miércoles, noviembre 30, 2005

Estos días (dos)

La sabiduría popular se hace presente y dicta: “El tiempo no perdona”. El tiempo entonces abre los ojos ante la afirmación y ríe con sorna, y sigue su marcha bailando a un lento y pausado compás.

Tic, tac, tic, tac...

Eso no es el tiempo, o una campana. Es un demonio que no pertenece a la naturaleza divina y nos mira desde su pedestal de supuesta importancia, y sonríe imbécil a cada hora. Nadie escapa a su influjo.
Sonrisa multiplicada por millones en una rutina programa por quiensabequién que ahora es nuestro dogma. Lento tic, tac que no es alcanzable o equiparable a los atletas cotidianos que dan saltos furiosos, corren como gacelas olímpicas y sudan para tratar de ganar a las doce horas que tienen por contrincante y nunca lo logran; y yo, yo que no soy persona obsesionada con el tiempo tengo tres relojes a los que atender. Tres relojes, aquellos que me signan como persona: uno, el reloj de las obligaciones auto impuestas, es el reloj que todos tenemos en casa, el que nos hace levantar cada mañana y nos obliga a correr entre los autos, esquivando a las personas que tienen menos prisa que nosotros, el que nos dice la hora para comer, para llegar, para irnos, el que nos dice que día es idóneo para salir a pasear, para organizar una fiesta o simplemente salir con las amistades, el que nos manda a la cama por que es tarde y al otro día hay que levantarse temprano para llegar a tiempo, aunque para eso siempre se tenga que salir corriendo a esquivar autos y personas que tienen menos prisa que nosotros y así cada día de cada semana, de cada mes, de cada año... Tic, tac, tic, tac.
Otro reloj, que parece ser igual que el anterior, marca las horas de las festividades cuando estas llegan, y cuando se repiten. Las nueve, las once, las doce, las tres; noche, mañana o tarde; a.m., p.m.. antes de la muerte o post mortem; debo disculparme por las nomenclaturas inventadas, es solo el animo que me causa el celebrar una fiesta que en otros años fue la misma, el mismo día y a la misma hora; y si, acepto que es el orden el que nos trae libertad, pero ese mismo orden ahora me parece perverso pues el tiempo corre y sin embargo las fiestas siempre se repiten y en la última en la que estuve presente tuve que partir, pues la sensación de círculos temporales me hartaron ad nauseam. Y tuve que gritar para saber que estoy equivocado; grito y no encuentro ecos, no de inmediato; y entonces la certeza de que alguien esta mal, yo o los demás. Tal vez sea yo quien este equivocado, tal vez el tiempo –lo que en estos días llaman el tiempo- de verdad sea circular, y solo sea alguna especie de psicosis la que me ataca y me hace ver el tiempo como una línea recta, deformada por la necesidad humana de aferrarse a algo vivo. Sí, tal vez sea yo el equivocado, autor de errores –y horrores- que cree que algo anda mal por tener que celebrar una fiesta que aparentemente es la misma y sin embargo, su reflejo en el espejo le dice que tal vez, y solo tal vez, algo en verdad esta mal, pues el reflejo diario muestra siempre la misma imagen, siempre, inevitablemente yo, y a pesar de ello, nunca el mismo... Tic, tac, tic, tac.
La cotidianeidad y sus reglas, los pasos del baile que todos sabemos, la fiesta a la que todos estamos invitados, la única reunión en la que todos estamos presentes; la cotidianeidad es la promesa de que las utopías tal vez puedan hallar un modo de ser realidades, pues es la cotidianeidad la reguladora mas efectiva del hombre y sus congéneres –todos ellos- porque en el andar cotidiano nadie es mejor que nadie, a todos nos asiste la razón, o podemos estar equivocados en la misma medida. Sí, ahora estoy convencido; yo estoy mal pero tu también lo estas, todos nosotros. De nada nos sirve saber, o tener conciencia de todos los amos a los que debemos servir –por que nadie escapa a ello- si pensamos que el acatar las reglas nos mantendrá a salvo, o cuerdos, o vivos. No es perversa aquella máxima optimista que dice: “hay que vivir la vida” por que lo único sensato que podemos hacer es vivir con ahínco o sin el, pero vivir, vivir y jamás perder la perspectiva de que se vive para morir. Por eso la imagen en el espejo parece engañosa, cada día que pasa, cada hora; cada momento vivido me acerca un poco más a mi muerte; la imagen parece siempre la misma pero dejo de ser quien era en el instante mismo en que creo ser. Este es mi tercer reloj, el que sin ser lo que demás llaman vida regula la vida –o la muerte. No, sería un error tratar de asignarle un nombre como “reloj de la vida”, o “de la muerte”, o que sé yo. Pues tal sería querer separarlos y eso es imposible por que vida y muerte son una misma cosa. Lo que quita la vida trae vida, lo que invita a la muerte no es la muerte. Ahora estoy un poco más tranquilo; la posibilidad de morir no me asusta más, sin embargo, me inquieta. Por que entre tantas reflexiones siempre atraviesa tu imagen cualquier campo en que me este moviendo, y bailas. Bailas a aquel pausado compás del tic-tac, y en tus labios una sonrisa. Sé que te burlas de la cotidianeidad, o acaso de aquellos que en ella se pasean y se rinden al impulso de seguir el ritmo del reloj, y bailan por que no saben que más hacer; sé que sabes que sé que te burlas, y tal vez también te burles de mí, por cualquier cosa, cualquier nimiedad que no es más que un fragmento de mí, de ti, o de cualquiera de nosotros, los convidados a la fiestadediario. Te burlas por que te escapas de la reunión cuando quieres, aún que haya veces en que tu misma te encuentres rendida y sumida en el ir y venir de los demás, te burlas por que sabes que siempre puedes cambiar de ritmo –ya lo haz hecho antes- pero por ahora, prefieres seguir el ritmo establecido y burlarte de aquello donde nada es importante y todo vale la pena. Concédeme esta pieza, bailemos de manera ridícula, vamos tropezando con los demás, no importa, mañana habrá otro baile, entonces quizá sigamos el ritmo, de momento bailemos, inventémonos un momento por que tal vez no quedan muchos, no lo sé. Baila, baila, déjame festejar cada paso, cada movimiento; pidamos disculpas al unísono y volvamos a empezar; derecha, izquierda, adelante y una vuelta, o dos, o más. Baila, no te detengas; dime si me esperas. Dime para que pueda esperar sin inquietud a la muerte, a mi muerte. Dime que me esperas para tener argumentos y pedir una prorroga; dime que me esperas para no morirme.
Tic tac, tic tac.

Bailemos, ahora al lento compás del reloj.

Es tarde, el reloj de las responsabilidades dice que es hora de dormir, el reloj de las festividades dice que esta no es una fecha importante, el reloj que no tiene nombre dice que no haga caso a ninguno y que siga con la catarsis, o el vomito, o cualquier cosa que se supone que sea lo que escribo; es hora de continuar ahora que las imágenes se han ido. Es hora de detenerse cuando las imágenes se vayan para siempre, dejar de escribir cuando para divagar necesite de un método. Es hora de poner en claro que estoy haciendo; por qué, para qué, para quién. Tomo los sucesos de los últimos días y les invento un sentido, para que estos días puedan pasar con la mínima certeza de que algo habrá de bueno en ellos. ¿Algo? Cualquier cosa. Cualquier nimiedad, de dolor, de alegría, de tristeza ¡De algo, caramba, pero que no se sucedan vacíos! Basta, basta del tema, basta de ver los días como un sin-sentido o como la perdición de los congéneres o el acabose de mi misma persona. ¿Por qué o desde cuando me volví tan importante?
Me volví importante en el momento en que me quede solo.
Es tarde, el reloj –cualquiera- aconseja sabiamente abogar por el descanso, debo dormir. Partir a esta hora de desencanto... es de noche.

martes, noviembre 29, 2005

Estos días (uno)

