lunes, diciembre 19, 2005

Críptico/empático

No sabía, yo no sabía.
¿Cómo podía pretender, esperar siquiera por tener una mínima certeza de lo que es, o lo que se supone debería ser? No puedo detenerme, no puedo dejar de hacer las cosas simplemente por que de repente un haz de luz se cruza en mi camino y dice: “espera”. Una interrogante se materializa durante la breve duración de este momento... ¿sé?. No, aún no, apenas acabo de darme cuenta, no cabal, simplemente acabo de caer en cuenta y caer en cuenta de que he caído en cuenta, pero esta repentina comprensión no podría ser más inútil: no hallo nada firme a lo que asirme, nada en que apoyarme; no encuentro términos en los que sustentar mi reciente iluminación. Las palabras sobran o me hacen falta, tal ambivalencia no me deja dar paso adelante, uno que necesito para poder decir, para poder nombrar, para poder llamar a esto que de repente tengo entre los dedos y en la punta de la lengua y que sacude mi ser entero en busca de una salida. No sé como explicarlo, cada que eso pasa, cuando las palabras se agolpan en la garganta para dar forma a eso que se aparece en una especie de sueño y transfigura en idea, cuando una total claridad llega y ciega, cubre de blanco la visión y entorpece el camino más seguro, cuando un tipo de furor obliga a hablar, balbucear, gritar, o aullar por la mera necesidad de hacer algo como emitir un sonido no importa cuan absurdo parezca, pero que es trueque léxico, un vale por explicaciones no formuladas y/o listas para salir al mundo por mero derecho de existencia quizá, pero que esta ahí, nace, crece, da señas de vida para que con tales reacciones nos sintamos un poco menos impotentes ante la potencia del mundo y su transfiguración repentina; cada que eso pasa, cuando la emoción se subleva y la razón pelea por su lugar en el mundo, cada que los momentos adquieren matices diversos y signan lugares o escriben historia, cada que camino sin sentir que piso el suelo, cuando eso pasa, entonces todo esta perdido. El ridículo vendrá a hacer acto de presencia. Acaso es hora de dejar a un lado el verbo, basta de murmurar sinsentidos por saciar la extraña e improrrogable sensación de exteriorizar aquello que surge dentro; es hora de cambiar términos por acciones. Acaso es dable dejar que esta repentina conciencia, plena a penas y apenas un instante, se satisfaga a sí misma, dejarla pasar como un momento de euforia, que se pierda en los límites de la comprensión y la inmaterialidad de las ideas no expuestas, dejar que pase como un aire, como un segundo intrascendente y a la cuenta de ese tiempo que insiste en abarcar la totalidad de los espacios vacíos que suelen ser muchos, demasiados.
Esa suma de totalidad de espacios vacíos con la impotencia del lenguaje da como resultado mañanas en las que así, sin más, el peso del mundo se viene encima, ese peso que da paso a uno, al otro, a todo lo demás, a lo que la vista abarca, a lo que las palmas tientan o les esta vedado, a lo que el olfato percibe y a lo que se ignora, a la posibilidad de poder ser sin mayor problema que ser nombrado en un lugar cualquiera y para un momento cualquiera; aquel que da forma y sentido a los nombres, aquel que se anega en los hombros e imposibilita el canje acto / verbo. Para deshacerse de tal peso, es necesario desaprenderlo todo, comenzar de cero, prescindir de este yo tan vapuleado y de esta lengua insuficiente; desconozco otras formas de expresión. Quiero decir: “Me duele esta aciaga espera” pero las palabras se niegan a salir en forma de queja que son el lugar de unas alas que me fueron negadas; no lamento las limitantes imposiciones físicas pues estas me mantienen atado a los lares humanos y eso es justamente lo que necesito: quedarme para poder hallar el modo, la respuesta, las palabras que den paso a la aclaración, que den verdadera forma a esta repentina iluminación que se aparece tan oscura, tan borrosa y tan escurridiza, tan fugaz y tan aleatoria en contraposición a su claridad. Luz negra que no ilumina del todo, que no dibuja con nitidez las formas que la periferia de su haz alcanza. Creo que esto que he llamado iluminación no es más que simple alucinación –a veces, creo que alucino todo el tiempo; a veces, creo que no hago más que alucinar- Perdido en un limbo la mar de personal, ando dando tumbos entre tumbas y rosas, entre el sueño y su falta, entre la vivacidad del espíritu y la perdida de ánimo, entre deberes y bebidas amargos por igual, entre la ignorancia y la atención al llamado, llamado que en algún momento también se aparece, tan de repente y tan oscuro, que apenas unos cuantos alcanzan a percibirlo, y de esos cuantos son bien pocos los que pueden explicarlo. Yo, en un breve momento de lucidez, escucho acordes de piano, uno