miércoles, mayo 17, 2006

mediocre verde

Un día estaba en un valle inmenso, de verdes confusos entre el cielo y la tierra, gastando mis fuerzas para hacer camino para el que viene. El camino es de arcilla y el sonido de mis pasos es la única referencia que tengo de mi conciencia; camino autómata por la simple razón de que sé caminar. Si hay final en la marcha es tan difuso como el comienzo.
Fue en esa senda donde curtí mi cuerpo, dando tumbos endurecí mi carne, sangrando adorne mi rostro con estigmas que despiertan la curiosidad del desconocido que se topa en mi camino, llorando comí de las palabras que cobran cuerpo en voces que almas muertas me ofrecían; y de esa forma, sangré sobre las hojas que llené de mis juveniles tormentos.
Un día, simplemente me canse de andar; aburrido comencé a atosigar al cielo con blasfemias, e ignorado, tome mi pluma y un diamante; con sangre escribí el titulo que creí mas apropiado en mí frente: Poeta. Me invente una expresión: sonrisa; y con el pecho erguido y andar orgulloso, junte piedras durante mi jornada y las lleve conmigo; las hice mis amigos y todos gustábamos burlarnos de lo que insistentemente llamábamos sistema.
Y con el sistema encima de nosotros, un día no pude cargar más con el peso de mis amistades; así que los abandoné y seguí el camino por mi cuenta. Me lamenté, continuamente, hasta que mi voz se hizo ronca; entonces patalee, y grité, y aullé, y lloré, y conté muchos días antes de que pudiera darme cuenta que ya no estaba molesto. Con la mano cubrí mis ojos de la luz y mire al horizonte, que seguía siendo de un verde confuso entre el cielo y la tierra.

Un día, me hice a un lado del camino y espere a ver quien pasaba; y así sucedieron varios días en los que pude ver muchas cosas; pude ver el buen sentido del viajero y aprender acerca de los viajes que aún estaba lejos de realizar. Cubrí la verdad en la seguridad de la mentira, y describí todos los colores que había visto: rojo, por las noches en vela inerte, blanco en los largos ratos de mortal ocio, azul en el fuego del alma y un mediocre verde para todo lo demás. Nadie entendió por que veía como veía, así como no entiendo por que hablan como hablan; no le debo nada al destino.
Parado al filo del camino fui presa fácil de las habladurías y los prejuicios, con los que llenaron un costal que abandonaron a un lado de donde dormía, desperté para verme obligado a cargar con un peso que no escogí llevar; la fama es ambivalente e ineludible y ahora recibo como obsequio la oportunidad de ser conocido –vaya suerte- y lamentarse no sirve.
Cargué con mi bulto y me dirigí a cualquier lugar, que es todo el mundo, todos los templos. Presumir mi costal era la única motivación que tenía para viajar y conocer los sitios, todos iguales y sin embargo, diferentes; un día, en uno de esos tantos sitios, una niña se acerco a charlar conmigo; me ofreció de beber y descanso, y me endilgo un discurso sobre las pasiones que engullí gustoso; dio masaje a mis pies, lavo mi cabeza... y me dio a probar de un dulce molusco de fuego. Me consumí en las delicias de las flores y vi por primera vez las perlas del cuerpo, jamás había experimentado placer en el trabajo físico y ya no podría dejarlo; fui a todos lados antes de que una bomba de hilaridad me estallara en el vientre... Al otro día desperté, y como con el costal, encontré a mi lado una niña que me endilgo un eterno sermón acerca de la moral.
No podré redimirme, así que llevo a la niña conmigo; fama e indignación a cuestas en una larga caminata, pronto fui un hombre físicamente fuerte a pesar de mis deseos.
Las noches se tornan insoportables al tener que compartir mi cama con una acompañante no grata. Las noches de luna llena se colmaron tanto de fealdad, que los días sólo podían ser tolerables completamente ebrio, así que trate de ocultarme trepando por el cuello de una botella, en el fondo encontré gente mucho más desagradable.
Un día me retire del camino -una vez más- aquellos que encontrara en el fondo de la botella acordaron quedarse conmigo, no me rehusé bajo condición de que no se me dirigiera la palabra; y cual ermitaño rodeado de compañeritos, frote con furia el titulo que me había puesto en la frente hasta que logre borrarlo del todo. Termine por apreciar la compañía que se encargaba de distraer a la niña que cargaba junto con mi costal, pronto organizamos una logia y nos pusimos nuevos nombres; entre todos escogieron el mío, y mitad en broma, mitad en serio; me llamaron Decepcionante.
Idiotas.
Ahora juego su juego solo para no ser aún más molestado. Aprendí a hablar como ellos y pronto me volví irritante; inventé cien himnos en mi honor, confeccione con cien guirnaldas la corona que ciñera mi cabeza, obligue a la logia a elevar a la apoteosis al hombre crápula e irreverente en que me habían convertido; Decepcionante sería su perdición en mis más exquisitas fantasías, pero no fue así. El día que había escogido para mi coronación corrió el vino con mayor fluidez que en ocasiones pasadas, inicie una discusión acerca de religión que llego a la violencia; termine apaleado en mitad de la calle y fuera, definitivamente, de la pequeña comunidad que nos habíamos inventado. Tomare mi tiempo en juntar fuerzas para levantarme, mientras tanto, mirare las estrellas bajo esta nueva luz. La imbécil neblina de la niña se había ido cuando mis compañeros robaron mi costal durante la pelea.
Hundí mi rostro en el fango que había formado mi sangre, y me hice, sin querer, una mascara. Con los dedos la moldee, la hice bella, corrí a un espejo para admirar mi obra, y complacido, me sacudí el polvo que se impregno en mis ropas, metí mi camisa torcida por la violencia en mis pantalones y eso fue mas que suficiente para ganarme otro titulo: Decente.

