miércoles, noviembre 23, 2005

Sabiduría y belleza

Durante mucho tiempo he asistido a la escuela, a diferentes niveles, en el mismo rumbo. En todos esos años he tenido que utilizar la misma ruta, siempre asistiendo a la marcha del transporte publico a través de zonas industriales, zonas comerciales, zonas residenciales sin ningún lujo, y, sobre todo, al eterno desfile de rostros inconexos pero de rasgos similares por regla general; por eso nunca hubiera esperado que un día una muchacha de marcados rasgos orientales abordara una de las unidades de aquella ruta del transporte público metropolitano. Era fascinante, de entre tantos rostros morenos sobresalía el suyo, de un amarillo sin precedente ante mis ojos; sus ojos oblicuos y su largo cabello, de un negro intenso, me obligaron a mirarle largo rato. Todo el trayecto estuve en trayecto de su rostro, buscando palabras con las cuales dirigirme a ella.
Y es que debía hablar español, de otra forma no andaría sola en el transporte publico de esta ciudad, sola como se encontraba en aquella mañana. Al día siguiente desperté mas temprano que de costumbre, no sé por que. Me prepare para cumplir con mis deberes, como media hora antes; fui corriendo al lugar donde la viera transbordar la primera vez. Hacía frío y aún no amanecía. Ella llegó con mis últimos esfuerzos para recuperar el aliento desacostumbrado a la actividad física; cuando se encontró delante de mí me dirigió un cordial saludo al que casi no respondí, pues tartamudee horriblemente, eso podría parecer una insignificancia, no lo es si se toma en cuenta el detalle siguiente: bajo la escasa iluminación de la calle me pareció la muchacha más bella que hubiese visto nunca. Ella sonrió ante mi tartamudez y se alejo unos pasos, pensé que se iría; así que la detuve con preguntas tontas acerca de su apariencia. Resulto ser una chica muy amable, en un español un tanto extraño me dijo que venia del Japón, que había llegado hacia ya seis meses, que trabajaba en una empresa japonesa ubicada en el mismo rumbo del colegio al cual yo asistía, ¡y encontré ahí un tema en común!, uno muy absurdo y hasta un tanto frívolo, lo note enseguida, pero a pesar de ello se lo dije, y entonces me presente, después de decir mi nombre extendí la mano y ella me entrego la suya a la par que decía el suyo.
-Yo me llamo Tomomi, To-mo-mi.
-Tomomi, ¿qué significa?.
-No, me da pena.
Transbordamos el autobús que irrumpió en el momento en el que insistía en la pregunta, oportuna e inoportunamente, pues al instante en que ella detuvo el armatoste yo pensaba: “¡que estúpido!, ¿qué significa?, ¡vaya manera de mantener una conversación!”. Si, eso pensaba, pero a la vez deseaba que el transporte demorara otro poco para tener más de tiempo y remediar esa charla que andaba tomando matices poco favorecedores para el acto de conocer gente pero ya no podría ser posible, el transporte estaba aquí, frente a nosotros, con las puertas abiertas y presto a terminar con esa ruta que de tan vista parece cada día ser más corta. Así que abordamos, en silencio al principio, después de unos metros pensé en los fractales, y en algunas otras cosas que se explican en la teoría del caos: pensé en consecuencias, nada que perjudicara el curso normal de la historia, pero que posiblemente afecte a la mía, así que deje de lado las preocupaciones anteriores y seguí charlando con Tomomi durante todo el trayecto hasta que debí despedirme –la escuela ya había quedado una cuadra atrás, ella rió cuando se lo comunique-.
-Hasta luego Tomomi
-Hasta luego, Deha mata.

Y descendí, hasta luego siempre resulta indeterminado y en este caso incorrecto, pues yo estaba dispuesto a verla al día siguiente.

Volví a levantarme temprano, salí corriendo nuevamente; cuando llegue ella ya estaba ahí, espere un momento para recuperar el aliento, -ejercicio matutino- dije mientras levantaba la mano derecha en señal de saludo.
-Ohio gozaimasu. Dijo ella sonriendo
-¿Perdón?
-Ohio gozaimasu- repitió lentamente- buenos días.
-Perdona, solo conozco dos palabras en japonés.
-¿Cuáles?
-Arigato y hai, de las películas.
-Arigatoo, Hai- corrigió- ¿te gustaría aprender japonés?
-¿Me enseñarías?
-Doy clases en casa de la cultura, cerca de aquí.
-¿Eres maestra?
-Según.
Así que le pedí la dirección del lugar y los horarios, e increíblemente ingrese a un taller de japonés; cuando se lo comunique a mis familiares y amigos coincidieron en sus opiniones: “¡¿japonés?!, ¿Por qué japonés?, mejor estudia ingles que es mas útil”. Asentí en ello, pero solo para no discutir, proseguí con las clases de aquel idioma mientras Tomomi las impartió.