Caminar por la orilla nunca es signo de perversión, no dice nada, no significa nada; solo tal vez la débil seña de aburrición que es innegable en estos días.
Estos días, en estos días se tiene la certeza del conocimiento que deriva en una especie de tranquilidad imbécil; vaya lo que son las cosas, justo ahora, en este momento, sabemos todo y no sabemos nada; somos ambivalentes, no hemos dejado de ser humanos. Es por eso que aún nos inventamos íconos que nos defiendan, que nos hagan sentir seguros ante lo que no conocemos, pero que todos decimos aceptar, o comprender, o al menos tolerar – patrañas, nadie acepta, nadie comprende, mucho menos tolera- pero que la verdad, no son mas que la mascara que usan bajo el nombre de madurez, que es tan solo una versión enferma de la resignación, de la sumisión al dogma; pero esto no es un crimen, de ninguna manera; de serlo, mea culpa de ser cómplice del desfile de personas con la cara tiznada.
Así que debo declinar esta vez, he decidido no desfilar. La gente recibe cenizas en recuerdo de su condición humana; hago lo mismo cada mañana, cada día; estos días son los días en los que no soy parte de nada –y sin ningún derecho a dejar de ser- ningún temor, ningún sueño, ningún deseo, solo la automación derivada de estos días que son el conjunto de los años sucedidos en la mínima parte de lo que significa mi vida. Es solo hasta estos días en que caigo en cuenta de que la rutina es necesaria para no volverse loco. Porque cuando no se tiene nada en que pensar, nada que decir, nada se es; nada se tiene. Con nada salgo a la calle a sonreír enfrente de los aparadores, y a los cajeros, y a cualquier persona que se tome la molestia de molestarme con sus intentos de vender algo, cualquier cosa; solo de esa forma puedo llegar a casa con algo en las manos. Es en estos días en los que mi vida esta llena de todo y vacía de mí.
Es en estos días en los que, una vez más, me encuentro frente a un abismo que no tiene nombre –o por lo menos no me lo he inventado- ni forma de ser descrito. Una vez más, adquiero el titulo de decepcionante sin esforzarme en ello. Y camino como pretendiendo que no importa, que nada importa; obligado a salir a la calle a vivir –a lo que los demás llaman vivir- debo usar una mascara, una mascara; otra vez las mascaras. Deambulo y choco con los caracteres que se presentan a lo largo del día; mi mascara es de piel tersa y agradable al tacto, mascara inventada para ser querida, para ser respetada, mascara inventada para sobrevivir, para no ser juzgado, mascara inventada para ser perdonado. Una mascara, ¡una mascara! ¡Oh Dios! ¿Por qué hemos sido confinados a los espacios pequeños, atestados de trebejos, rodeados de mascaras? La necedad y la soberbia están de sobra, ¿por qué no creer que la persona que se cree que se conoce no es ella, no soy yo?, ¿Por qué no se dan cuenta? Es una mascara, simple y sencillamente, llanamente. La mascara se hace patente en la hora del rompimiento, las reinas que titilan se retiran y el peso de esta agobiante máscara impide la respiración con fluidez, impide la vida –lo que debería llamarse vida- así que, con tal peso sobre el rostro me asomo al espejo de blancos y sanos azulejos a mirar la imitación de vida que convenientemente se debe llevar, “por que así Dios lo manda”. No quiero vivir (¿así?) y sin embargo, me parece que estar muerto sería lo mismo, paradójicamente, contradictoriamente. No sé lo que es estar muerto así como no comprendo cabalmente lo que es estar vivo.
Pero el derecho deviene en las obligaciones, o por lo menos eso es lo que se dice por ahí. Entonces mío no es el derecho a dejar este convenio absurdo, más, sin embargo, se es completamente libre a tratar de discernir todo este conglomerado de ideas (¿ideáticos?) y pregnarse del sentido de la vida... en estos días todo me preña como un sin sentido, la vida y la muerte, vivir o morir. ¿Para qué? ¿Para qué se vive? Sería genial saber que alguien tiene la respuesta pero la pregunta es planteada de tan diversas maneras que no cabria una sola respuesta para satisfacer/calmar a las necedades, así que no tenemos más que andar por ahí interpretando lo que los demás ven o dicen, y muy importante, siempre, por sobre todas las cosas, advertir que lo que los demás puedan decir no nos importa, o no mucho; o manifestar que sólo nos incumbe aquello que venga de la gente que nos interesa; o sólo seguir la costumbre o, en el más extremo de los casos, olvidarse de la costumbre misma y tener siempre presente la respiración, para decir que se tiene conciencia de ella y no tener que admitir que nos dejamos llevar por las costumbres –pues respiramos por costumbre. Pero todo esto no es más que un suspiro, una entre miles de quejas que quisiera hacerle al sabio, al intelectual; a aquel que describe el mundo porque lo comprende, por que ha meditado acerca de él y ya nada le asusta; a aquel que ha vivido mucho pero que no ha vivido más que su vida; a aquel que escucha y dice, “esas no son quejas, son bagatelas”; a aquel al que puedo decirle que sólo describo las cosas como se perciben –las que se suceden sin que podamos evitarlo, o como reza el verso de la mala bolsa: “a veces pasa”, sí, a veces pasa.
En estos días pasa con mucha frecuencia, ¿qué? Nadie sabe con certeza, pero a veces pasa; sucede que un día simplemente se nace –sí, a veces pasa- y para cuando adquieres conciencia de ello –ello, aquello que se intuye, más nunca se conoce- tratan de tranquilizarte con diatribas acerca del libre albedrío, y no existe tal. Como todo, es una verdad más, junto a todas aquellas que carecen de absolutismo y que regocijadas en su relatividad, existen. Así, sin más; existen inevitablemente como inevitablemente se crece, y se envejece, y se contraen nupcias y parientes nuevos, y nunca se sale del barrio en que se creció; que horror... ¡horror del horror! no quiero crecer. No quiero vivir la vida que los demás llaman vida.
Los sueños de negación no están negados, más la prohibición existe en el momento en que los sueños se tornan tangibles, soñar entonces resulta perverso, vendedor de ilusiones que permite pasar por entre los resquicios de la realidad un pequeño aroma utópico de individualidad, aroma jocosamente vendido en logias clasisistas y de renombre. Cosa en la que no estoy interesado, así que gasto estos días tumbado sobre la cripta de un desconocido; pienso, y pienso; me desgrano el corazón buscando respuestas pero ni siquiera tengo preguntas, las palabras sangran y llenan la libreta en donde escribo mis reflexiones. Al leerlas nuevamente resultan ininteligibles y solo me queda la incertidumbre de las consecuencias por mis actos, dudas que el tiempo tiñe de color marrón. Ante la monocromía no tengo más que una salida, pero la locura es cara, nadie esta dispuesto a pagar el precio. Lo reconsidero y me aterra saberme igual que todos, por lo menos en eso. Con todo, mienten las instituciones que se consagran a la fraternidad de los hombres, mienten por la simple razón de que nadie soporta a nadie por mucho tiempo, así que se inventan artilugios, maneras de convivir para no tener más necesidad de matarnos unos a otros mientras nos afirmamos como hombres, o algo mejor que animales. Así que, para sublevarme, comienzo un análisis de mi mismo y encuentro que no soy más que un momento que se prolonga indefinidamente o que a veces no dura, pero soy. Soy la bestia que devora a la bestia, el miasma fétido que molesta pero no crea conciencia, soy una mínima parte del tiempo de una época en que incluso los tubérculos se vuelven superfluos, soy apenas un hombre, pero uno de una estirpe muy extraña y pasada de moda.
Y así se suceden los días en los días en que el tiempo se acaba, el diluvio cesa, más no así la naturaleza, los reyes mienten, las partes nunca se conciliaron con el todo, sólo las partes prevalecen y la humanidad –su gestalteza- anda dando tumbos en el flujo de la historia tratando de saber que es, o como ser, o por lo menos, hallar una manera de no sentirse tan fraccionada.
¡Y nadie escapa a ello! Encerrados en un paradójico circulo incompleto damos giros con la vida y formulamos teorías, sofismas, o en su muy particular caso, articulamos términos con el duodeno para simplemente tratar de concebir un circulo –la naturaleza- que sea completo, para no sentirnos abandonados... para no sentirnos tan fraccionados.
Es ese mismo fraccionamiento por el que hay días que tengo pies, y camino; otros tengo manos, tocar es el único interés entonces; unos días no tengo ni pies ni manos, así que escucho. Y si no es posible, pruebo –puedo presumir que conozco el sabor de muchos venenos- A veces también veo, y el mundo se me queda en los ojos. Esos días quisiera ser menos necio, dejar de sentirme aislado y percibir el mundo como los demás lo sienten; pero esta maldita no-pertenencia me obliga a ver más allá, y nunca puedo quedarme con el objeto, resiento el mundo y lo simple se vuelve complejo.
Ambivalente, ahora todo es ambivalente, los objetos, los días; incluso las personas. Andan por aquí y allá a la manera en que las hojas muertas recorren los caminos durante el otoño, y la corriente que los arrastra es el hábitat que nos hemos construido, tan depresivo y melancólico; justo como el otoño. ¿Cuándo llegará el invierno? Como saberlo, colectivamente dudo mucho que el invierno llegue pronto; personalmente el invierno esta cerca y tengo miedo. Miedo de que el invierno no resulte ser la última yuga y tenga que seguir con estos sentidos tan desordenados ya, y continuar mirando a las sociedades interpretar una especie de Hamlet contemporáneo que obliga a mi análisis de mí mismo a ser reducido a menos que nada: ser o tener.

Soy, y no tengo nada.

Nada tengo, y nadie soy.