Una nueva vida, no puedo quejarme; tengo el cariño y la orgía de las mujeres, el aprecio de los hombres y la medida que el éxito exige. Puedo sonreír y fingir que las cosas marchan como debieran –de alguna forma, fingir es lo único que he aprendido- me inclino ante los signos que la cotidianidad toma como divinos y bostezo con las manos juntas a la altura del pecho. Me rió en la cara de quien me place y quien me place se ríe conmigo, ¡qué fastidio!, prefiero gastar los días en otra cosa. He adoptado a un cerdo y le enseño a cantar, y a bailar.
De nuevo la gracia. Cantando me fui haciendo de amistades nuevas, dando saltos frenéticos y giros gastaba toda la frustración de ser joven e inmóvil; me invente una vida rodeado de atletas vomitivos cuyas ideas se habían pulverizado con la practica violenta de sus pasiones, yo estaba con ellos solo para poder estar bajo el desgastante rayo del sol. acompañado para tener la certeza de que si desfallecía en algún momento, mi cuerpo sería recogido y llevado a un lugar bajo sombra –pero no tengo suerte, supuestamente soy físicamente fuerte y resisto mayor castigo que otros- Me acostumbre a la idea de que debía ser yo quien resistiera los embates –del tipo que fuese- y los golpes destruyeron mi mascara humedecida por las lagrimas y el sudor; bajo ella mi rostro se había vuelto duro, y me quede solo bajo la sentencia del cambio.
Y me sumí en un estado casi catatonico.
Todos los colores que había visto o creído ver se tornaron de un monótono gris, las cosas se envolvieron de insignificancias y el aire se hizo pesado e irrespirable, apenas lo justo para vivir; un manto de fealdad cubrió mis ojos y así anduve durante muchos días. Un día me canse de caminar, y regando la vista para tratar de discernir en donde me encontraba, me di cuenta por un momento que había vuelto al valle, y que estaba justo en el punto en el que me había desentendido de la conciencia. Me quede ahí, casi tanto tiempo como el que había gastado en salir de la penumbra de la fatalidad. Un día me decidí, y seguí caminando por el camino de arcilla, el ruido que mis pasos provocaban me despejaron en la manera en que el paisaje cambiaba y a la vez era el mismo: Cambiaba con el aire, que no se asemejaba nunca en ninguna parte, cambiaba con las extensiones del valle que a pesar de su símilaridad no eran iguales, cambiaba en la medida en que el movimiento me permitía pensar en otras cosas, no así la inmovilidad, que obliga a fijar la vista en un punto –cualquiera, cualquier punto es fatal e idóneo- en el que todas las ideas se abolpan, insisten en su importancia, se conglomeran hasta que su peso se torna agobiante; y al final no queda mas que la certeza de haber perdido el tiempo en pensar y no solucionar nada. Cambia y es el mismo, por que mientras mi mente se aclara puedo ver los colores una vez mas, y el valle sigue siendo de un mediocre color verde, que se confunde con el cielo y la tierra.
Un día encontré a una mujer, andaba por el mismo camino, y tal vez por aburrición o desencanto, puso voz a su mutismo, y sin decir nada me hablo de todo. Sin necedades, vacíos o aberraciones me forzó a hablar. Y las palabras después de tanto tiempo de estar guardadas duelen al salir; expresarse es nacer, es morir a lapsos, y es un limbo atosigante cuando la expresión se ha secado con la sucesión de los días; expresarse es sacar todo, es exprimir, y de esa manera la mujer me tomo en brazos y me levanto, me torció, abrió mi pecho a fuerza de preguntas simples y busco adentro, me hizo ver en perspectiva y halle un grito. Desgarre mi garganta y solo ella estuvo ahí para escucharme.
“No tengo un pasado digno de ser escuchado” dije, en cuanto pude hablar después del alarido; “Busco alguna memoria que pueda servir de referente a mi vida, pero no, nada, solo los lamentos de mi adolescencia”.
-¿Por qué?- Pregunta ella.
“No sé”
Y me dedica una larga e intensa mirada.
-Si, no sabes-
Llegamos al fin del camino. Y no hallamos nada; solo el eterno, mediocre verde que se confunde con el cielo y la tierra.

2 comentarios:

Mirando y Pedaleando dijo...

:O Me gustóóóó!!!!

EL final... muy chido, muy chido. Maldito mediocre verde... y ¿deseado?. No lo sé.

Efe dijo...

Si, maldito.
Hace ya algún tiempo que recorro estos lares y, aún ahora, yo támpoco sé...
Pero, con todo, pienso quedarme un poco más; gracias por venir :D