viernes, julio 21, 2006

Tiempo vertido en hojas sueltas...

No tengo nada que enseñar.
¿Cómo entonces es que voy a ser padre?
...

lunes, julio 03, 2006

Nadie respondió.
No esperabas realmente que alguien levantara la bocina al primer timbrazo; o que te abrieran la puerta; o te encontraran con la mirada; o que llamaran a la puerta tan solo para ver como estas, para saber de ti, para desearte suerte, para sonreírte, para que tu sonrías un poco; para que al salir tengas buen sabor de boca; para que te mantengas mentalmente sano; para que continúes dando tumbos; para que al darte cuenta de que ya es el décimo timbrazo, necio; que hace veinte minutos y diez veces que tocaste a la puerta; que en ese paraje estas solo; que la puerta, cuando suena, no siempre significa que hay alguien del otro lado; que las sonrisas de dentífrico no sirven; que la tuya no te sale por correspondencia; que al salir no vas a saber que hacer con tu vida... desde el principio; principio en el que el verbo se gasta y la charlatanería se levanta y los grandes discursos discurren y quedan grabados en piedra y mármol y paginas viejas, mohosas, torcidas como curva de carretera en el estado y sus cruces en el asfalto que se ven ridiculizadas por mensajes de mayor colorido y tamaño y hegemonía y tendencia y pretensión y alcance, aunque ceñido a ciertas normas que a su vez están limitadas a cierto tiempo y espacio que una vez consumido trae cambios de habito y materia de sustancia dietética que embiste y no falla. Cornado te uniformas; cornado circulas a través de ciertas arterias que antes eran y ahora siguen; distintos nombres, distintos aires, y una considerable explosión demográfica que hace lenta la transición y el transporte. Tu destino no esta en la iglesia, sin embargo, piensas seriamente en buscar una por que ya es tarde y la puerta jamás se abrió; esto, por que de alguna manera consideras que es necesario dormir esta noche a pesar que de antemano sabes que te la vas a pasar viendo al techo y pensando intranscendencias mientras la mañana se asoma y saluda a los cansados ojos que se dignan a mirarla de camino diario y va de nuez; pero esta vez la regla falla y las cúpulas brillan por su ausencia a manera de chiste o para estar molestando solo para que te des cuenta de que no puedes tener la razón, al menos no esta vez; así que se un poco sensato, no vas a dormir a los pies de una imagen, no por el hecho de que te va a tocar suelo –no tendrías vergüenza si ahora renegaras de la dureza y la frialdad del piso- si no por lo que ello significa, y como eres de cabeza dura e ideas contrapuntantes, nada mas estar frente a las puertas del lugar vas a darte media vuelta e irte a otro lado, así que mejor nos evitamos la perdida tan inútil de tiempo y pensamos mejor las cosas. Mira, una tienda, me da unos cigarros y unos roles, pa’ lo que viene, ¿no?, y a buscar un hotel barato. Ahora reflexiona, sopesa, considera lo pasado en el transcurso del día y otros despertares; encontrarte a la mañana en un cuarto barato de hotel te va a causar tanta gracia como orinarte en los pantalones; pero ya estas ahí, regateando el coste pues no te alcanza para pagar este capricho. Mira, allá hay un grupo de niños que apenas se acerquen te van a pedir dinero pa’l flan; algo de monedas te sobran, algo puedes darles y a cambio les pedirás un poco de asilo en su espacio y no van a negártelo; comeremos el pan que compraste, entre todos se fumaran esta cajetilla y no tendrás que pasar la noche solo nunca más, o eso esperabas de corazón, pero un hombre vestido de azul se ha acercado para correr a los chicos, que no protestan, si no que se dan media vuelta y media vuelta de ves en cuando para recordarle a ese fulano que tiene madre y una carga cultural que no le permite hacer oídos sordos a la música de viento. Los niños se alejan, el hombrecillo se traga su impotencia y yo me quedo como al principio.
Más adelante, caminar un poco más, que hay lugares más baratos en donde pasar la noche. Un hotel, otro un poco más apantallador, nada que me apetezca realmente. Camino y camino hasta llegar a la central de autobuses del norte, creo que puedo pasar la noche en una de las salas de espera; digo, que a lo mejor algo bueno pasa por aquí, quizá alguien que se siente a mi lado, y quiera charlar un poco antes de partir; que me quiera hablar de su viaje, o de las cosas que deja, que quiera platicar acerca de sus motivos o de sus impulsos, de lo que sea, yo estaré contento de escucharle hablar acerca del paisaje y de la luna llena que en carretera es preciosa persecutora inundando de luz la negrura del horizonte. Vengan, yo estoy dispuesto y a disposición, mi tiempo es de ustedes, los escucharé con gusto; confíen en este extraño ojeroso, tengo roles de canela, podemos ir a la cafetería por un café, fumaremos un poco si así lo desean, los despediré, y les deseare un buen viaje o la más grata de las bienvenidas, eso solo por haberse quedado un poco y haberme hecho menos pesada la noche. ¿Por qué no se acercan? No muerdo; solamente estoy cansado, tengo algo de hambre. Abro los roles, mastico lento, hay gente en rededor pero ocupada en sus asuntos, me acomodo en la banca de plástico, me dispongo a dormir antes de que otros hombrecillos de azul se acerquen y me pidan mi boleto; “No tengo” les digo: No voy a ningún lado, pero ya no puedo quedarme por aquí; no quepo, estoy incomodo, me duele la espalda, tengo sueño, quiero irme a mi casa, pero no sé que responder si alguien me pregunta por los sucesos del día. Me siento mal. Como que me infarte sobre el lecho de piedra; como que el alambre estaba oxidado y el tétanos me esta partiendo; como que la calle esta muy sola y me oprime la existencia; como que no entiendo gran cosa y se me embota la presencia ausente del reflejo en el espejo que me irrita y me confirma ente homínido perdido a la vera del camino y a mitad de nada firme; como que el asentamiento humano no me asienta; como que la comida no me satisface; como que la música no me place; como que el aire apenas entra en mis pulmones, como que apenas sale; como que me asfixio, pero en realidad no es eso, si no algo que traigo atorado en la caja toráxica, como que es un grito, pero no estoy muy seguro. Si grito ¿se alarmarían? No tienen por que hacerlo, es como eructar, o estornudar, o excretar; me deshago de lo que no necesito, en público, si, y creo que esa es la parte que les aterra, ¿cierto?. Entiendo, puede parecer de mal gusto, pero lo necesito, no se asusten, simplemente me estoy adaptando de nuevo al clima, por que siento como que me morí hace unas horas que ya parecen días que bien pudieron ser unos minutos o a lo mejor un mal sueño...