Así son las cosas en estos días, en este mundo, en este país, incluso en mi propia casa.
Casa: el lugar donde puedo descansar la cabeza. Tengo ganas de una casa a la cual poder llamar casa; aquí se respira cierto aire del crimen por cometerse –y nadie aún ha caído muerto. Este lugar se quedará solo, o acaso ya lo esta. Es la no-pertenencia que se matiza cada vez que estamos juntos a punto de cumplir los rituales propios de la mesa; entonces solo el sonido de los cubiertos que lo único que logran es un ambiente más denso que se prolonga hasta muchas horas de terminado el ritual. ¡Y todo por no haber colgado mi nombre en la pared! ¿Cómo cambiarlo? Tal ya es como un dogma: inevitable.

Ah. Algún día abandonar el nido, nunca el entorno. Hagamos cuentas: uno, dos, tres, diez, cien, mil, diez mil... son tantas, tantas las almas; y sentirse tan solo.
Por eso aseguro que hay cosas que a veces pasan. A veces se nace con destino de paria -¿Por qué tú? ¿Por qué yo?- No sé por que teniéndote tan cerca estas tan lejos, tan lejos, tan irremediablemente lejos. Días vacíos, días inocuos; tu presencia innegable y eterno mutismo, nunca pides nada, jamás nada. Pídeme que me muera, por favor, son tantos los días y tantas las cosas, y no tener nada por que vivir. Dame un motivo, pídeme que me muera para no tener que vivir la vida de los demás; y luego ayúdame a nacer. Dime como creciste tanto en tan poco tiempo... reinvéntame por que soy como los que desprecio.

No muero. Es por que te has ido. No me siento abandonado.

A veces pasa; pasa que de repente se conoce a un montón de gente, gente que ha tratado de caminar conmigo, pero ahora no tengo pies, y me reconfortan con todos los discursos posibles acerca de la simpleza de las cosas pero no puedo creerles, no quiero. En cambio, reza la Alarma: “el calendario esta tan equivocado”. En eso si concordamos; podría ser lunes en viernes y sería lo mismo. Calendario, no insistas, tu validez terminó cuando los días comenzaron a sucederse completamente iguales. Pero se insiste en contar: uno, dos, tres días; cinco meses, seis; ¿Cuántos años? Los que sean, los que vengan; me reinventare por mi cuenta, no me dejare llevar por la trampa del psiquiatra y su diván.

Aún no termino de contar; un millón, dos millones... las almas se parecen a los días, tal vez por eso se inventaron el tiempo, para engañar al reflejo y dejar de sentir el vacío vacío de ellos mismos; tres millones, cuatro... ¿He de contarme entre ellos? Cinco millones, seis... y todos en silencio, silencio que rompe todas las leyes físicas y tiene voces. Las percibo y pareciera que todas van dirigidas a mi, me incomoda, y me oculto. No quiero ser importante en la medida de las cosas que son importantes para la comunidad.
La ironía del oculto. Soy el último de los últimos vistos. Y tal vez el más despierto. No quiero escuchar ni ver nada, pero me faltan piernas para huir. Quisiera dormir en la forma en que duermen el resto de los congéneres, un día, un solo día. Pido y ruego por un día en que no hubiera una sola opinión, una sola pregunta, pero tal es imposible. ¿Para qué la necedad de sus cuestionamientos? Un día, uno solo; por favor, que se callen... ¡QUÉ YA SE CALLEN!...
holacomóestascómotefuequéhacesquédicesquévesquévistesquécalzasquécomesquévendesquésientesquépiensas.

Un día, uno sólo...

Las preguntas no cesan, el oculto solo hace el ridículo, el día deseado no llega nunca. Más lamento mi necedad que tener la certeza que tal día no llegara jamás.
Soy necio, por eso salgo a buscarte. Pero no te conozco y sólo doy vueltas en circulo sin saber donde hallarte. Soy necio, y no caigo en cuenta que estas en el aire, silueta de mar silente, beligerante. Y no te alcanzo, subo a la par de la corriente y te me escapas de entre los dedos, puedo sentirlo, puedo sentirte mas no puedo verte. Olvida tu naturaleza invisible. No seas solo testigo del crimen, se mi cómplice, por que pienso matar al mundo, pero no estoy blindado a la soledad.
El mundo es más fuerte, soy yo quien ha muerto; sin encontrarte. Alguien cabo una fosa -mucho temo que fui yo- y desciendo por ella; y me llaman poeta y no lo soy, tan solo escribo, es mi catarsis. Escribo por que duele, la vida duele, y quedarme con ella me hace daño. “Tu no escribes -dijiste alguna vez- vomitas”. Entonces me expreso, me exprimo, y expresarse es morir. Tomar el desorden de los sentidos y hacerlos algo palpable, no material. Esencia y nunca sustancia, pues la sustancia es efímera. Como el cuerpo. Es por ello que no he muerto del todo; sigo vivo en el recuerdo de algunos versos que han sido mis otras muertes. ¿Mis otras muertes?. Sí, ya he estado muerto antes, de alguna forma acostumbrado, ¡y no basta!. No basta, se tiene la impresión de que las cosas no pueden si no llevar ese único y espantoso curso, y de repente, las cosas cambian, y con ellas las personas, y uno tan estancado, tan sumido en su mundo. “lo que pasa es que eres un extremista” rezan las voces de los autocomplacientes, y abatido por el peso de las máscaras, el curso de los días, las preguntas de los congéneres, me relamo los labios saboreando la dulce caída, la rendición. No puedo más, que alguien tome aquel puñal de falsas esperanzas y me lo entierre profundo entre las cervicales: que a mi me maten, que me maten o que me hagan a un lado sin más preguntas, sin preámbulos, quiero estar solo. Quiero –alguien dijo alguna vez que querer es poder, ese alguien debió haber consumido más mermeladitas que lejías en su infancia- tomar el desorden, la confusión; amalgamar aquello que no se comunica y así, de una vez y para siempre (ja) abandonar el cliché, los moldes, poder ser sin temor a ser juzgado –¿una ves más las máscaras?- pero de nuevo se impone el imposible. ¡Impotencia de infante! Rendido en mitad del camino, olvido todas aquellas lecciones de urbanidad que en la vida se reciben, blasfemo, el calor del cuerpo se abolpa en el rostro y no se trata de vergüenza, maldigo mi condición humana –pobrecito- y a mitad del estiércol se presenta uno de los tantos sentidos que orillan al humano a continuar bajando en círculos concéntricos a través de aquello que se ha llamado historia. La razón, o acaso un atisbo de ella, transfigura la precipitación en algunas de sus muchas posibilidades, la música refresca mi rostro y alivia mis ánimos, es la cantata vertical: llueve.

Llueve.

Y en estos días encuentro más días fútiles que productivos. El calendario conserva su postura milenaria y trata de imponer su opinión acerca de mí como el peor de los hijos de mi padre; yo solo pienso. Pensar es una perdida de tiempo, es cierto sólo si es cierto que el tiempo es lo que los demás llaman tiempo.

Llueve.

Y contagiado del vacío vacío de la colectividad –pero sin sus manierismos- me dejo llevar por la melancólica música de un acordeón portugués. El extranjero me hace ver con mayor detenimiento esta devoradora de hombres que han llamado ciudad, y caigo en cuenta que nunca antes me había detenido a verla; esta ciudad no es natural, tan fría y gris. Pero es salvada todos los días; el alba es rosa y el crepúsculo anaranjado a pesar de que el cielo es azul, siempre, más no por ello es ordinario. La complejidad de los actos se disfrazan de simpleza y son olvidados por la vida cotidiana: “Así son las cosas, y punto” es su mejor argumento para dejar que los días corran sin que ello los mortifique más de lo que creen necesario. Pero, ¿Son culpables? ¿Es culpable cualquiera de nosotros por tener la inherente necesidad humana de sentirnos bien, o a salvo, o seguros? No, nadie es culpable a pesar del crimen o de las apariencias, nadie es culpable por que nadie es, rezamos por una personalidad pero todos estamos amalgamados en cierta forma con la ciudad y sus costumbres, en el enorme, tristísimo seno de la giganta. Perdóname, ciudad, giganta, Grisomante, fuiste monstruo por la habilidad del hommo en crear habitats tan inhabitables, perdona el que tus vestidos deban ser de colores chillantes, pero la tristeza –como la ignorancia- disfrazada se nota menos. Perdona si no quiero ser parte de tu seno, pero no puedo más mezclar mi confusión con la tuya. Me alejare en la lluvia sin despedidas a pesar de que, probablemente, nunca me vaya de aquí; perdóname si te digo que prefiero estar triste que estar contigo.

