martes, abril 26, 2005

mañanas

Subo una larga pendiente -de esas que conforman el paisaje de la orilla occidental del valle- y en el camino me encuentro con largas y angostas calles que son laberinto de otroras inexpugnables ciudades perdidas que ahora se encuentran como el anillo mugriento que despierta la conciencia de cualquier cantidad de jovenes en pugna con sus ideales, sus hormonas y todo su tiempo libre. Prueba de ello son los graffitis que iluminan las grises paredes de casi todas las construcciones que se erigen en la promesa de un segundo o tercer piso -es por eso que aún se asoman las varillas- A lo lejos el sol despunta e ilumina de sepia la parte baja de esta orilla bañada en el frío de las mañanas de primavera, el viento se ausenta y todo el valle se aparece como el ombligo del mundo.
Los motores rugen en su esfuerzo por salvar la pendiente.
Un perro cruza la calle a toda carrera, no puede evitar el auto que lo hace girar bajo sus llantas, solo se escuchan los aullidos del perro que, a salvo, sale corriendo en busca de refugio, despues solo el silencio de los que fuímos testigos, despues solo el motor alejandose y la indiferencia del chofer presente en este momento abominablemente eterno.

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