martes, noviembre 08, 2005

Breve requiem para una amiga

A veces creo que piensas que la distancia que nos inventamos estos últimos nueve años es lo único definitivo que puede haber entre tú y yo, cosa casi cierta hasta apenas la víspera de la fiesta de todos los santos, que para nosotros fue una manifestación de vida. Nuestras memorias se encontraron un momento y se tocaron de nuevo, ver tu tacto, sentir tu aroma, e igual que en nuestra juventud primera, vivir el no estar juntos y sabernos cerca.
Ahora tengo restos de pensamientos que eran balsa en tu naufragio, ahora tengo -de nuevo- esa presencia tuya haciendo ruidos extraños mientras murmulla en mi oído vocablos que no entiendo, y la calle de nuevo es mía. A ratos estas aquí, tienes los rasgos equivocados, tu voz no se distingue de otras, permaneces por mi permanencia, pero es hora de dejarte ir.
Un grupo de muchachos han tendido un bulto en la calle, le han puesto una sábana encima y le han prendido una veladora; una mujer se acerca para rezarle al falso difunto, y yo sonrío, y en esa sonrisa esta disfrazada una lagrima que encierra todas esas palabras que no puedo escribir aquí, y es para ti a manera de críptica oración al cielo, al infierno y a la tierra. A todas las memorias que saltan ahora y me cubren los ojos con bruma y sentimientos encontrados. La calle deja de existir, los rezos y el aroma a copal se esfuman. Siento aire frío en mi espalda, y luz detrás de mis ojos, que me llena, me quema, me regocija y me atosiga en un tiempo, y la vida y la muerte se vuelven una y tú con ellas cuando había decidido dejarte ir.

Hola lluvia, adiós amiga; ha sido maravilloso.

Descansa en paz.

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