Aún llueve. Llueve. Una palabra, sí; tan simple que es compleja. Llueve que es sujeto, llueve verbo, llueve predicado; una palabra no parece ser suficiente para dar forma a una construcción gramatical y, sin embargo, llueve, llueve y deja en claro la complejidad de la gramática misma. Llueve y no es solo una palabra, porque la palabra no es mero artífice de la comunicación. La palabra es la otra forma de ver, de sentir, ¡las palabras no fueron hechas para leerse, sino para sentirse!… la palabra, ha quedado relegada a un mero papel descriptivo; la comunicación, reducida a monosílabos y bisílabos.
Sigue lloviendo. ¿Será el invierno? No, en invierno no llueve. Es tan solo la extraña comodidad de estar triste, se trata de mi. Por eso no puedo comer de la sopa instantánea de felicidad que ofrecen en cualquier lado, los códigos de barras no me sirven; las crónicas etílicas no son tan maravillosas e hilarantes como aparentan. Tales conversaciones parecen tener la misma secuencia de las radiocomunicaciones. Cada frase es precedida de un chasquido eléctrico que avisa el cambio, el dialogo por venir del interlocutor. De la misma manera en que se sabe o se adivina que sigue en las comparaciones alcohólicas, alguna afirmación acerca de los mitos de Baco... Ya he escuchado todas pero a nadie parece bastarle. Tal es la gloria de los adaptados, y un solo momento basta para ser expulsado de aquel paraíso de cristal endulzado. Y como angeles caídos andamos en la tierra buscando un infierno que no huela a metal o a poliuretano, y sin refugio ni esperanza, debemos volver a la masa como el agua que regresa al cielo. Estoy cansado de ello, y trato de romper el circulo; busco el punto donde este empieza y termina, una búsqueda igual a la de tu persona. Tan frustrante es seguirte la pista como seguir el curso de una gota en el océano. No te encuentro, no encuentro el punto donde empieza el circulo, no encuentro la forma de esbozar una sonrisa para que la comunidad deje de pedirme una sonrisa. Perdí mi máscara, perdí tu rastro; no puedo dejar de precipitarme y volver al cielo, a la masa, al seno tristísimo.
Ahora estoy entre todos, ninguno nos parecemos y sin embargo, no somos diferentes. Alguien abre una puerta, nos miente/invita a salir a jugar y la euforia acepta antes que nosotros -¡vaya descuido! Olvide esconderme y ahora debo ir con ellos. Llueve, yo lluevo. Todos se conglomeran en pequeños gremios de unos cuantos gustos comunes, nada nuevo. La misma vieja/necia costumbre. Lo mejor es tumbarse en el frío concreto para morir.
No muero –no de nuevo- Tan solo me empapo de esta fría lluvia hasta el alma.
Alguien cerro la puerta. La noche apenas estrellada esta ligeramente adornada de nubes de color índigo. Todos duermen y se pierden la salvación de la ciudad. Ahora es el momento de llenarse del mundo, de observar la verdad –la verdad es femenina, al igual que la naturaleza- del arte: la belleza y la beligerancia conjugadas en armonía/contraste de la acción/pasión y de la conciencia/ inconciencia. Quisiera despertar a todos, que se den cuenta del encanto oculto de las calles, encanto de la ciudad que se pierde con la luz del día pero que se matiza en las noches; que miren a las luces artificiales sonriendo desde el asfalto encharcado.
La belleza es lo mismo que un instante. Lo efímero es la refutación de las pretensiones eternas, lo real es efímero.
La luna una vez bajó las escaleras. Hablaste de ti y yo quise hablar de mí porque sólo la noche es sincera y es nuestra, no podemos negar nuestra naturaleza. El día nos incomoda igual que los ojos de todo el mundo –por eso usamos máscaras- y durante las horas de sol decimos estupideces. Es hasta cuando cae la noche que en realidad hablamos; necesitados de liberarnos del peso de nuestra sombra nos quedamos juntos hasta que eso que llaman tiempo se acaba. Y tratando de sublevarnos a la no-pertenencia volvemos al mundo, a la masa, al cielo. Te marchas otra vez; me quedo solo con la memoria que suelo guardar en mi sombra. Al día siguiente camino con mayor dificultad; soy hombre de sombra imponente. Sin embargo, estoy a la par del mundo por una simple sensación. Somos nosotros, me gustaría tanto poder decirlo, pero aún no es posible, todavía somos dos, tu, yo; ¿Nosotros? No, aún no. Tal vez nunca.
Nunca, nunca jamás, días y noches sin tiempo; el deseo por la niñez eterna radica no en el animo, sino en la razón. Cuando era niño era descuidado, un día un monstruo me tomo por sorpresa y me siguió a casa, creció oculto bajo la cama en un sueño silencioso. Despertó, y se erigió enorme, él es el peso de mi sombra, la carga de mis días, el vacío del mundo; demonio personal nombrado hace mucho por el poeta: el poeta es Blake y su mitología ahora es tangible. El demonio es Urizen. La razón, la conciencia, el insomnio. ¡La vigilia!. Pido y ruego por un día en el que pueda dormir como lo hace el resto de los congéneres.

Un día, uno sólo… por favor. Sin razón o dolor, sin acto, sin potencia, sin elegancia, nada. Inmortalidad o la inocencia, prefiero la inocencia.

La razón nace, la gente duerme. Los colores se tornan más vivos, maravillosos los sonidos de la naturaleza. Generosamente obsequiado de las más dulces caricias, los más bellos paisajes, el más tierno murmullo; el mundo, paradójicamente, se vuelve más triste. La mundaneidad más grande, las ciudades más grises –junto con la gente- las etiquetas más importantes. Y el tiempo, el tiempo, ¡no pierdas más el tiempo! ...por que estos días son días difíciles, ¡Compórtate a la altura, muchacho, que nadie más cuidara de ti!... no puedo. No puedo. No sé como comportarme a la altura, o a que altura comportarme simplemente para hacer felices a los demás. No tolero que todos me hablen acerca de las actitudes que debiera tomar “para ser alguien”, no tolero la palabrería sin sustento “que no te importe lo que los demás digan”. No me importa, a nadie le importa a menos que lo piensen de nosotros. Regresa, por favor, sólo un momento. Haz que la luna baje las escaleras de nuevo, ilumíname; y luego pídeme que me muera para no tener que vivir la vida de los demás. Para dejar de lado la razón y las cosas que el éxito signa como importantes.
Es deber del hombre madurar...
No puedes elegir dejar de crecer.
¡Pobre iluso que se sueña sin edad!.

viernes, noviembre 25, 2005

Entre el sueño y la vigilia

Esta vez el sueño no se ha quedado ni un momento en mi memoria. Solo sensaciones de un pasado que físicamente no he vivido, como la mano que se levanta y me alcanza junto con la voz que era música extraña y ahora entrañable. Resaca de una amistad inexistente, de un aroma embriagante y perdido entre los humos de esta ciudad. Dejo de maravillas ocurridas en mi cabeza e imposibilitadas para salir al mundo. Un sentirme ridículo por tener algo que decir y no saber que es ello, es por eso que estoy sentado frente a esta máquina ahora, tocando, buscando, degustando, ansiando ese recuerdo que no es recuerdo si no una parte de mi que se niega a ser condicionada por mis condiciones.
Sueño, vive ahí, en ese rincón de mi cabeza donde no tendrás que volverte corpóreo para perderte entre estas líneas tan circunstanciales a mi contexto.

jueves, noviembre 24, 2005

Taxonomías

Ejercicio de mero encuentro, de soslayo, de sorpresa y posterior observación, esta cotidianidad tan mía esta llena de hombres -y mujeres- que puedo clasificar de la siguiente forma:

1- Los que tienen Dueño
2- Los que no lo tienen
3- Los que lo tienen y lo niegan
4- Los que niegan ser hombres
5- Los que no saben si son hombres
6- Quienes se sienten extraños
7- Suben al cielo y dan un grito
8- Quienes están en fotografías
9- Quienes las miran
10- Quienes corren todas las mañanas
11- A pesar de que no por hacer ejercicio se esta más sano
12- Los aguados
13- Los secos
14- Los que se esconden
15- Los que los encuentran
16- Los que vuelan
17- Quienes los acompañan
18- Ninguno
19- Todos ellos
20- Y los que se les unen
21- Los que se apartan
22- Por que encuentran algo mejor que hacer
23- Y pintan nuevos hombres
24- Con nombres difíciles de pronunciar
25- Los defectuosos
26- Pelo por pelo
27- De cabo a rabo
28- De caldo en caldo
29- Sin saldo y ando
30- Perdido como la inescrutable gota de agua en el océano

