miércoles, diciembre 21, 2005

Críptico/empático IV

Debe ser como ayer, como esa intransigencia que no es más que el continuo desgaste de la roca en la que fue labrado mi nombre; no es nada grave, es simple y sencillamente la forma en que sucede lo que sucede; un segundo perdido en el cielo, un saludo sin eco que respira el vacío del mutismo, una espalda plena alejándose paso a paso mientras pequeñas decisiones capaces de cambiar el rumbo de historias personales salen tarde, más o menos un segundo perdido en el cielo, un pestañeo, un giro de cuello, un comenzar a mover las piernas, un salir corriendo entre las masas, un cambiar de rumbo para encontrar el camino equivocado, un encontrar escaleras tan largas y tan llenas de almas tan en pena como aquella que sube los peldaños de tres en tres, de dos en dos, de uno en uno, en uno, en uno; un hallar un cambio de opinión, un cambio en el rumbo, un cambio en el trayecto que se traduce como desilusión y convencimiento de la lentitud de esta generación de la velocidad que no sabe ir rápido cuando la situación lo amerita.
En verdad debe ser como ayer, para tener cierta certeza, tomar precauciones antes de salir cada mañana a enfrentar a los pormenores, típicos de camino de ida cuando parece que la esperanza se diluye en la espera de los armatostes que han de conducir a esta ciudad a su respectivo sitio en respectivos tiempos y con sus breves respectivas historias con fundamentos tan lejanos como ese ayer tan añorado y pleno de esperas y esperanzas varias que dieron forma a un sentirse seguro durante unos minutos días guardados ahora aunque latentes. Debe ser como hoy, otredad en vilo para dar paso adelante, secundar coros, asimilar disímiles por mera convención, y continuar, regresar una vez más y todas las noches, anhelar, un ratito, pero anhelo a flor de piel y rosado por mezclilla deslavada vapuleda por piedras y detergentes y gentes en grandes grupos prestos a unirse a grupos mucho más grandes y mucho más distantes que ese vago aire que apenas respirarse intoxica, atosiga, devasta. Debe ser como el hambre de tierra y fe, esa famélica necesidad de estar seguros por un momento aunque sea sólo en nuestra cabeza; mira, todavía, y todavía, estoy aquí, permanezco presente a pesar de que se me escapa la esencia, a pesar de que ya no sé como hablar ni articular más palabra que esta voz sin sonido y esta vista sin ojos que me manda a otros lares, a otras frecuencias, a otros espacios sin tiempo real pero tangibles en su muy peculiar instante naturaleza que exige tanta atención y destreza como atravesar de lado a lado cualquier avenida altamente transitada, eso por que de ambos lados de la analogía es posible –y demasiado frecuente- terminar arrollado. Espero al rezagado, necesito compañía, no estoy blindado a la soledad. Mi cuerpo pide el roce, el contacto de ese cuerpo convenientemente hecho a la medida de mi cuerpo, pero no más, no de momento, no por quien sabe cuanto tiempo. Tratase de ese continuo curso, de esa línea que atosiga y marcha largas travesías con grandes pilas de cuerpos a cuestas; grandes discursos suenan una y otra vez y de nuevo a forma de burla, no parece haber más opción que la de ver el tiempo fluir sin poder hacer algo para remediarlo, ¡vaya problema! Las cosas ya no pueden ser si no de esa manera, no hay escapes o senderos de caminos que se bifurcan a menos que se inventen, salgan de debajo de las rocas o detrás de las páginas en blanco y sin labrar; por un día, por uno solo, quiero saber lo que es no tener nombre, ni edad, no tener más que a mí en mi mismo, quiero saber que sentido tiene el infinito, el eterno; quiero saber, sentir esa abulia que emerge natural como el musgo en las paredes; que mis huesos se cimbren ante el bostezo de esa vida que me esta vedada y que sin embargo, sale siempre a flote para hacer patente mi condición de ahogado/perdido/sumido en el regreso, en otra partida a otra jornada de otro día y otras gentes con otras formas de ver las cosas y con otros discursos, escritos o hablados o aprendidos de memoria pero que difieren o a veces se encuentran con los anteriormente conocidos, masticados, digeridos, excretados e involucrados en la cadena alimenticia y de correcta formación de la cual, eslabón oxidado, he perdido. Debe ser como ayer –anhelo patente- para poder zafarse de las obligaciones que hacen mella, calan hondo, y mandan al traste la idea de vacío que inunda y llena corazones de un júbilo poco usual y sin estrategia de mercado. Debe ser como hoy, un día más a la cuenta, uno menos en la espera; horizonte de fuego y precipitando intermitentemente un día en que así, sin más, despierte sin esa ansiedad y/o deseo de sorpresa de recién nacido. Estoy seco, no huelo a galletas o a leche materna, mío es un olor de caporal y de tiempo encerrado y de dolor de espalda; de negación dogmática y de alusión cinematográfica; de trabajo pendiente y de convenciones en espera; de ansiedad de ver y de temor de perder en un momento; de quizá, también después a pesar del orden de las cosas. Presiento que vendrá una espina, otro dolor en la espalda, un malestar en el hombro, un sentirse intranquilo sin razón aparente que traerán quejas acerca del sinsentido que reina y pregna las razones y los argumentos que se han escrito para fortuna de muchos pasajeros. Estoy atento a cada momento, espero sin entusiasmo la llegada de los sinsabores, espero no tener que hacerles frente por mucho tiempo. Madre, madre, lo lograron, me han roto, me estoy perdiendo; estoy cansado y sin un hueso sano, no puedo ver más allá como me gustaba hacer antes. Nieblas cubren el