-Ah... pus no puede dormirse aquí joven.

¡Que ridículo puedo llegar a ser!, ¡y que insensible puede tornarse el mundo! Ah, nada nuevo, realmente no me sorprende nada. Extraño sería el que no me hubiesen rechazado mi pan, ni mi tabaco, que hubieran aceptado tomar conmigo un café en la cafetería de la estación, y que me hubiesen permitido acompañarlos y que me acompañaran mientras llega la hora de la partida que nunca se retrasa. Ahora no importa, recojo mis cosas y salgo de la sala, voy al baño; ahí me talonean dos pesos para tener derecho a orinar en ese lugar, que mamada; creo que voy a regresar a la sala y dar el grito para equilibrar las cosas. Me lavo las manos, salgo, no hay nada, no hay nadie; una que otra persona sin intención de detenerse a charlar, una que otra revista en pilas de revistas, una que otra escoba encontrándose con uno que otro recogedor, y maletas con rueditas y extranjeros en bermudas, taxistas, gente de provincia, altavoces lejanos y la cuidad dormida.
Voy a la cafetería, yo si quiero un café. Ordeno y me acomodo en una mesa, me acodo, bebo y como mis roles, mastico un tanto molesto –digo, son ricos, no me explico como pudieron haberlos rechazado- El café se enfría, son las tres de la mañana. Tengo ganas de hablarle a alguien por teléfono, pero las buenas costumbres me impiden ir más allá de levantar el auricular y marcar los primeros números, cuelgo irremediablemente y regreso a la cafetería, pido otro café, espero a que la noche se acabe. Los minutos se extienden en mi campo de referencia, ya no percibo; siento, así nomás, animalito errante batallando con el viento y los cerillos; consigo prender un cigarro, salgo de la estación, me quedo en el estacionamiento a ver las filas de taxis y el metro en inactividad. Fumo por pausas, pienso de la misma forma: creo que deje la cafetera encendida, creo que encontraré tal aparato fundido sobre la alacena cuando llegue. Tengo bastante trabajo pendiente, creo que deberé priorizar y sacrificar, a lo mejor más lo segundo que lo primero; la escultura tiene un fallo, no sé donde, hay algo que aún no me agrada del todo a pesar de que ya esta casi lista; pinche Gabriela, creo que te entiendo...
Antes no había un chiquitin, ¿cierto?. Antes fue más fácil, así que ahora te detuviste por la misma razón por la que yo no marque un número en el teléfono: por miedo. Miedo a la reprimenda, miedo a darse cuenta de que de veras no sabes de lo que hablas cuando hablas; no te preocupes, nadie sabe realmente. Creo que hay un montón de estipulados y de convenios inconvenientemente acordados, creo que el mundo simplemente es por que ya no sabría ser de otro modo, por eso respeto los cambios de opinión, pero no me hagas mucho caso, pues soy parte del mundo y tampoco sé.