miércoles, noviembre 23, 2005

Sabiduría y belleza

Durante mucho tiempo he asistido a la escuela, a diferentes niveles, en el mismo rumbo. En todos esos años he tenido que utilizar la misma ruta, siempre asistiendo a la marcha del transporte publico a través de zonas industriales, zonas comerciales, zonas residenciales sin ningún lujo, y, sobre todo, al eterno desfile de rostros inconexos pero de rasgos similares por regla general; por eso nunca hubiera esperado que un día una muchacha de marcados rasgos orientales abordara una de las unidades de aquella ruta del transporte público metropolitano. Era fascinante, de entre tantos rostros morenos sobresalía el suyo, de un amarillo sin precedente ante mis ojos; sus ojos oblicuos y su largo cabello, de un negro intenso, me obligaron a mirarle largo rato. Todo el trayecto estuve en trayecto de su rostro, buscando palabras con las cuales dirigirme a ella.
Y es que debía hablar español, de otra forma no andaría sola en el transporte publico de esta ciudad, sola como se encontraba en aquella mañana. Al día siguiente desperté mas temprano que de costumbre, no sé por que. Me prepare para cumplir con mis deberes, como media hora antes; fui corriendo al lugar donde la viera transbordar la primera vez. Hacía frío y aún no amanecía. Ella llegó con mis últimos esfuerzos para recuperar el aliento desacostumbrado a la actividad física; cuando se encontró delante de mí me dirigió un cordial saludo al que casi no respondí, pues tartamudee horriblemente, eso podría parecer una insignificancia, no lo es si se toma en cuenta el detalle siguiente: bajo la escasa iluminación de la calle me pareció la muchacha más bella que hubiese visto nunca. Ella sonrió ante mi tartamudez y se alejo unos pasos, pensé que se iría; así que la detuve con preguntas tontas acerca de su apariencia. Resulto ser una chica muy amable, en un español un tanto extraño me dijo que venia del Japón, que había llegado hacia ya seis meses, que trabajaba en una empresa japonesa ubicada en el mismo rumbo del colegio al cual yo asistía, ¡y encontré ahí un tema en común!, uno muy absurdo y hasta un tanto frívolo, lo note enseguida, pero a pesar de ello se lo dije, y entonces me presente, después de decir mi nombre extendí la mano y ella me entrego la suya a la par que decía el suyo.
-Yo me llamo Tomomi, To-mo-mi.
-Tomomi, ¿qué significa?.
-No, me da pena.
Transbordamos el autobús que irrumpió en el momento en el que insistía en la pregunta, oportuna e inoportunamente, pues al instante en que ella detuvo el armatoste yo pensaba: “¡que estúpido!, ¿qué significa?, ¡vaya manera de mantener una conversación!”. Si, eso pensaba, pero a la vez deseaba que el transporte demorara otro poco para tener más de tiempo y remediar esa charla que andaba tomando matices poco favorecedores para el acto de conocer gente pero ya no podría ser posible, el transporte estaba aquí, frente a nosotros, con las puertas abiertas y presto a terminar con esa ruta que de tan vista parece cada día ser más corta. Así que abordamos, en silencio al principio, después de unos metros pensé en los fractales, y en algunas otras cosas que se explican en la teoría del caos: pensé en consecuencias, nada que perjudicara el curso normal de la historia, pero que posiblemente afecte a la mía, así que deje de lado las preocupaciones anteriores y seguí charlando con Tomomi durante todo el trayecto hasta que debí despedirme –la escuela ya había quedado una cuadra atrás, ella rió cuando se lo comunique-.
-Hasta luego Tomomi
-Hasta luego, Deha mata.

Y descendí, hasta luego siempre resulta indeterminado y en este caso incorrecto, pues yo estaba dispuesto a verla al día siguiente.

Volví a levantarme temprano, salí corriendo nuevamente; cuando llegue ella ya estaba ahí, espere un momento para recuperar el aliento, -ejercicio matutino- dije mientras levantaba la mano derecha en señal de saludo.
-Ohio gozaimasu. Dijo ella sonriendo
-¿Perdón?
-Ohio gozaimasu- repitió lentamente- buenos días.
-Perdona, solo conozco dos palabras en japonés.
-¿Cuáles?
-Arigato y hai, de las películas.
-Arigatoo, Hai- corrigió- ¿te gustaría aprender japonés?
-¿Me enseñarías?
-Doy clases en casa de la cultura, cerca de aquí.
-¿Eres maestra?
-Según.
Así que le pedí la dirección del lugar y los horarios, e increíblemente ingrese a un taller de japonés; cuando se lo comunique a mis familiares y amigos coincidieron en sus opiniones: “¡¿japonés?!, ¿Por qué japonés?, mejor estudia ingles que es mas útil”. Asentí en ello, pero solo para no discutir, proseguí con las clases de aquel idioma mientras Tomomi las impartió.

-No, no es difícil, es muy interesante- dijo Claudia el día que fuera mi primera clase y luego dijo su equivalente en japonés.
-A veces, es más difícil español- me decía Tomomi al frente de la clase que se impartía solo los sábados y para la cual dejaba el formal atuendo de trabajo compuesto de falda y saco en colores azules, y vestía pantalón de mezclilla y suéter de cuello alto que resaltaba aún mas el ovalo casi perfecto de su rostro.
Aquel taller fue una grata experiencia, éramos cinco personas en total, Claudia y su novio Raúl, ambos fanáticos al comic japonés; la señora Delia, de descendencia japonesa pero que nunca había aprendido el idioma, Tomomi, y yo, el nuevo de la clase; todos asistían al taller desde hacia un año entre semana y desde hacia cinco meses en sábado desde que llego Tomomi, por lo que yo representaba un ligero problema al no conocer absolutamente nada del idioma, problema que la maestra resolvió muy pronto, pues decidió que yo tomaría la clase una hora mas temprano y después, si yo quería, podía quedarme al resto de la clase; así lo hice, al sábado siguiente llegue corriendo al salón, ella ya estaba ahí, fumaba mientras leía un libro en japonés, jadeando, me senté enfrente de ella.
-Buenos... días.
-Hola- me saludo mientras apagaba el cigarro en el cenicero que había pedido prestado en la cafetería del lugar –tu ejercicio matutino.
-No, no importa, yo también fumo, esto es solo porque necesito el ejercicio, paso mucho tiempo sentado.
-Genki desuka?
-¿Perdón?.
-Genki desuka?, ¿Cómo estas?
-Ah... bien, bien, gracias.
-Hai, genki desu. Tu debes contestar así.
-Hai, genki desu- le respondí, ella sonrió de buena gana ante mi acento y con la mano me indico que ahora era mi turno en preguntar a ella.
-Genki desuka?
-Totemo, genki desu; te traje unas copias para que comiences a estudiar, pero primero debes aprender un poco de como escribir.

En japonés, según aprendí entonces, existen tres tipos de escritura: Kanji, que son los caracteres chinos adoptados por Japón; Katakana, que es un silabario para escribir palabras extranjeras del cual solo aprendí a escribir mi nombre, e Hiragana, que se utiliza para escribir palabras japonesas y que fue el único que aprendí casi en su totalidad porque era la “esencia” que necesitaba para integrarme por completo al taller. Aquella fue mi primera lección y las que le siguieron fueron tan productivas como amenas: la mitad de la clase practicábamos el silabario y algunas palabras, algunas frases del protocolo; la otra mitad charlábamos mientras fumábamos un cigarrillo y esperábamos a que llegasen los demás. En esos días Tomomi hablaba de los motivos que la trajeron a México, y algunas veces de su familia; supe que venia del sur de Japón –Vivo a media hora de la playa, pero no soy costeña, solía decir- que comenzó a aprender español por su interés en la literatura hispanoamericana –de veras, a veces es más difícil en español, dijo en varias ocasiones- Me habló de su padre y de su hermano, de las largas charlas telefónicas con su madre, de los paisajes japoneses y la diferencia del clima entre su lugar de origen y el mío; yo le hable de mi familia, el colegio, extrañamente también le describí con santo y seña el trayecto que debía realizar para asistir a clases, ella se dio cuenta que la parte del recorrido que realizaba corriendo era innecesario, solo lo hacia para encontrarla en la parada del autobús, tuve que aceptarlo, lo acepto ahora. Desde entonces nos tuvimos un poco mas de confianza.
-¿Qué significa tu nombre Tomomi-san?

Nunca respondía, desviaba la conversación hacia el eterno libro en japonés que llevaba consigo, me hizo prometer que aprendería el idioma para que algún día pudiera leerlo; ella a su vez prometió que me lo prestaría: el tiempo que sea necesario.

Mes y medio después ya era capaz de leer, con un poco de problemas, las oraciones que Tomomi escribía en el pizarrón, siempre y cuando no utilizara otra escritura que no fuera el Hiragana; terminaron las clases una hora antes y debía compartir a mi maestra con todos los demás desde el principio. Mientras del pequeño salón salían frases que estaban escritas en el pizarrón, yo echaba de menos los minutos que dedicábamos a charlar solo ella y yo mientras fumábamos, para ver que pasaba primero: si el cigarro se extinguía o si debíamos apagarlo por que comenzaba a llegar el resto de las personas que integraban el taller; ella debía extrañarlo también, pues un día pregunto la hora: diez minutos antes de irnos, primero pidió que le repitieran la hora en japonés y luego comenzó a hablar de trivialidades, me pidió un cigarro, se lo di e hice circular la cajetilla pero solo había dos fumadores en ese salón, por lo que solo ella y yo compartíamos el humo y manteníamos encendido un cigarro hasta que debíamos dejar el recinto, retomábamos la costumbre de antaño hasta que Claudia se quejo del humo que recorría el techo por causa nuestra, así que comenzamos a compartir el mismo cigarro, uno solo para los últimos minutos en que estaríamos juntos hasta que la otra semana comenzara, y, muy temprano, nos encontráramos en la parada del autobús donde ella siempre me esperaba.