solo, repetido n veces, monótono como el autor y este momento que al no hallar pronta calma al fulgor de la repentina luz que llena el ambiente -que enerva el ánimo, tensa los músculos y hierve en el pecho buscando salida, una mínima salida, tal vez ya perdida, pero que es la razón inocua para dejarse llevar- se disipa, se queda en el límite de la comprensión y la inmaterialidad del vapor de agua en el aire; y la vida, esa continua practica que se ve mínima, pero incómodamente interrumpida, retoma el habitual curso de las horas y los días para olvidar ese lapso de tiempo en el que un éxtasis, ahora con las cuerdas ahogadas, tramaba vocablos rojos y negros, me colmaba de paciencia, de tolerancia, de todos y cada uno de esos valores considerados como salvoconductos de la convivencia. No hay de que preocuparse, esas cosas pasan, como las nubes surcando el cielo y los aviones arruinando tal paisaje; el reflejo de un edificio en otro y los conjuntos de bocinas sonando ante el tráfico; los murmullos en una biblioteca pública y el celular que de repente suena para convertirse en pequeño centro de atención; la luna brillando a plena luz de la tarde o el grito de una señora chaparrita que viene al frente de una manifestación: “o gritas o te quitas wey”. Todas esas cosas pasan bajo el sino de la condición de pasaenunmoemnto; esto, a veces, se torna la larga vida de un instante. Un momento basta para el acabose, un momento basta para dar marcha a un nuevo inicio, muestra fiel del efímero, de la naturaleza de esto que se ha llamado realidad. Por eso las palabras –otra especie de momento- a veces sobran, a veces faltan, pero no bastan. Una sola es carne de un instante, no importa la longitud de las frases compuestas o del tiempo –tan largo y relativamente tan corto- que transcurre entre pena y pena, una palabra y el momento se hace presente para transitar entre autos y semáforos, en lugares distintos y dispersos, en otros espacios, en otros tiempos, interminables como el efímero que se sucede –en contra de su significado- interminable, como la comprensión, como esta explicación, como el transcurso del tiempo mismo que hace patente el acto en forma de incertidumbre, malhadada ignorante de la vacuidad de los ritos y los protocolos que en ocasiones se me olvidan y que por ello se vuelven motivo de juicio: por que sucede, siempre y sin concesiones. Una tras otra, las omisiones a las buenas maneras van signando una forma de vida reprobada, olvidada por la sensatez y en nombre del continuo ir y venir de los días que van descontando horas y de horas que van acumulando paisajes y lugares comunes que refuercen la funcionalidad de esa estructura. No van a perdonarme el no compartir el ideal, el querer quedarme aquí, lejos de las ceremonias pero atento a los sucesos, renegando de lo que es bueno pero que sabe a vacío, a nausea, a comodidad, a olvido de amarguras presentes que son espina en la entraña y que en ocasiones se retuerce y provoca espasmos que son recuerdo, dolor que sacude los esquemas y provoca escalofríos de realidad a los que el soberano imbécil se atiene, se resguarda en la gastada piedra que da forma a un refugio de vicisitudes malsanas que lo elevan, lo llevan a sitios comunes para sentirse un poco seguro de lo que sucederá o de que su comportamiento será el adecuado, sitios que presiente que no deberían estar ahí, y que sin embargo permanecen a pesar de las ruinas. Sobre ellas se construyen nuevas mansiones, humildes chozas; se dividen taxonomicamente los dividendos y las perdidas, las formas de hablar y de vestir, de ser y de estar; se aprenden estas tablas y la persistencia de la memoria ayuda a la característica a prevalecer, a mantenerse, a volverse imperecedero, a continuar, y continuar, y continuar. De esta forma, con un ritmo establecido, con un dogma, con un ideal, se pone en marcha la máquina y no se detiene a pesar de las quejas que suenan a chiste viejo.
Un chiste: la cicatriz que deja un error, el estigma de un acierto incierto, una vivencia tergiversada por la rapidez de las habladurías y las inconciliables distancias, un intento fallido por poner las cartas sobre la mesa. Los chistes se propagan cual plaga y forman parte de la historia y el asentamiento sobre las ruinas, surgen más fácil que las explicaciones, por ser una forma –se dice- de hacer llevaderos los sucesos, las tragedias; que es una manera de subsanar el dolor de esta memoria que se esmera en retener aquello que no mata pero que hace daño, aquello que ayuda a la autocomplacencia y el sentimentalismo barato. Sucede, es la idiosincrasia, la educación, eso que sin aparente razón de ser trasciende, que es tomado en cuenta, que se considera útil, y que en su armoniosa conjunción hacen del mundo, a veces, un buen lugar para vivir.

