martes, diciembre 27, 2005

Occidente -arritmia y otras fallas 1-

De la noche a la mañana, los reflejos cambian aún cuando parezca que la imagen persiste. Es ese el instante del instante en que la conciencia crece durante aproximadamente un segundo o menos que eso. Idos, las formas se presentan tal cual son, los brillos de los ojos dejan ver la manera en la que se ha sido retratado; y justo cuando la comprensión comienza su trabajo de desengaño, el instante se acaba. Entonces vuelve a ser el reflejo simple reflejo del cascaron. El alma se vacía en el ritual de la presentación, el exceso de bello en el rostro no funciona para los tópicos. Así entonces, hay que salir a mostrar un rostro más no el cuerpo desnudo. Los atavíos siguen reglas no escritas, los comensales siguen reglas no escritas, los consumidores siguen reglas no escritas, los predicadores siguen reglas no escritas, y de esa forma, nos hemos inventado una tierra de nadie. Bienvenidos a Occidente.

Sin ninguna conciencia de los asuntos legales de los que no lo son, los pueblos se encuentran en eterna disputa por lo que debe considerarse como propiedad privada. Mío, tuyo, suyo o de ellos. Como quiera verse, todo sentido de pertenencia es el comienzo de los malos entendidos. Alguien debería pregonar que existe una regla no escrita acerca de la propiedad, aún que eso signifique la confirmación de la tierra donde manda una moral inexistente, o tal vez, una moral como los pasos del baile de moda: una simpleza de ritmos y compases que cambian más rápido que la dirección del viento. Irremediablemente sumidos en este estilo de vida nos veremos inevitablemente adaptados a los nuevos climas; con los vientos del sur nos volveremos toscos, irritables; el invierno será época de perdición, y al chocar con las grandes urbes, con sus innumerables esquinas, la dirección cambiara y se llevara a los que vayan más alto en la corriente a más altos niveles de intolerancia; quienes con algo de suerte corran en las corrientes más bajas pueden encontrar fugaces momentos de parsimonia; y, los que se hallan lejos de las esquinas, seguirán como meros espectadores de la política del dios Futon. Que fácil es encontrar pretextos para dejarse llevar por el corazón, los clichés se imponen de nuevo y presentan la forma del sentimiento ridículamente curvo y trazado en una hoja de papel. Ahí, en los papeles, en esa mínima parte de la materia, existimos, en ellos esta escrita y certificada nuestra existencia o no-existencia. Por eso volamos con el viento, por que a algún listillo se le ocurrió que los papeles daban fiel seña de las pertenencias y los sentidos del mundo. Cuan frágil es la estructura que nos sostiene, un poco de fuerza en el sentido correcto basta para partir en dos, o en cuatro, o en seis, todas las expectativas que de manera ilusa se han levantado. De este lado del mar no existe más deidad que la que tiene más almas entre sus manos.
Los nuevos dioses se encuentran en pugna, su mundo es campo de prueba para la supuesta voluntad del hombre. A casi dos mil años de historia tergiversada las corazonadas no han cambiado en absoluto y quienes se encuentran entre las respetuosas y siempre conformes mayorías cumplen a la perfección el papel de espectadores que la antología de memorias filogenéticas –llamada historia- les a asignado. Esta situación de numerosos actores delega a la vida al papel de una película de serie B; no conozco a los directores, o a los productores –o mejor dicho, no me gustaría reconocerlos- pero debo continuar con el continuo rodaje amarillista que marca mi contrato. Siendo un extra estoy a disposición de los cambios que el guión amerita, puedo fingir ser un patriota, que soy un mendigo; puedo tomar el papel de ingeniero o arquitecto, o el de un simple obrero; puedo fingir que soy tan sólo un analfabeta de los llamados funcionales; puedo fingir que soy una mujer, o un homosexual; puedo reír o llorar sin diferencia ante las cámaras más no puedo fingirme feliz; puedo simular que estoy vivo, pero, por favor, no me pidan, jamás me pidan que finja que muero. Pues una vez que esta cámara registra una muerte no se le permite al actor volver a escena. Sin risas, es bastante saber que el tiempo tiene verdaderos limites si los dioses se ponen a jugar con los finos hilos que representan el ir y venir de los días, para –además- saberse burlado; las paradojas de la persona se hacen tangibles, un incomprensible temor a la muerte se matiza y envuelve en negras nubes el paisaje de este lado del mar. Occidente se muere y no puedo evitar seguirle.
Occidente se muere.