paisaje, nieblas de progreso, de avance, de orgullo colectivo y de parafernalia. Madre, me siento mal, seré señalado de nuevo –no me juzgues- por el canon, la idiosincrasia y los conceptos malsanos; madre, voy a esconderme, no podrás verme, no me busques, no estoy ahí, no puedo quedarme. Un silencio inunda el grito de un montón de niños que juegan a vivir; ese silencio, tan sordo y tan claro, es el mismo que hace tambalear la poca claridad de una vela que encendí para poder llenarme de sombras a manera de ritual, me estoy iniciando en practicas de paganos y ermitaños, estoy buscando ser devorado por la media luz para no tener que dar respuesta a la pregunta de siempre: ¿para qué?. Para qué seguir si no aprendí las reglas, para qué seguir si no aprendí a hablar; no soy inocente, conozco el sentimiento, he visto demasiado pero sin aprender gran cosa: sé como jugar, sé como programar el cuerpo para levantarse cada mañana a sentir el tibio y efímero abrazo de un rápido baño para, después, salir de prisa a recibir otro abrazo, uno frío y lleno de gente emulando ríos de corriente beligerante o indiferente. Sé callar, pero no sé hablar; sé cual es el rumbo, pero no tengo sentido de la orientación, voy a perderme. Lo tengo presente, voy a perderme.
Me miro a veces sin espejo, salgo de mí para observar sin velo físico, todas esas cosas que en rededor pasan y trascienden, o que existen para llenar espacios y ser humo, polvo asentado en la cornisa de la ventana, mero desecho de las páginas que no admiten adorno sin complejidad. Miro, busco, cuestiono; reflejos abundan e inundan empresas obstinadas en abarcar una totalidad que no entienden, que se escapa de las redes que conforman el plano, que avaza sin cesar, deteniéndose apenas el tiempo justo para no parecer despectiva, y continua, continua, continua. Fragmento soy, fragmentado avanzo, continuo, veo. Para abarcar un poco más es necesario olvidar lo aprendido, hacer de lado las limitantes físicas. Comprendo, tengo manos para ver, una extensión de los ojos que ayudan a comprender un poquito mejor la naturaleza de esas cosas que circulan diariamente pero que pueden llegar a ser total engaño; la tierra, el agua, el fuego, el aire, ninguno es como lo mismo visto así, simplemente; las casas, los muebles, las personas, ninguno es ajeno a la naturaleza de esta visión, integra, sin tapujos impuestos por una extraña costumbre. Tiemblo ante el reflejo, no soy duro ni frío al tacto, esa es ilusión invertida, innumerablemente repetida y aceptada; trato de escapar de eso; me faltan piernas, no puedo correr.
A veces tengo oídos, a veces oigo el ruido. A veces, un murmullo se deja sentir en plenitud chocante con la parsimoniosa estabilidad del diario acontecer, sorprende la claridad inusual de ese sonido que suavemente se cuela de entre los otros, que me obliga a dar media vuelta para buscar su procedencia, que no deja nada en claro sino la presencia eterea de un algo que esta aquí, ahora, murmullo envuelto en contundente intangibilidad, atisbo de verdad olvidada: es mi sangre que fluye despacio, son mis huesos que pesan y rechinan, son mis viseras tratando de adaptarse al ambiente, es mi corazón que late y dice: “Hola, cómo me detengo, voy muy rápido, tengo tapofobia, me estrello, pierdo el control, me estrello, cómo me detengo”.
Si, a veces estoy vivo; camino sobre suelo uniforme, plano, consistente. Respiro, aroma a copal flota en el aire, ritos de uno tras otro en la misma forma en que los días y las noches se suceden; buscan una forma de ser sin tramar intrigas o deserciones a un establecido incomodo pero encallado irremediablemente en la bahía de concreto cuarteado por la inclemencia de eso que han llamado tiempo. Veo, las hojas caen de la copa de los árboles, desnudez que habla del mundo y sus incoherencias actuales, reproche al abandono, a la indiferencia, al despego que me ha fracturado la espalda, me ha lisiado el entendimiento, me ha botado en una esquina sin nombre y sin iluminación, mendigo, avaro, enfermo, desahuciado. Pruebo sinsabores, amargas esperas, dulces encuentros. Escucho silencios ansiados desde antaño, ruidos podridos y enterrados a profundidad. Siento texturas de cadenas, de robles, de cenizas; de asfalto a cuarenta grados a la sombra, de metales cubiertos de escarcha; de maderas descuidadas, de pieles mancilladas, de cuerpos curtidos por el trabajo, de almas mandadas al olvido; siento corrientes de aire que aúlla en las encrucijadas, siento la presencia ausente de tu cuerpo junto al mío, estando así, sin más, juntos y hechos a medida el uno del otro; siento correr los días pasados una y otra vez, y de nuevo, y quizá siempre.

Si, a veces estoy vivo, sólo que a veces lo olvido.

He olvidado, me siento vacío; campanas eléctricas retumban en un tañir sintético; amanece, el mundo también ha olvidado, los últimos fragmentos del sueño se diluyen, la infancia se queda atrás, la adolescencia gime sus últimos rastros, la madurez promete un nuevo olvido, incomprensible: café, licor, agua serenada, horarios, tendencias, vanguardia compulsiva, otras vueltas de rueda, aparadores, semáforos en pugna por el orden junto con los hombres que van y vienen, se pierden un momento y al volver son los mismos pero atrasados de noticias, como ayer, como hoy, también después.
Tal vez después.

3 comentarios:

Mirando y Pedaleando dijo...

Efe... has dejado un comentario en mi blog... solo que no sé quien eres jeje que pena. Oye, escribes chido.

Efe dijo...

Grcias Paulina, yo tampoco sé quien eres, solo que encontré tu blog mientras deambulaba en la red.

Mirando y Pedaleando dijo...

:)