Sinceramente, eso no me importa.

Pero no puedo escaparme. El canon se erige enorme como tótem, y lejos de su bendición no se sabe a donde ir. Sucede, si sucede. El núcleo parece necesario, el canon permanece anclado a la memoria como una posesión bien preciada por el hombre; le pertenece tanto como el hombre pertenece al hombre; lo sé, apenas lo sé, apenas lo comprendo. Antes no lo sabia, o mejor dicho, no quería aceptarlo. No comprendía que nacido en un sistema me encontraba, ineludiblemente, atado a tal, sin posibilidad de rebelarme a no ser que aceptara tomar otro rol, uno inscrito en ese mismo sistema, su variante, su contra, sus revoluciones: otras vueltas de rueda. Me enaltecía de la soledad a la que yo mismo me había confinado, aunque esta tampoco fuera suficiente para estar lejos de esas formas que reprobaba vehementemente. Farsa, farsa de siempre, farsa que en espiral se eleva para mostrar que hay cosas que existen sin razón de ser, como el presente, ese tiempo que a veces se envuelve de nostalgias y deja de ser el aquí y el ahora para ser otro lugar, otras personas y un ahora distinto; que se instala detrás de la ventana, en la almohada, o en el mismo asiento que nosotros y nos hace sentir fuera de lugar y sin sustento, que nos lleva de la mano a dar largos paseos por los alrededores e insiste en señalar al ausente; uno más de los absurdos, uno que pesa, que esboza sonrisas, a veces lagrimas de añoranza; que nos aleja de la particular tangente de la actualidad, que pierde vigencia, fuerza, y razón de ser, pero que a la par adquiere ritmo de lectura lenta varada en una coma, en un estar entre paréntesis; este vago presente se magnifica, continua con su insistencia y señalando consigue su cometido: me obliga a volver la vista a otro lado, me obliga a buscarte, a encontrarte aunque sea así, en este otro tiempo donde el tiempo no transcurre como se supone debería hacerlo, aunque también se acaba. Y te encuentro, te encuentro en este instante que vive, respira, late en la soledad del ensueño y que muere en el sino de la vanguardia que no gusta de ser ignorada. Momentos van y vienen en arbitrario orden, estas presente en la ausencia, en todos los horarios, en el abandono de uno mismo, en el efímero momento que nunca dura un poco más de lo debido, estas presente como una nueva luz. Dame un momento nuevo, uno que me deje con ganas de más tiempo y de más espacio, que me lleve a parajes que no conozco, a otros pasados que se sustenten más firmemente que el presente; dame un beso en el pulgar de la mano diestra para tener la medida exacta de tu boca y llevarla conmigo siempre, pues te marcharás, con el instante, con la circunstancia, o con el tiempo que prosigue su curso habitual al haber hallado el cierre de este paréntesis. Triste certeza que no divaga, puntualiza, se instala detrás de la ventana, en la almohada, en el asiento que tomo como cuartel para guarecerme del habitual bombardeo apaciguador y desorbitante; que encuentro al final del pasillo, en el marco de cada puerta, en las páginas que comienzan a multiplicarse a pesar de la incapacidad de describir cada instante, cada segundo monstruosamente vivo. Triste certeza del presente que como tal abandonara su manto de nostalgias y volverá para abordar los mismos transportes, ver las mismas casas, repetir los mismos diálogos, sumirse en otros tiempos. Espero que pase todo esto, esta pasando, pasa; espero que pase sin detenerse demasiado a susurrarme al oído palabras de fácil consuelo.
