sábado, junio 16, 2007

Aquel que una noche, tan parecida a aquella, recuerda

Se conocieron circunstancialmente, sin exclusiones. Extremos que azarosamente se tocan para ser fugaz exponente, detonante de hilaridad en la base del cuello y el cosquilleo en la punta de los dedos. Y esas charlas que desnudaban al otro, y esos silencios que los llevaban al punto más alto de la comunión humana para, al terminar el día, alejar la circunstancia antes que el exponente detone en imparable fragmento de cada uno en otro. Una noche ella dijo: “El guardia debe pensar que eres mi pareja, eres el hombre que me trae a casa todas las noches”
Y él pensó:
Deberíamos hacerlo, deberíamos hacerlo y quitarnos las ganas de abrazarnos hasta que amanezca. Deberíamos hacerlo y así tu podrías hablarme cada que me necesites, o pedirme que me vaya cuando no me necesites. Deberíamos, y así yo podría venir a buscarte cada día y a veces de noche, y así me quitaría estas ganas de besarte ahora…

Pero no dijo nada.

Pasaron algunos años, ellos se veían un poco menos, un poco menos, hasta que decidieron volver a buscarse, y así paso un noche en que se abrazaron hasta que la luz, y la circunstancia, los obligo a separarse de nuevo y verse un poco menos, un poco menos, hasta que ella conoció a alguien, y se marcho.
Él debióaceptar para si todas esas cosas que debe estar pensando en este momento, pero no lo hizo. Dejó que el momento pasará y que en él se volviera eterno.
No la volvió a ver…

martes, junio 12, 2007

Aquel que entiende un momento

Cada mujer, cada hombre, lleva en su naturaleza ese algo que les hace ser yo, que de alguna forma los define. Nadie puede tomar ese algo prestado, se tiene o no, y cuando uno se vuelve conciente de ello tiene aún la opción de usarlo o dejarlo. Es por eso que me inclino a pensar que ese algo nuestro –esa ansia, ese don, esa entraña imparable- necesita a su vez alimento y motivo. Para muchos ese almuerzo es compuesto de sensaciones y emociones de un día, de un segundo. Alegria per se que existe y no entraña, no arrastra, ocurre como un placentero sueño del cual no recordamos nada o muy poco. Por otra parte, hay rastros como costras que uno sigue por que es ahí –en ese otro lado, en ese anhelo, en esa busqueda- donde ese yo nuestro encuentra aquello en donde se place: la extraña alegria de estar un poco triste, por los motivos que fueran. Ese deshacerse de a poco retumba en mi interior a grado tal que me obliga a sentarme para darle salida, escape, al cúmulo de emociones que avasallan mi yo y me hacen aquel que esto escribe, aquel que observa el mundo y toma nota de él para entenderse un poco a sí mismo, para despues, poder salir de mi y ser parte de algo más grande, contenido en este cuerpo pero que es conjunto de algo más duradero y terriblemente difícil de explicar.
A veces, en esos lapsos de observación, en ese parentesis de nostalgia, se sucede una súbita comprensión que destella de tal forma que perdemos perspectiva, pero no importa porque en ese mometno somos pura emoción, mar de sensaciones que irrigan nuestra playa de tal forma que sentarse y escribir de ello resulta tan complicado como explicar aquello que tan de repente se a entendido. No hay forma, nuestra concentración esta puesta en esas manos que nos acarician, en ese viento que refresca nuestro rostro o en esa lágrima que resbala para puntualizar el momento, el espacio, y hacerlo eterno y tan fugaz como aquel poema que te conmovió tanto que al otro día lo has olvidado.
Calma.

Es que estamos de vuelta en el otro lado.

Es que el vacío no encuentra resonancia, el momento no dura tanto, estamos en perspectiva y a un lado del mundo como aquello que siempre fuímos. Alejados de la fugacidad, sedientos de esa otra sed y felices –de alguna forma- de estar un poco tristes.