jueves, noviembre 17, 2005

Voces

Ceguera temporal, temporal de cegueras. Con las pupilas dilatadas se pretende imitar las voces de aquellos que no se encuentran; la falta de visión no limita las intenciones. A lo lejos ya se escucha el retumbar del tambor, los compases son presagios de los truenos, los rayos, y el terremoto por venir. Es la exégesis, la nueva moda, prueba de ello son los best-sellers y las líneas anteriores, las viejas intrigas encuentran escuela, nuevas vertientes, nuevos concilios; eso indica que el mundo esta en orden, el instante de parálisis fue tan sólo un dejar de respirar para después tomar una honda bocanada de aire, el aire metálico cosmopolita característico del siglo pasado; no ha habido cambios, todo marcha como debiera, ¡brindo por ello! Brindo por la pausa, por la intriga; brindo por la ciencia y el sentido de pertenencia; brindo por la incertidumbre y por el sino de lesa humanidad; brindo por todos nosotros, por este espíritu errante, beligerante sin pretensiones y de flojos ideales, por esta no-pertenencia que acompaña a las cada vez más mediocres y grises albas que iluminan los ánimos de este esta comunión; brindo por esta rueda perdida “en aras de la libertad”; brindo por esta nueva torre, erigida en el único lugar donde el tamaño de las señales magnifica las significaciones y siempre halla respuesta: Es la tierra, destinada/malograda a dar asilo a la razón y a encontrar en cada pueblo el centro de la luna, su ombligo, el principio; principio inspirador de la lengua y de esta torre, y de su antecesora, y del sinfín de palabras que se han sucedido en el transcurso del tiempo o de la historia; inspirador también de este brindis, motor de la agónica melancolía que llena hasta los bordes el cáliz que ha sido presentado a esta mesa fastuosamente adornada.
Graciosamente ahora no hay voces, nadie decide dar el primer trago, así que levanto la copa, la miro como si tratara de ver a través de ella, la acerco a los labios y el dulzón aroma que impregna mis fosas nasales deja adivinar lo amargo del trago... tan sólo puedo ofrecer mil disculpas por no saber perdonar; por no poder entender de una vez y para siempre que en verdad cada uno termina perteneciendo a los lugares como un bocado a quien lo engulle.

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