-No, no es difícil, es muy interesante- dijo Claudia el día que fuera mi primera clase y luego dijo su equivalente en japonés.
-A veces, es más difícil español- me decía Tomomi al frente de la clase que se impartía solo los sábados y para la cual dejaba el formal atuendo de trabajo compuesto de falda y saco en colores azules, y vestía pantalón de mezclilla y suéter de cuello alto que resaltaba aún mas el ovalo casi perfecto de su rostro.
Aquel taller fue una grata experiencia, éramos cinco personas en total, Claudia y su novio Raúl, ambos fanáticos al comic japonés; la señora Delia, de descendencia japonesa pero que nunca había aprendido el idioma, Tomomi, y yo, el nuevo de la clase; todos asistían al taller desde hacia un año entre semana y desde hacia cinco meses en sábado desde que llego Tomomi, por lo que yo representaba un ligero problema al no conocer absolutamente nada del idioma, problema que la maestra resolvió muy pronto, pues decidió que yo tomaría la clase una hora mas temprano y después, si yo quería, podía quedarme al resto de la clase; así lo hice, al sábado siguiente llegue corriendo al salón, ella ya estaba ahí, fumaba mientras leía un libro en japonés, jadeando, me senté enfrente de ella.
-Buenos... días.
-Hola- me saludo mientras apagaba el cigarro en el cenicero que había pedido prestado en la cafetería del lugar –tu ejercicio matutino.
-No, no importa, yo también fumo, esto es solo porque necesito el ejercicio, paso mucho tiempo sentado.
-Genki desuka?
-¿Perdón?.
-Genki desuka?, ¿Cómo estas?
-Ah... bien, bien, gracias.
-Hai, genki desu. Tu debes contestar así.
-Hai, genki desu- le respondí, ella sonrió de buena gana ante mi acento y con la mano me indico que ahora era mi turno en preguntar a ella.
-Genki desuka?
-Totemo, genki desu; te traje unas copias para que comiences a estudiar, pero primero debes aprender un poco de como escribir.

En japonés, según aprendí entonces, existen tres tipos de escritura: Kanji, que son los caracteres chinos adoptados por Japón; Katakana, que es un silabario para escribir palabras extranjeras del cual solo aprendí a escribir mi nombre, e Hiragana, que se utiliza para escribir palabras japonesas y que fue el único que aprendí casi en su totalidad porque era la “esencia” que necesitaba para integrarme por completo al taller. Aquella fue mi primera lección y las que le siguieron fueron tan productivas como amenas: la mitad de la clase practicábamos el silabario y algunas palabras, algunas frases del protocolo; la otra mitad charlábamos mientras fumábamos un cigarrillo y esperábamos a que llegasen los demás. En esos días Tomomi hablaba de los motivos que la trajeron a México, y algunas veces de su familia; supe que venia del sur de Japón –Vivo a media hora de la playa, pero no soy costeña, solía decir- que comenzó a aprender español por su interés en la literatura hispanoamericana –de veras, a veces es más difícil en español, dijo en varias ocasiones- Me habló de su padre y de su hermano, de las largas charlas telefónicas con su madre, de los paisajes japoneses y la diferencia del clima entre su lugar de origen y el mío; yo le hable de mi familia, el colegio, extrañamente también le describí con santo y seña el trayecto que debía realizar para asistir a clases, ella se dio cuenta que la parte del recorrido que realizaba corriendo era innecesario, solo lo hacia para encontrarla en la parada del autobús, tuve que aceptarlo, lo acepto ahora. Desde entonces nos tuvimos un poco mas de confianza.
-¿Qué significa tu nombre Tomomi-san?

Nunca respondía, desviaba la conversación hacia el eterno libro en japonés que llevaba consigo, me hizo prometer que aprendería el idioma para que algún día pudiera leerlo; ella a su vez prometió que me lo prestaría: el tiempo que sea necesario.

Mes y medio después ya era capaz de leer, con un poco de problemas, las oraciones que Tomomi escribía en el pizarrón, siempre y cuando no utilizara otra escritura que no fuera el Hiragana; terminaron las clases una hora antes y debía compartir a mi maestra con todos los demás desde el principio. Mientras del pequeño salón salían frases que estaban escritas en el pizarrón, yo echaba de menos los minutos que dedicábamos a charlar solo ella y yo mientras fumábamos, para ver que pasaba primero: si el cigarro se extinguía o si debíamos apagarlo por que comenzaba a llegar el resto de las personas que integraban el taller; ella debía extrañarlo también, pues un día pregunto la hora: diez minutos antes de irnos, primero pidió que le repitieran la hora en japonés y luego comenzó a hablar de trivialidades, me pidió un cigarro, se lo di e hice circular la cajetilla pero solo había dos fumadores en ese salón, por lo que solo ella y yo compartíamos el humo y manteníamos encendido un cigarro hasta que debíamos dejar el recinto, retomábamos la costumbre de antaño hasta que Claudia se quejo del humo que recorría el techo por causa nuestra, así que comenzamos a compartir el mismo cigarro, uno solo para los últimos minutos en que estaríamos juntos hasta que la otra semana comenzara, y, muy temprano, nos encontráramos en la parada del autobús donde ella siempre me esperaba.