Espero verte de nuevo, pronto, o más tarde. Las horas se suceden en continuo ir y venir de días y semanas que se tornan meses y meses que suman años; el tiempo reclama total atención y un oficio; reniego el signo del adulto, me niego a la aceptación, a la resignación. Acepto que no soy tan fuerte, acepto que tengo miedo a las costumbres, a las sintonías; mía es una completa y total anacronía, no me hallo de este lado del mundo, no sé bien que pasa cuando transcurre el tiempo. Se habla de días, de meses, de años y miles de minutos, pero sólo es una medida, una forma de sentir que se tiene bajo control eso que se nos escapa de la comprensión y de las manos; tenemos una extraña certeza de que algo pasa, no sólo el sol y la luna en constante debacle por la hegemonía de las alturas, no sólo las fechas y los acuerdos, no sólo las discordias, no sólo los fugaces encuentros. Algo pasa y no puedo saber que es eso, al menos no con certeza. Apenas un pequeño atisbo que también exige forma o explicación, no puedo dársela. No puedo ni explicar de que se trata esa iluminación que dejó caer su velo para mostrarme mi lugar: la no-pertenencia.
Nunca camine estos suelos.
El aroma, aunque lejano, es reconocible más no aceptado.
El tiempo transcurre incognoscible y los vientos gimen en el momento justo en que mis oídos no soportan más ruido que el que hace una oruga al andar. Sueño sueños de gloria etílica, de homicidios colectivos, de masacres premeditadas y redimidas por la historia; cierro los ojos y el peso del sueño se hunde en mi pecho, me asfixia. Prefiero el plomo del insomnio que la tortura del sueño, prefiero ser juzgado, prejuzgado, sojuzgado; prefiero estar lejos que tolerar el curso de tantos días y tan vacíos; prefiero ser condenado a la indiferencia del mundo que vivir una y otra vez los errores que me han traído de la cima al abismo, de lo oscuro a lo negro, de lo negro a la nada. Prefiero eso, prefiero mil veces perderme ahora que darme por vencido de una vez y aceptar las costumbres y las sintonías, prefiero escuchar risas que aburrirme eternamente con opiniones, comentarios que antes que otra cosa “espero no te ofendan”; prefiero saber de esta forma, no sabiendo, que sumirme en la pretensión de una ignorancia velada por miles de datos. No voy a dar explicaciones, no las tengo; sigo buscando y gastando fuerzas en ello que me obliga a continuar en esta labor. No tengo la más mínima intención de quedarme a contemplar los restos de mi propia caída, no podría, aunque estoy tentado a ello. Es que de alguna manera, el encontrarme en medio de la situación perdida que yo alenté a sumirse cada vez más y más en esa podredumbre, me ayuda a dar un sinuoso paso, a continuar de nuevo, a hurgar en el alma para sacar empuje y/o fuerza para terminar. No preguntes qué...
no tengo respuestas...

no voy a dar explicaciones...

no sé nada...

no tengo idea...

soy un necio...

un vago...
un vago...



...Y sin embargo, sé que me esta prohibido el desesperar o el abandonar la ruta: “hay que pertenecer siempre”, no saber por qué –quizá esa sea la razón de mi falta de respuestas o esmero- la circunstancia, a veces, no orilla, empuja a continuar a pesar del deseo de detenerse/ desasirse/ desahogarse/ desprenderse/ deshacerse/ despertarse/ desgranarse/ deshausiarse... convencerse a uno mismo que todo esta bien.

No hay comentarios.: