martes, julio 24, 2007

Aquel que se enfrenta a la idea

El amor, con todas esas letras, es un concepto idealizado. Idea revisada hasta la nausea que se pierde en los hilos del particular en turno. Me sumo a la maraña.
Nada más enfrentar a otra persona las complicaciones se hacen presentes, a distintos niveles, desacuerdos, les suelen decir, y pueden ser pocos, mínimos, pero existen, y esa nota, ese ser disímbolo a nosotros es el motivo que va abriendo brechas entre congéneres, y esto a un nivel puramente superficial, cuando se trata de intimar, entonces casi todo se a perdido…

Por que no hay dos que juntos sean uno, y que fastidio.

Pero esto no nos lo enseñan, lo aprendemos a la mala, casi siempre cuando hemos quemado nuestros siete científicos cartuchos. ¿Es esto culpa de nuestros padres? No, a ellos tampoco les enseñaron esto, sin embargo, les enseñaron a aguantarse y joderse con sus decisiones, y trataron de inculcarlo en sus hijos, no más que estos últimos crecieron en una época donde cambiar de opinión es derecho divino -¡Aleluya!- y nos gusta hacer uso de este hasta la embriaguez o la pena, lo que llegue primero, y mientras decidimos de nuevo, perdemos rumbo, dirección, y nos quedamos con la idea del amor entre las manos y las ganas entre las piernas mientras decidimos otra vez. En ese momento nos detenemos, volteamos para vernos en perspectiva, adolescentes, chamaquitos de 12 o 13 años, sublevándonos a nosotros mismos, o eso intentamos mientras juntamos coraje e ingenio para acercarnos a la compañerita que ya nos mira, que ya sabe a que vamos por que la sangre se nos a agolpado en la cabeza y no baja, y la lengua se nos hace de piedra, y todos los poros del cuerpo están abiertos y dejando escapar la mitad de nuestro peso por ahí, y hablamos de nosotros, de quienes somos en ese desafortunado momento, destinados a saber de una buena vez que a las niñas de nuestra edad no les interesamos, y allá va, la chica que me gusta con el wey que le gusta, y yo me quedo solo y estas líneas como atisbo de lo que viene. Una oportunidad, única, irrepetible, de saber cómo, qué hacer para acercarme al otro, el otro que me acepta, que me mira, que me hace sentir bien cuando pone su mano en mi rostro, en mi pecho, y va bajando hasta que el tacto se hace fuego y exilio de uno mismo, ya no existen dos, solo un momento que se extiende hasta estos días, este instante, y con el siguiente golpear de teclas termina, y de aquello solo queda la sensación, la memoria, por que el otro ya se ha ido, a cambiado de opinión o de rumbo, y nos a dejado ero que antes, por que ahora sabemos lo que es estar con otro. Y allá vamos de nuevo, salimos a buscar; buscamos a tientas, de velada intención o francamente. Buscamos en todos lados y en ninguno, y estamos en paz a ratos y a ratos desesperamos hasta que lo conseguimos, un nuevo contacto, el ansia se sacia y las ganas se encienden de a poco hasta que son demasiadas o hasta que caemos en cuenta de que eso no es lo que buscamos. La idea regresa y nos hace cambiar de rumbo, y allá vamos otra vez, de regreso a quien sabe donde, pero impulsados por una especie de conocimiento no aprendido, no aprendido y lo demostramos cuando nos descubrimos a nosotros mismo hambrientos, con la perspectiva borrosa, en brazos de alguien, o quizá entre sus piernas, quien sabe. El caso es que estamos otra vez gastando tiempo cuando la adolescencia terminó, y hace mucho, pero insistimos en la importancia de algo que no tenemos claro, ninguno, y allá vamos otra vez, y otra vez, y otra vez, hasta que nos asalta de nuevo la idea, el amor escrito con mayúsculas, y no entendemos nada. Prueba de ello son estas líneas que van y vienen, no te he llevado a ningún lado, es hora de aceptar que no sé nada del tema, no entiendo, nací con el sentido amoroso nublado, y sin embargo, me atrevo a escribir de nuevo amor en esta ansia de entender, un poco al menos, de que se trata esto, que encierra la palabra, que es de esta idea tan inexplicable.

Inexplicable.

El amor, así escrito, es un concepto incognoscible, idea llevada al extremo puritano y de ida a la pérfidas, deformación crónica cuya fealdad esconde los rastros de su verdadera naturaleza, cerebral, anímica, espiritual, cualquiera que sea o quiera ser considerada. Es en este punto donde comienza la obsesión, cuando tratamos de entender, cuando forzamos por hacer que la cosa sea cuando ya no hay remedio, cuando trabajando la idea nos olvidamos que el otro es otro y no reflejo de nosotros mismos. Cuando nos damos cuenta de que lo que hacemos es enfrentar a alguien más, entonces la relación se hace competencia y por circunstancia, uno tiene que perder, así, sin más. Perdemos el piso por educación, por que esto escrito toma tiempo aprender, no esta escrito en la generalidad a pesar de que sucede todo el tiempo. ¿Y qué más? Nada, esto es resumen de todo lo aprendido en este tiempo, y de esa forma, confuso, enredado, con mil ramas. A nadie engañé, desde el principio sabía que esto terminaría de esta forma, sin embargo, me aventuro a escribir por que, por alguna razón, quiero saber, entender, al menos deducir un poco, un poco. Qué es esto, qué hay en estas líneas recién escritas, qué sobre el amor…

Qué.

viernes, julio 06, 2007

Aquel que suele salir un poco desencantado del encuentro

El trasero me duele como cuenta estancada, pero no puedo dejar esta línea para otro día, otro día puede sucederse en mitad de la calma y así no puede escribirse nada, nada es poco más que este circulo, potencial abismo de desencuentros y memorias enterradas, errores no comentados, faltas no aceptadas pero que van acumulándose por miedo al otro, incognoscible omnipotente aquel que sin estar presente hace caer sobre los hombros la piedra de Sísifo, y con ello la parálisis, la abulia, la negación de seguir avanzando con tremenda carga a cuestas. Hermano, no seas pendejo, si la roca rueda colina abajo déjala ahí, regresar es instalarse en el cíclico ir devenir de lo correcto, sin complicaciones, trivialidad de alcance ínfimo e impregnado de colectivo acervo idiosincrásico, de pasillito interminable, de fila burocrática, de tarea ineludible, y tu engordando, estancándote en los años que no tienes, vibrando a la menor provocación de la memoria. Adelante no hay nada, las palabras pueden perdurar milenios, pero no son nada por si mismas. Ven, sal conmigo, sube la cuesta, salta, descárnate, el otro sigue presente, pero no debes tenerle miedo, nada hay en él que no encuentres en ese lado del mundo que se esta hinchando debajo de la espalda, déjalo hablar, y escucha, pero no te comas esa mierda, que es de mal gusto. Ahora ven, sigamos, pongamos especial énfasis en la resonancia de los dimes, esculquemos en los diretes, anotemos cada ocasión en que los dichos alcancen los decibeles suficientes para rompernos los oídos o los odios, y dejémoslo por la paz, carajo, que el viaje ya se a hecho demasiado largo, demasiado chocante para con la condición humana que es, simplemente.
Ahora ven, trae arrastrando todas aquellas consignas de per capita si quieres, yo me adelanto, voy a ver que hay atrás de la cima, que empiezo a sospechar con tanta habladuría que allá atrás no hay nada.


Foto: Escape, de la serie Acanemia de Fernando Castañeda