A mediados de noviembre un frente frío azotó la zona norte del país, ello adelantó el frío del invierno; con todo, aquellos días seguía corriendo hasta donde Tomomi esperaba. Un día la encontré encogida en el rompevientos que vestía, tratando de arrancarle el calor que necesitaba para dejar de temblar.
-Samui desu- dije a manera de saludo.
-Salúdame y no me recuerdes cosas tristes- replico ella y me ofreció su mejilla; nunca antes la había saludado con un beso, siempre estrechaba su mano o algunas veces hacíamos una pequeña reverencia al más puro estilo japonés, así que recorrí gustoso el camino hasta su rostro y la bese, ella se aparto de un salto.
-Estas muy frío, Fernando-san.
Le ofrecí disculpas y un cigarro, pero no lo acepto, en verdad era muy temprano para fumar y lo único que queríamos era apretarnos con los demás pasajeros del autobús para robarles algo del calor que ya habrían acumulado; Tomomi se adelanto a ello, sin esperarlo, como el beso en la mejilla, se acerco y me tomo del brazo, y apretó fuerte su cuerpo contra el mío.
-Sabiduría y belleza- dijo ella.
-¿Qué?
-Sabiduría y belleza; Tomo, mi, eso significa mi nombre.

No hablamos mucho después de eso, solo estuvimos así, juntos el uno al otro durante largo rato, hasta que tuvimos que separarnos una cuadra después de dejar atrás la escuela.

No volví a verla en el lapso de dos semanas.

Después de aquella mañana en el paradero, llego, con el fin de semestre, una carga tal de trabajo que me fue imposible asistir al taller dos sábados consecutivos, y entre semana terminaba tan tarde – o temprano, como quiera tomarse el terminar de trabajar a las seis de la mañana- que solo me quedaba tiempo para salir corriendo a la escuela, aquello fue un infierno.

En todo ese tiempo solo esperaba poder encontrarme en el autobús con Tomomi; nunca paso. Me sorprendía a mí mismo entregado a un sentimiento parecido a la nostalgia, me embobaba mirando las notas en japonés y sonreía al recordar la dulce voz de la maestra, su forma de ladear la cabeza mientras trataba de encontrar una respuesta comprensible a las preguntas formuladas, su gesto, preciso a la hora de entonar, ligero al momento de explicar, pleno de un misticismo humano que aún no comprendo; recordaba especialmente como podía perderme en el pequeño salón donde se impartían las clases, dibujando mentalmente la forma casi oval de su hermoso rostro; extrañaba a Tomomi, en el poco tiempo que llevaba de conocerla se había colado a mi corazón.





Moría el ultimo viernes de clase a la par que crecía mi gozo ante la expectativa del nuevo sábado por llegar. Concluido el deber escolar, era hora de regresar al taller de japonés; por la noche tome mis notas y comencé a estudiar, no había olvidado nada, las lecciones todavía seguían en mi cabeza; las horas se hicieron interminablemente largas.
Me sorprendió encontrar a Claudia y a Raúl sentados en costado de la pirámide que era la casa de la cultura en donde se desarrollaba el taller; desperté tarde y me retrase en la hora de llegada; desee, aún deseo, que aquel día a todos se nos hubiera hecho tarde.

-¿Te llamo Tomomi?- podría jurar que ambos me preguntaron al mismo tiempo.
-No- respondí, ni siquiera le había dado mi número.
-No vendrá en todo el mes, hoy solo venimos de picnic- No sé por que tenían que hablar al unísono.
-Soka.
-También menciono algo acerca de buscar a alguien para continuar las clases.
-¿Alguien?- casi no pude escucharme a mí mismo.
-Si, Tomomi regresa al Japón.

Todo quedo en absoluto silencio. Ya no pregunte mucho después de eso, me senté a un lado de ellos mientras retomaban la conversación interrumpida. Con el pretexto de ir al baño fui a la recepción de la pirámide y rogué por informes acerca de la maestra de japonés, la secretaria se negó a dármelos. Pregunté a Claudia si tenia algún número en donde poder localizar a Tomomi, dijo que si pero había olvidado su agenda; me despedí, camine con supuesto rumbo a casa, aún no podía –no quería- creer lo que me habían dicho.