Si bien hace poco me jactaba de ser amante de la muerte, en la antesala a Xibalba no puedo más que arrepentirme de los términos que presuntuosamente articulé en el duodeno. Las palabras me pueden dar fama mortuoria más no pueden salvarme. Gustoso cambiaria todas las cosas que los demás envidian por la oportunidad de escapar de este continente, de este rostro, de esta vida que más parece una representación que una vida; escribo pequeñas novelas rosas eclipsadas por los deseos de posesión de los nuevos señores. Las noches se suceden igual que no pasara nada y el sueño me remonta a los primeros años; recuerdo el miedo... el miedo entonces era simple, era puro. Era el miedo infantil –ancestral- a la oscuridad, miedo de cerrar los ojos y no volver a abrirlos, miedo de cerrar los ojos y que un mal sueño se prolongase hasta más allá de la inconciencia, el otro estado de conciencia, tercero de un trío de estados en los que el hombre, por ser hombre, se reconoce: estar consciente, estar inconsciente, y estar conciente de la propia muerte.
La propia muerte... en el mismo sentido de las manecillas del reloj las sombras van dando tumbos, crecen centímetro a centímetro en horizontal agonía para romper en las aristas y dar valor a las cosas que no lo tienen; el interés surge entonces, y el horizonte, junto con las sombras y las manecillas del reloj; y el sentido que les da sentido, parlotean incesantes incoherencias y recorren el críptico camino que va del descubrimiento, al reconocimiento, al conocimiento, sin dejar nunca al sentimiento de lado –campamento base- sin jamás ir de una en una.. Inevitable conglomerado cartográfico en la epidermis que es fiel muestra del trayecto de las sombras, ya cansadas, ya curtidas; la luz entonces –el sentido de las manecillas- pierde intensidad para dar paso a otra luz: el sentido contrario, irreverente, despreciable admirado y temido por los fanáticos de las correctas actitudes; las causas nobles insisten en mantener el curso en franco abatimiento de sombras que se pierden en la oscuridad. Entre penumbras, la propia muerte se torna tópico común, basta tan sólo que pase el tiempo o un simple instante para la mecanización de las generalidades correspondientes, tergiversada por la carencia de entornos comunes y la supuesta falta de correspondientes fronteras; de esa forma los extranjeros se vuelven famosos, por historias de un momento que en un momento se vuelven historias; y este viento, este frío viento que recorre las gastadas orillas y va dejando en cada palmo de su recorrido el tenso ritmo que es sístole y diástole de esta nueva vida. Esta centuria no deja de ser circular, este sentido no trae sombras distintas, esta muerte ha relegado los signos de la paloma en suelos diferentes; y la voz, ese canto indeleble que crece de repente –como la chispa que da paso a la llama- enardece los ánimos en direcciones contrarias, y del llanto a la algarabía, el canto cesa; de aquella llama sólo quedan blancuzcas estelas de humo que se elevan al cielo, y en las alturas se pierden, con ellas se va el ahínco de las próximas fiestas. Un aroma parecido al copal se respira en el ambiente. La propia muerte se vuelve masiva y el sentido del tiempo se anega, pero ya es tarde, muy tarde, para lamentos o dudas.
Ida sin retorno de la reflexión al sentimiento. Las viseras opinan y los malos aires inspiran la orquestal música de fondo que acompaña a las acciones; pero las sombras se han perdido, el interés es mínimo, las almas no encuentran eco; es el desencanto, el desencanto como término no tiene la sensualidad deseada, así que se imponen nombres como mella de la década pasada y/o espíritu generacional para impresionar y justificar esta falta de luz, esta incomoda ceguera.
Ceguera temporal, temporal de cegueras. Con las pupilas dilatadas se pretende imitar las voces de aquellos que no se encuentran; la falta de visión no limita las intenciones. A lo lejos ya se escucha el retumbar del tambor, los compases son presagios de los truenos, los rayos, y el terremoto por venir. Es la exégesis, la nueva moda; prueba de ello son los best-sellers y las líneas anteriores, las viejas intrigas encuentran escuela, nuevas vertientes, nuevos concilios; eso indica que el mundo esta en orden, el instante de parálisis fue tan sólo un dejar de respirar para después tomar una honda bocanada de aire, el aire metálico cosmopolita característico del siglo pasado; no ha habido cambios, todo marcha como debiera, ¡brindo por ello! Brindo por la pausa, por la intriga; brindo por la ciencia y el sentido de pertenencia; brindo por la incertidumbre y por el sino de lesa humanidad; brindo por todos nosotros, por este espíritu errante, beligerante sin pretensiones y de flojos ideales, por esta no-pertenencia que acompaña a las cada vez más mediocres y grises albas que iluminan los ánimos de esta comunión; brindo por esta rueda perdida “en aras de la libertad”; brindo por esta nueva torre, erigida en el único lugar donde el tamaño de las señales magnifica las significaciones y siempre halla respuesta: Es la tierra, destinada/malograda a dar asilo a la razón y a encontrar en cada pueblo el centro de la luna, su ombligo, el principio; principio inspirador de la lengua y de esta torre, y de su antecesora, y del sinfín de palabras que se han sucedido en el transcurso del tiempo o de la historia; inspirador también de este brindis, motor de la agónica melancolía que llena hasta los bordes el cáliz que ha sido presentado a esta mesa fastuosamente adornada.
Graciosamente ahora no hay voces, nadie decide dar el primer trago, así que levanto la copa, la miro como si tratara de ver a través de ella, la acerco a los labios y el dulzón aroma que impregna mis fosas nasales deja adivinar lo amargo del trago... tan sólo puedo ofrecer mil disculpas por no saber perdonar; por no poder entender de una vez y para siempre que en verdad cada uno termina perteneciendo a los lugares como un bocado a quien lo engulle.

Entre el miedo y la tristeza lanzo fugaces vistazos alrededor, la copa en mano; nadie brindara. Una mínima parte de confusión por el resto de abandono y se entenderá por que nadie permanece en las vías de la educación, tan trabajosamente implantada por los antepasados. En verdad los tiempos cambian, o tal vez sólo se deterioran; como sea, este conflicto no terminará hasta que no quede claro que Occidente no se encuentra al Norte



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