A mediados de noviembre un frente frío azotó la zona norte del país, ello adelantó el frío del invierno; con todo, aquellos días seguía corriendo hasta donde Tomomi esperaba. Un día la encontré encogida en el rompevientos que vestía, tratando de arrancarle el calor que necesitaba para dejar de temblar.
-Samui desu- dije a manera de saludo.
-Salúdame y no me recuerdes cosas tristes- replico ella y me ofreció su mejilla; nunca antes la había saludado con un beso, siempre estrechaba su mano o algunas veces hacíamos una pequeña reverencia al más puro estilo japonés, así que recorrí gustoso el camino hasta su rostro y la bese, ella se aparto de un salto.
-Estas muy frío, Fernando-san.
Le ofrecí disculpas y un cigarro, pero no lo acepto, en verdad era muy temprano para fumar y lo único que queríamos era apretarnos con los demás pasajeros del autobús para robarles algo del calor que ya habrían acumulado; Tomomi se adelanto a ello, sin esperarlo, como el beso en la mejilla, se acerco y me tomo del brazo, y apretó fuerte su cuerpo contra el mío.
-Sabiduría y belleza- dijo ella.
-¿Qué?
-Sabiduría y belleza; Tomo, mi, eso significa mi nombre.

No hablamos mucho después de eso, solo estuvimos así, juntos el uno al otro durante largo rato, hasta que tuvimos que separarnos una cuadra después de dejar atrás la escuela.

No volví a verla en el lapso de dos semanas.

Después de aquella mañana en el paradero, llego, con el fin de semestre, una carga tal de trabajo que me fue imposible asistir al taller dos sábados consecutivos, y entre semana terminaba tan tarde – o temprano, como quiera tomarse el terminar de trabajar a las seis de la mañana- que solo me quedaba tiempo para salir corriendo a la escuela, aquello fue un infierno.

En todo ese tiempo solo esperaba poder encontrarme en el autobús con Tomomi; nunca paso. Me sorprendía a mí mismo entregado a un sentimiento parecido a la nostalgia, me embobaba mirando las notas en japonés y sonreía al recordar la dulce voz de la maestra, su forma de ladear la cabeza mientras trataba de encontrar una respuesta comprensible a las preguntas formuladas, su gesto, preciso a la hora de entonar, ligero al momento de explicar, pleno de un misticismo humano que aún no comprendo; recordaba especialmente como podía perderme en el pequeño salón donde se impartían las clases, dibujando mentalmente la forma casi oval de su hermoso rostro; extrañaba a Tomomi, en el poco tiempo que llevaba de conocerla se había colado a mi corazón.





Moría el ultimo viernes de clase a la par que crecía mi gozo ante la expectativa del nuevo sábado por llegar. Concluido el deber escolar, era hora de regresar al taller de japonés; por la noche tome mis notas y comencé a estudiar, no había olvidado nada, las lecciones todavía seguían en mi cabeza; las horas se hicieron interminablemente largas.
Me sorprendió encontrar a Claudia y a Raúl sentados en costado de la pirámide que era la casa de la cultura en donde se desarrollaba el taller; desperté tarde y me retrase en la hora de llegada; desee, aún deseo, que aquel día a todos se nos hubiera hecho tarde.

-¿Te llamo Tomomi?- podría jurar que ambos me preguntaron al mismo tiempo.
-No- respondí, ni siquiera le había dado mi número.
-No vendrá en todo el mes, hoy solo venimos de picnic- No sé por que tenían que hablar al unísono.
-Soka.
-También menciono algo acerca de buscar a alguien para continuar las clases.
-¿Alguien?- casi no pude escucharme a mí mismo.
-Si, Tomomi regresa al Japón.

Todo quedo en absoluto silencio. Ya no pregunte mucho después de eso, me senté a un lado de ellos mientras retomaban la conversación interrumpida. Con el pretexto de ir al baño fui a la recepción de la pirámide y rogué por informes acerca de la maestra de japonés, la secretaria se negó a dármelos. Pregunté a Claudia si tenia algún número en donde poder localizar a Tomomi, dijo que si pero había olvidado su agenda; me despedí, camine con supuesto rumbo a casa, aún no podía –no quería- creer lo que me habían dicho.

Compré un pequeño puro que olía a vainilla, encendido apestaba a tabaco. Recordando las platicas con Tomomi, halle que en una de ellas me había dicho que vivía en un pequeño departamento cerca de donde esperaba el autobús. Estuve tentado en caminar algunas cuadras a la redonda de aquel paradero y llamarla a gritos.
No lo hice; sin embargo, el lunes siguiente, muy temprano, estaba esperando a que llegara al paradero, esperé hasta que rompió el alba; me senté en el frío banco metálico y encendí un cigarro. Fume hasta que se seco mi lengua, mi ropa olía mucho a humo; regrese a casa a bañarme y a tratar de dormir un poco.

No comí, dormitaba a ratos, una malhadada flojedad me impedía levantarme de la cama; al final tuve un sueño muy extraño donde Tomomi abrazaba a un tipo; y yo estaba ahí, mirando, sin hacer nada; un peso enorme se cernió sobre mi pecho, trate de gritar, de llorar; pero no pude, solamente desperté a mi desesperación por encontrar a la muchacha que repentinamente me había arrancado de mi mundo.

Una vez mas salí corriendo al paradero, era tarde y la luz del día se perdía a cada paso de mi carrera; cuando llegue el corazón me martilleaba el pecho con tal violencia que tuve que detenerme a un poste para no caer. Retomando el aliento comencé a pensar un discurso para cuando llegara Tomomi, no sabía como comenzar, no sabía realmente que podría decir, pero estaba seguro de que lo primero que haríamos ambos al encontrarnos sería sonreír, y la sonrisa de la maestra se dibujo en mi mente y me obligo a sonreír, sonriendo, la vi bajar del autobús que parara en ese mismo instante; era ella, ella... seguida por un tipo que apenas toco suelo la abrazo por la espalda.
¿Quién se creía aquel imbécil?, ¿por qué ella le permitía a ese darse esas confianzas?, ¿por qué siento que si tan solo doy un paso caeré inevitablemente, interminablemente, y no podré levantarme para poder ir detrás de ella?. Apenas unos cuantos días y sin embargo, fue demasiado tiempo de angustia, demasiado tiempo de pensar en ella, en lo que haría, en lo que le diría al encontrarla, para que en un momento todo se fastidiara, todo; yo mismo quede en pausa en aquel momento, ahora solo estaba; doloroso y en pleno cambio de la esencia a la sustancia.

Si en este momento me preguntas que paso después tal vez desvíe toda la conversación a un sitio donde pueda hablar sin el temor de desangrarme por los ojos, porque justamente después del abrazo vino el beso, y después quien sabe; solo el recuerdo de ambos acercándose a donde yo me encontraba y no. Me aparte para dejarles pasar, solo lo suficiente en cuanto a espacio, pues inevitablemente Tomomi paso enfrente de mí, tan cerca que pude oler la exquisita fragancia de sus cabellos mezclada con el perfume barato de él; tan cerca y tan lejos, tan lejos, tan desesperadamente lejos. Sentí un vacío enorme en el fondo de estomago, calor en el pecho y la certeza de que nadie ignoraba lo que pasaba en ese momento; quise morirme, ahí mismo o donde fuera, enterrar mi cuerpo en el vacío de mi estomago y perderme por un tiempo.

No volví a ver a Tomomi; deje de correr hace mucho tiempo. Recuerdo bien lo que ella vestía aquel fatídico día: un vestido negro, corto hasta las rodillas combinado con una blusa azul marino que le daban tal toque de formalidad que chocaba con la imagen de la chica despreocupada que enseñaba japonés en la casa de la cultura de la calle veinticuatro. De él no recuerdo nada a excepción de que era enorme y que sonreía de manera estúpida al andar.

Hay cosas que por su insignificancia no olvidaremos. Tal vez sea el hombre el que se fija y se enamora de los detalles mas aún que la mujer, lo digo no solo por apología al genero, si no también por experiencia propia, porque ahí, muerto como me encontraba, resucite un poco cuando ella volteó a verme; el calor del cuerpo subió a mi rostro en ese mismo momento. Maldito y bendito sea aquel día, inolvidable; pues a mitad del abismo su rostro lo ilumino todo una vez mas, ella sonrío; si, me sonrió de manera sincera, como una niña, nadie de los que la hallan visto en ese instante podría creerme si les dijera que ella tenía veinticuatro años. Ella sonreía, todavía sonríe; se aleja para perderse a la vuelta de una esquina. El tiempo que le tomó dar la vuelta me miro -aún lo hace- y me dijo adiós con la mano muchas, muchas veces.