-¿Tienes un cigarro que me regales?

Voltee a mirar a quien me hablaba. Era un tipo de mediana estatura, corpulencia gruesa, tez morena y cabello rizado, escaso en la coronilla, pero largo y de colita en la nuca, de nariz aplastada, labios delgados y quijada ligeramente salida; vestido de camisa en thai dai violeta y caqui y pantalones de pana color café; en sandalias y con un coqueto anillo en el dedo meñique de su píe izquierdo. Saque la cajetilla y se la ofrecí; él tenía encendedor, por lo que esta ves fue más fácil encender el tabaco. Se sentó a un lado.
-¿Qué andas haciendo, esperas a alguien?.
-Mamá va a llegar al rato- No sé por que le respondí eso.
-¡Ah!, órale, la mía también.
-Qué casualidad, ¿no?
-Pues si, ¿y a qué te dedicas?
-Trabajo de independiente
-¿Haciendo?
-Pretendiendo
-... ¿Cómo?
-Mal chiste, olvídalo.
-... Hace frío, ¿no?.
-Si, un poco.
-Como que se antoja un tequila, ¿tu tomas?
-No cuando trabajo
-... ¿Cuándo trabajas?
-... Mal chiste, perdóname. Si, a veces tomo, por lo regular cerveza, pero yo prefiero el wisky.
-Pero no le haces el feo a un tequilita
-No, pus no.
-¿Dices que pretendes en el trabajo?
-No, que trabajo de independiente, que pretendo realmente ser independiente, pero eso esta algo lejos todavía.
-¡Ah!, órale. No estas a gusto con lo que haces, ¿verdad?
-No es eso, son las circunstancias.
-¿Cuáles?
-... la familia, el entorno social, las cosas que están bien y las que están mal...
-Órale. Yo estudié administración de empresas, pero nunca me gradué.
-¿Por?
-Por lo mismo que mencionas
-¿Qué haces?
-¿Ahorita?
-No, normalmente
-Estoy en un despacho de contadores.
-Mmmm. ¿Y que tal?
-Me da para vivir. ¿Eres casado?
-¿Lo parezco?
-Si
-Estoy casado con mis ideas, pero abierto a cualquier sugerencia.
-¡Ah!, órale, yo soy soltero.
-Si.
-Pero me la paso muy bien, hace rato estaba con unos cuates, estábamos echando tequilas... unos pericazos, pero tenía que venir por mi jefa, y pues ni modo. ¿La has probado?
-¿Los pericazos?
-Si
-No, yo soy legal. Una ves fume marihuana, pero solamente me dio por reír y luego me dolió la cabeza. Creo que el cabrón que nos invito compró una chingadera de veinte varos.
-Órale, ¿y no te animas?
-Hoy no, gracias.
-¿Vas a chambear mañana?
-No, no creo.
-¿Te echarías unos tequilas conmigo?.
-No, no creo.
-Ándale, mi casa esta cerca.
-Pero estoy esperando a mi mamá.
-No nos tardamos.
-No carnal, no creo.
-La cosa es tranquila, no creas que a primeras de cambio te voy a decir: “Te la mamo”. No.
-… - Lo mire un momento. Sucedía ahora, alguien andaba buscando compañía, debería ir; no le aceptaría el tequila, ni el toque, tampoco la mamada, pero podría escucharlo. Debería, pues anda buscando compañía y yo necesito algo de eso ahora.
-Mejor vamos por un café.
-No, aquí hace frío, mejor vamos a mi casa, te ves cansado, con una raya te alivianas, te das un baño. Si tienes que ir a trabajar mañana yo te levanto, no hay bronca, puedes dormir allá.
-Estoy esperando a mamá.
-No es cierto.
-… No, no es cierto.
-¿Qué, vamos?
-No creo, si quieres charlar podemos hacerlo aquí. No voy a ir a tu casa.
-¿Te da miedo?; mira, esta es mi credencial para votar, me llamo Polo. Yo también soy legal.
-Basto, yo me llamo Fernando; no voy a ir a tu casa.
-No te voy a hacer nada, nada más ando buscando compañía.
-¿De qué tipo?
-Compañía, nada más. No soy de esos que a la primera de cambios anda culeando.
