nos hicieron voltear nuestras miradas a una historieta de Ricardo Peláez, llamada “Amapola lindísima Amapola”, que narra una posibilidad del mito urbano que cuenta como una mujer mata a su esposo y lo hace tamales… una delicia, pues. El trabajo de adaptación fue relativamente sencillo, encontrar a quien llevara los roles fue un poco más complicado, pero aún quedaban cosas por resolver referentes al tiempo de realización, y al espacio de producción. Quedaban dos semanas para desarrollar aquel proyecto y el horario del estudio de televisión de la escuela estaba lleno por la cantidad de trabajos a presentar en ambos turnos, así que decidimos salir a locación, necesitábamos un lugar que nos diera la ambientación adecuada y que nos permitiera, por sobre todas las cosas, que pudiéramos manipular el espacio sin incomodar a nadie y que pudiéramos quedarnos el tiempo que necesitáramos, y allá vamos, a hablar con el Valmont, y que dice que si, y pues a limpiar el desmadre que era su departamento, y a trabajar en los detalles que necesitábamos. El corto fue un éxito mediano, nos gano la confianza de Federico Chao –profesor de televisión- y nos encaminó a aquello que haríamos después, lo que no sabíamos era que tomaríamos como base y/o refugio aquel lugar para futuras producciones o resguardo.

Y hubo sexo, drogas, y rock.
Y hubo sexo, mentiras y video.
Y hubo video, mucho video.

Pero sobre todas esas cosas, fue nuestro hogar.
Ahora, que da a poco vamos sacando nuestras cosas, cantidad de memorias me vuelven a la cabeza y quisiera ponerlas todas acá, pero el tiempo no me alcanzaría, por lo solo voy a escribir acerca del ineludible dejo de nostalgia que aquel departamento, Valmont´s factory, cuartel imperdonable, provoca en mi y en aquellos que ahí compartimos nuestro tiempo. Hasta siempre, hogar, fue realmente maravilloso…