Para aquel muchacho, ya perdido, en aquel paraje del México de noviembre de 2000

martes, noviembre 22, 2005

Y ahora, el pero

No es discusión, es ánimo apocalíptico mal trazado, es espera hacinada en si misma, es motor y explicación de la tangente que ahora recorro, es todos mis diálogos frente al espejo y cada mañana de tortura en la espalda baja, es salir y buscar; es salir e irse lejos, muy lejos, no al encuentro de lo que las normas signan como estabilidad, sino ir tras la sombra de aquel que se dice yo en este tiempo y otrora confuso. Pero introito a la encrucijada y la totalidad de la visión que no termina a pesar de los años que transcurren inclementes, es la necesidad de encontrar un tema nuevo en mi y en el mundo, es conciliarme con todos y ponernos uno contra otro de nuevo para reconocernos uno, otra vez, y seguir, continuar, perpetuar el alma, mitigar la sed de este pero insaciable. Pero y acusa de presente un problema, pero y es motor de mis contradicciones y de mis escritos, y de mis ansias y mis carencias, y mis anhelos, todos juntos y en ascenso…

lunes, noviembre 21, 2005

La giganta de los días difíciles

... esta ciudad no es natural, tan fría y gris. Pero es salvada todos los días; el alba es rosa y el crepúsculo anaranjado a pesar de que el cielo es azul, siempre, más no por ello es ordinario. La complejidad de los actos se disfrazan de simpleza y son olvidados por la vida cotidiana: “Así son las cosas, y punto” es su mejor argumento para dejar que los días corran sin que ello los mortifique más de lo que creen necesario. Pero, ¿Son culpables? ¿Es culpable cualquiera de nosotros por tener la inherente necesidad humana de sentirnos bien, o a salvo, o seguros? No, nadie es culpable a pesar del crimen o de las apariencias, nadie es culpable por que nadie es, rezamos por una personalidad pero todos estamos amalgamados en cierta forma con la ciudad y sus costumbres, en el enorme, tristísimo seno de la giganta. Perdóname, ciudad, giganta, Grisomante, fuiste monstruo por la habilidad del hommo en crear habitats tan inhabitables, perdona el que tus vestidos deban ser de colores chillantes, pero la tristeza –como la ignorancia- disfrazada se nota menos. Perdona si no quiero ser parte de tu seno, pero no puedo más mezclar mi confusión con la tuya. Me alejare en la lluvia sin despedidas a pesar de que, probablemente, nunca me vaya de aquí; perdóname si te digo que prefiero estar triste que estar contigo.

viernes, noviembre 18, 2005

Memoria del cuerpo y del animo

Respiro una honda bocanada de este aire raro, se siente en las puntas de los dedos un persistente cosquilleo que sólo puede ser aliviado en la caricia del cuerpo amado; pero, ¿qué es esta sensación de alivio ante la repentina ola de colores que se cierne sobre mí?, me levanta, me arrastra, arranca carcajadas como nunca había tenido. Es la vida, hoy he encontrado el objeto que me da confianza en mi y en los demás, ya no me encuentro enfilando al abismo más que por diversión: para recordar lo que se siente, para recordar lo que se pierde. Tomo el anillo, y lo lanzo lejos, ahí van anudadas las historias que no he querido protagonizar, tengo mi demonio hecho carne y su culto es sólo muestra de una caridad como ya quisiera cualquier devoto en su muy particular y pedestre ortodoxia.
Multitud de demonios. ¡Vengan!, no tengo miedo; La vida es presente sin infinitivos complejos o demoledores. Que la unidad alguna vez termina, lo sé, y no me importa; sólo el honor acusa de existencia, juega con el espacio, con el tiempo; el honor es mío por unas cuantas horas, extendidas sobre sabanas de un blanco sucio que hay que remendar. ¿Dónde hallar al costurero a tan altas horas de la noche? Pues esta noche es la última – y no haberlo previsto- no me muevo, no me muevo y me esfuerzo por prolongar el momento que, tuyo y mío, esta perdiéndose ahora, y ahora... No me muevo y de nuevo puedo sentir aquel dulce veneno recorrer mi garganta, veneno que me conmueve, que me lastima, que me obliga a levantarme por mí mismo, veneno que se torna consejo, motivo, razón de la existencia, veneno que quita la vida, ¡y trae vida!... ¡Vida! tengo el verdadero sentido de la reencarnación en cada palmo de mi cuerpo, en la memoria de mis labios en los tuyos. En esta distancia que se anula en cada momento de voluntaria ceguera que aprovecho para leerte como a un libro de braille.

jueves, noviembre 17, 2005

Voces

Ceguera temporal, temporal de cegueras. Con las pupilas dilatadas se pretende imitar las voces de aquellos que no se encuentran; la falta de visión no limita las intenciones. A lo lejos ya se escucha el retumbar del tambor, los compases son presagios de los truenos, los rayos, y el terremoto por venir. Es la exégesis, la nueva moda, prueba de ello son los best-sellers y las líneas anteriores, las viejas intrigas encuentran escuela, nuevas vertientes, nuevos concilios; eso indica que el mundo esta en orden, el instante de parálisis fue tan sólo un dejar de respirar para después tomar una honda bocanada de aire, el aire metálico cosmopolita característico del siglo pasado; no ha habido cambios, todo marcha como debiera, ¡brindo por ello! Brindo por la pausa, por la intriga; brindo por la ciencia y el sentido de pertenencia; brindo por la incertidumbre y por el sino de lesa humanidad; brindo por todos nosotros, por este espíritu errante, beligerante sin pretensiones y de flojos ideales, por esta no-pertenencia que acompaña a las cada vez más mediocres y grises albas que iluminan los ánimos de este esta comunión; brindo por esta rueda perdida “en aras de la libertad”; brindo por esta nueva torre, erigida en el único lugar donde el tamaño de las señales magnifica las significaciones y siempre halla respuesta: Es la tierra, destinada/malograda a dar asilo a la razón y a encontrar en cada pueblo el centro de la luna, su ombligo, el principio; principio inspirador de la lengua y de esta torre, y de su antecesora, y del sinfín de palabras que se han sucedido en el transcurso del tiempo o de la historia; inspirador también de este brindis, motor de la agónica melancolía que llena hasta los bordes el cáliz que ha sido presentado a esta mesa fastuosamente adornada.
Graciosamente ahora no hay voces, nadie decide dar el primer trago, así que levanto la copa, la miro como si tratara de ver a través de ella, la acerco a los labios y el dulzón aroma que impregna mis fosas nasales deja adivinar lo amargo del trago... tan sólo puedo ofrecer mil disculpas por no saber perdonar; por no poder entender de una vez y para siempre que en verdad cada uno termina perteneciendo a los lugares como un bocado a quien lo engulle.

Fragmentos de momentos pasados (no. 2)

La mañana se sucede como el suplicio de las noches difíciles
No voy a describir una resaca.
Además de que no puedo levantarme.
Pero el organismo me tienta el hombro y me recuerda: “Yo soy más listo que tu”
Y me obliga a abandonar el lecho.
Entro al baño, el suelo está frío.
Evito por todos los medios mirarme al espejo.
Me lavo las manos, me mojo el cabello.
Busco una aspirina; busco un vaso para servir agua; busco algo que presiento se me olvido en la almohada, encuentro un rastro de cabello que no me da pista alguna de que pudiera ser aquello que ando buscando ahí; así que de momento lo olvido y busco unas bermudas y una camisa y me encuentro el último cigarro. Ahora busco un encendedor.
Salgo a la calle, si la luz lastimase mis ojos y me obligara a cerrarlos y a tallar los párpados sería como para conmover los duros corazones de los que reprueban las parrandas.
Encuentro a un tipo que vende gelatinas, compro una. La pruebo y no me hace mucha gracia; pienso en ponerle ojos y boquita de rompope, pero desisto pronto de tal idea.
Veo a un chico que vende tamales y atole. Una torta de pan masudo relleno de masa y te lo pasas con más masa. Ni siquiera me acerque.
En la portada del periódico se lee la noticia de un asalto; del desacuerdo en la cámara de senadores; de los partidos por jugarse; y el horóscopo. Hoy es mi día de suerte.
Alguien me saluda con un claxon de toro –ya es poco uso en estos días, la verdad; ahora se usa uno que parece chiflido/cliché a una chica guapa- y me obliga a abandonar la carpeta asfáltica y a caminar en la banqueta.
Subo una difícil cuesta, de esas que componen el paisaje en esta abandonada orilla del valle de México –abandonada por Dios y muchos administradores, claro esta, pues está llena de gente- y llego a la cima que es también la carretera que comunica al distrito con el estado.
Subo a un puente peatonal
Me quedo ahí, arrepentido de no haberme puesto unos tenis, pues hace demasiado frío a esta altura.
Prendo el cigarro que encontrara en el cuarto.
Veo largamente los cirros resto de la noche, ahora pintados de rosa con algunas líneas doradas, sobre un fondo azul pálido.
Y el ánimo, ¡que no levanta!; como la noche anterior; como la Banca; como el Atlante; como las propuestas para una vida mejor; como una piedra que se quedo sin ser parte de alguna estructura y vicia el camino con una solitaria e inútil presencia; como el gris de los barrios populares, que desde este puente veo y domino; como la gelatina de hace rato; como todos los lunes de cuando eres niño y no quieres ir a la escuela; como cuando terminas algo; como el saludo que no te responden; como las ganas de pararte a dar de brincos y de repente recuerdas que mucha gente te esta mirando; como los viajes en el metro a las once de la noche; como la canción que no te sale en una austera guitarra y con una voz carrasposa; como los colores de los rieles en desuso; como los atardeceres en las películas en b/n; como el agua anegada en un charco; como la mirada que llena la pantalla de una sala de cine, en donde estas sentado en la fila de atrás, solo y sólo por que no sabes que más hacer con tus días, esa mirada que te mueve un poquito y que no encuentras afuera, lo que te mueve todavía más; como cuando te decepcionan o decepcionas; como cuando a media noche te encuentras dando vueltas en la cama y no hallas con quien platicar; como cuando la espalda no te deja agacharte; como cuando se te olvida lo que habías soñado, o como cuando no estas seguro de si sueñas; como cuando idealizas un momento y pasa nada de lo que habías pensado; como cuando pierdes algo que creías tuyo; como no saber que tienes, cuando en realidad si sabes pero no encuentras manera de decirlo. Así, como todo eso, que no levanta.