-Yo tampoco, por eso no puedo ir a tu casa.
-… ¿No eres gay?
-No.
-¿Te molestan los gays?
-No.
-Oye… perdón.
-No te preocupes.
-Pensé que lo eras.
-¿Ah si? Pues a lo mejor en un futuro
-Jaja. ¿Mal día?
-Si, pero ya se acabo.
-… A veces salgo de noche, y vengo para acá, Luego encuentro alguno que otro que se viene conmigo, en serio, comprendo el que te niegues por como están las cosas con eso de los secuestros y toda la cosa, pero puedes confiar en mi. De verdad trabajo en un despacho, de verdad me llamo Polo, de verdad puedes venir conmigo, si no te incomoda.
-No Polo; yo creo que no.
-Ándale, nos hacemos compañía.
-Gracias, pero pienso irme en poco tiempo.
-¿Qué haces por acá? Vente, no te voy a hacer nada.
-A lo mejor no, pero no puedo ir, perdona.
-Vivo cerca; si quieres, mi casa es tu casa. Te doy mi número por si cambias de opinión.
-Bueno- respondí, y saque una hoja y una pluma de mi morral, anote el número que me dicto y nos estrechamos las manos.
-Pareces buena onda- me dijo –llámame, en serio. Si necesitas un paro, un lugar en donde caer, esa es tu casa, en serio. ¿Me regalas otro cigarro?
Se lo di. Me dio la mano una vez más y se alejo dando largas bocanadas de humo. No obre mal, de verdad no podía confiarme de su palabra, que tal si le digo que si y se mancha; a lo mejor de verdad nada más andaba buscando compañía y yo no quise dársela en la medida en la que él la requería y ambos nos quedamos tan solo con una anécdota curiosa que contar, algo como para que los demás digan: “Esas cosas solo te pasan a ti” A veces uno piensa que estas cosas no deberían pasar, mucho menos deberían experimentarse en carne propia; hablo del hecho de buscar refugio en los extraños, pero en el instante en el que pasan uno se olvida y se concentra en el momento que apenas se acaba da paso a la autocomplacencia y el sentimentalismo fatalista que nos hace preguntarnos de vez en cuando y casi todo el tiempo: ¿Por qué a mi? Pues por que si, por que la situación lo amerita, por que no estas exento y además, no es tan grave, ¿o si? digo, no perdiste una pierna, o un brazo, ni la honra, y sin embargo, puedes tener en puerta una relación nueva y fructífera con una persona que no se limita a la luz del día para salir y tratar de encontrar aquello que le hace falta, aunque las normas dicten que le falta tacto y le sobra arrojo; tu careces de ambas. Sucede que me estoy justificando por el hecho de que para el día siguiente ya había perdido su número de teléfono. Pero como si no pasara nada; no pasa nada muchacho, que las cosas siguen, el mundo gira y el minuto siguiente ya esta encima y ya se ha ido y nada es lo mismo e intolerablemente sigue igual.
Tiempo después amaneció; el alba despunto y siete millones de personas económicamente activas tomaron rumbo a sus respectivos trabajos, la temperatura era de siete grados centígrados; al mediodía ya estaba en diecinueve y se esperaban ligeras lluvias por la tarde, pero nunca llegaron; sin embargo, la jornada continuó como de costumbre y a la hora usual de la salida las calles se atiborraron de almas de camino de regreso a casa, donde una vez que llegaron encendieron el televisor en busca de un efímero consuelo el cual les fue dado; los puestos de garnachas se llenaron, los apetitos se saciaron, las puertas se cerraron con llave y las calles se vaciaron una vez más.