Compré un pequeño puro que olía a vainilla, encendido apestaba a tabaco. Recordando las platicas con Tomomi, halle que en una de ellas me había dicho que vivía en un pequeño departamento cerca de donde esperaba el autobús. Estuve tentado en caminar algunas cuadras a la redonda de aquel paradero y llamarla a gritos.
No lo hice; sin embargo, el lunes siguiente, muy temprano, estaba esperando a que llegara al paradero, esperé hasta que rompió el alba; me senté en el frío banco metálico y encendí un cigarro. Fume hasta que se seco mi lengua, mi ropa olía mucho a humo; regrese a casa a bañarme y a tratar de dormir un poco.

No comí, dormitaba a ratos, una malhadada flojedad me impedía levantarme de la cama; al final tuve un sueño muy extraño donde Tomomi abrazaba a un tipo; y yo estaba ahí, mirando, sin hacer nada; un peso enorme se cernió sobre mi pecho, trate de gritar, de llorar; pero no pude, solamente desperté a mi desesperación por encontrar a la muchacha que repentinamente me había arrancado de mi mundo.

Una vez mas salí corriendo al paradero, era tarde y la luz del día se perdía a cada paso de mi carrera; cuando llegue el corazón me martilleaba el pecho con tal violencia que tuve que detenerme a un poste para no caer. Retomando el aliento comencé a pensar un discurso para cuando llegara Tomomi, no sabía como comenzar, no sabía realmente que podría decir, pero estaba seguro de que lo primero que haríamos ambos al encontrarnos sería sonreír, y la sonrisa de la maestra se dibujo en mi mente y me obligo a sonreír, sonriendo, la vi bajar del autobús que parara en ese mismo instante; era ella, ella... seguida por un tipo que apenas toco suelo la abrazo por la espalda.
¿Quién se creía aquel imbécil?, ¿por qué ella le permitía a ese darse esas confianzas?, ¿por qué siento que si tan solo doy un paso caeré inevitablemente, interminablemente, y no podré levantarme para poder ir detrás de ella?. Apenas unos cuantos días y sin embargo, fue demasiado tiempo de angustia, demasiado tiempo de pensar en ella, en lo que haría, en lo que le diría al encontrarla, para que en un momento todo se fastidiara, todo; yo mismo quede en pausa en aquel momento, ahora solo estaba; doloroso y en pleno cambio de la esencia a la sustancia.

Si en este momento me preguntas que paso después tal vez desvíe toda la conversación a un sitio donde pueda hablar sin el temor de desangrarme por los ojos, porque justamente después del abrazo vino el beso, y después quien sabe; solo el recuerdo de ambos acercándose a donde yo me encontraba y no. Me aparte para dejarles pasar, solo lo suficiente en cuanto a espacio, pues inevitablemente Tomomi paso enfrente de mí, tan cerca que pude oler la exquisita fragancia de sus cabellos mezclada con el perfume barato de él; tan cerca y tan lejos, tan lejos, tan desesperadamente lejos. Sentí un vacío enorme en el fondo de estomago, calor en el pecho y la certeza de que nadie ignoraba lo que pasaba en ese momento; quise morirme, ahí mismo o donde fuera, enterrar mi cuerpo en el vacío de mi estomago y perderme por un tiempo.

No volví a ver a Tomomi; deje de correr hace mucho tiempo. Recuerdo bien lo que ella vestía aquel fatídico día: un vestido negro, corto hasta las rodillas combinado con una blusa azul marino que le daban tal toque de formalidad que chocaba con la imagen de la chica despreocupada que enseñaba japonés en la casa de la cultura de la calle veinticuatro. De él no recuerdo nada a excepción de que era enorme y que sonreía de manera estúpida al andar.

Hay cosas que por su insignificancia no olvidaremos. Tal vez sea el hombre el que se fija y se enamora de los detalles mas aún que la mujer, lo digo no solo por apología al genero, si no también por experiencia propia, porque ahí, muerto como me encontraba, resucite un poco cuando ella volteó a verme; el calor del cuerpo subió a mi rostro en ese mismo momento. Maldito y bendito sea aquel día, inolvidable; pues a mitad del abismo su rostro lo ilumino todo una vez mas, ella sonrío; si, me sonrió de manera sincera, como una niña, nadie de los que la hallan visto en ese instante podría creerme si les dijera que ella tenía veinticuatro años. Ella sonreía, todavía sonríe; se aleja para perderse a la vuelta de una esquina. El tiempo que le tomó dar la vuelta me miro -aún lo hace- y me dijo adiós con la mano muchas, muchas veces.


Para aquel muchacho, ya perdido, en aquel paraje del México de noviembre de 2000

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