lunes, noviembre 14, 2005

Esta tarde que termina

Y la mujer no dejá, no cede, no es, y es en lo alto de la incomprensión, y le falta mucho y no le sobra nada; es ahora y quiza nunca, permanece, se marcha y el viento la trae de regreso, es mi tema, mi horas de desencuentro, la falta de vitaminas y el sueño atrasado, y este dolor en el pecho que aulla y es lapso muerto magnificado en este tiempo de soledad. Y el humo sube, los vapores suben, un sollozo contenido y la pregunta en vilo que todavía no puedo responder. Amiga, amante, compañera, perdóname, no soy yo aquel a quien buscas.
Otra noche se avecina.

domingo, noviembre 13, 2005

Ruptura (breve no 1)

A veces recuerdo, hecho de menos, demasiado, muy poco a veces, pero todo el tiempo.
¿Dónde estas? Mis manos pueden hablar de ti en este minuto que se agota, puedo salir, buscar, tener un momento, pasar a otra cosa, respirar hondo, deseando encontrarte a solas y escuchando la caida gravida de las estrellas o contemplando a los faros buscando a tientas, en mitad de la niebla, mientras el cuerpo -tuyo, mío- recuerda una abrazo y tu tacto. El tiempo me pide más, se lo entrego a cambio de mis memorias, de mis cinestesias, de ese pedazo de ti que me pertenece ahora y siempre.

sábado, noviembre 12, 2005

Fragmentos de momentos pasados

Lo que quita la vida trae vida, lo que invita a la muerte no es la muerte. Ahora estoy un poco más tranquilo; la posibilidad de morir no me asusta más, sin embargo, me inquieta. Por que entre tantas reflexiones siempre atraviesa tu imagen cualquier campo en que me este moviendo, y bailas. Bailas a aquel pausado compás del tic-tac, y en tus labios una sonrisa. Sé que te burlas de la cotidianeidad, o acaso de aquellos que en ella se pasean y se rinden al impulso de seguir el ritmo del reloj, y bailan por que no saben que más hacer; sé que sabes que sé que te burlas, y tal vez también te burles de mí, por cualquier cosa, cualquier nimiedad que no es más que un fragmento de mí, de ti, o de cualquiera de nosotros, los convidados a la fiestadediario. Te burlas por que te escapas de la reunión cuando quieres, aún que haya veces en que tu misma te encuentres rendida y sumida en el ir y venir de los demás, te burlas por que sabes que siempre puedes cambiar de ritmo –ya lo haz hecho antes- pero por ahora, prefieres seguir el ritmo establecido y burlarte de aquello donde nada es importante y todo vale la pena. Concédeme esta pieza, bailemos de manera ridícula, vamos tropezando con los demás, no importa, mañana habrá otro baile, entonces quizá sigamos el ritmo, de momento bailemos, inventémonos un momento por que tal vez no quedan muchos, no lo sé. Baila, baila, déjame festejar cada paso, cada movimiento; pidamos disculpas al unísono y volvamos a empezar; derecha, izquierda, adelante y una vuelta, o dos, o más. Baila, no te detengas; dime si me esperas. Dime para que pueda esperar sin inquietud a la muerte, a mi muerte. Dime que me esperas para tener argumentos y pedir una prorroga; dime que me esperas para no morirme.
Tic tac, tic tac.

Bailemos, ahora al lento compás del reloj.

Es tarde, el reloj de las responsabilidades dice que es hora de dormir, el reloj de las festividades dice que esta no es una fecha importante, el reloj que no tiene nombre dice que no haga caso a ninguno y que siga con la catarsis, o el vomito, o cualquier cosa que se supone que sea lo que escribo; es hora de continuar ahora que las imágenes se han ido. Es hora de detenerse cuando las imágenes se vayan para siempre, dejar de escribir cuando para divagar necesite de un método. Es hora de poner en claro que estoy haciendo; por qué, para qué, para quién. Tomo los sucesos de los últimos días y les invento un sentido, para que estos días puedan pasar con la mínima certeza de que algo habrá de bueno en ellos. ¿Algo? Cualquier cosa. Cualquier nimiedad, de dolor, de alegría, de tristeza ¡De algo, caramba, pero que no se sucedan vacíos! Basta, basta del tema, basta de ver los días como un sin-sentido o como la perdición de los congéneres o el acabose de mi misma persona. ¿Por qué o desde cuando me volví tan importante?
Me volví importante en el momento en que me quede solo.
Es tarde, el reloj –cualquiera- aconseja sabiamente abogar por el descanso, debo dormir. Partir a esta hora de desencanto... es de noche.

viernes, noviembre 11, 2005

Emir

La luz, es la luz y ahora la luz, ahora no sé que pensar, aunque siento mucho, y en todas partes.
Eres la manifestación de la vida que se sobre pone a todas las anteriores sensaciones.
Que bueno que pudiste llegar.

Al primogenito de mi amiga Eli.

martes, noviembre 08, 2005

El usuario anonimo...

... pretende erigir una antena de telecomunicaciones en el patio de mi único espacio, y es tan impersonal que por un momento he estado a punto de cederle paso en mi estancia, pero como me miraba de manera tan sosa y hueca, le dejé esperando en el umbral de mi puerta.
Lo que quiero y ansio es la violación espiritual, una entrada que incendie esta casa y me obligue a tomar otras medidas, otros caminos.

Breve requiem para una amiga

A veces creo que piensas que la distancia que nos inventamos estos últimos nueve años es lo único definitivo que puede haber entre tú y yo, cosa casi cierta hasta apenas la víspera de la fiesta de todos los santos, que para nosotros fue una manifestación de vida. Nuestras memorias se encontraron un momento y se tocaron de nuevo, ver tu tacto, sentir tu aroma, e igual que en nuestra juventud primera, vivir el no estar juntos y sabernos cerca.
Ahora tengo restos de pensamientos que eran balsa en tu naufragio, ahora tengo -de nuevo- esa presencia tuya haciendo ruidos extraños mientras murmulla en mi oído vocablos que no entiendo, y la calle de nuevo es mía. A ratos estas aquí, tienes los rasgos equivocados, tu voz no se distingue de otras, permaneces por mi permanencia, pero es hora de dejarte ir.
Un grupo de muchachos han tendido un bulto en la calle, le han puesto una sábana encima y le han prendido una veladora; una mujer se acerca para rezarle al falso difunto, y yo sonrío, y en esa sonrisa esta disfrazada una lagrima que encierra todas esas palabras que no puedo escribir aquí, y es para ti a manera de críptica oración al cielo, al infierno y a la tierra. A todas las memorias que saltan ahora y me cubren los ojos con bruma y sentimientos encontrados. La calle deja de existir, los rezos y el aroma a copal se esfuman. Siento aire frío en mi espalda, y luz detrás de mis ojos, que me llena, me quema, me regocija y me atosiga en un tiempo, y la vida y la muerte se vuelven una y tú con ellas cuando había decidido dejarte ir.

Hola lluvia, adiós amiga; ha sido maravilloso.

Descansa en paz.

jueves, noviembre 03, 2005

lugares (sueño no. 3)

Esto a continuación escrito es un fragmento de sueño y un beso que se prolonga indefinidamente, como en puntos suspensivos, pero que en algún momento encuentran fin y principio en tu sexo y la desnudez de dos hechos uno...