jueves, diciembre 29, 2005

Occidente -arritmia y otras fallas 2-

A la espera de nuevas cosas se encuentran cosas que esperan el momento en que se les considere nuevas; la paradoja no es tangente, sin embargo, es y fue impuesta hace ya tanto tiempo que cualquier otro estado parece fuera de lugar. Los manifiestos se transfiguran y aparecen como nuevos dogmas sin la calidad divina de estos. Nueva exégesis, introito decano, simple desencanto ante las formas que de tan vistas han perdido forma y han dado figura característica a este lado del mundo. Este lado es el resultado de las evasiones o las ilusiones, y la arrogancia, presuntuoso ideal por formar algo nuevo cuando antaño se advierte: “no hay nada nuevo bajo el sol”. ¡Que hilaridad! No es nueva la certeza de que existen quienes se consideran cultos o enterados milenarios; son aquellos que con unos cuantos proverbios en mente lanzan concepciones definitorias y colectivas del mundo sin dejar nada en claro, y, adaptando las palabras a la genialidad de su filosofía y sus supuestos, van inventando rutas a las llanuras o al centro de la luna para obligarse a vivir una vida mejor.
Más les hubiese valido encontrar dichas rutas, hallar el camino hacia el centro y una mejor vida; más les hubiese valido, a fuerza de necedades, convencer al resto del mundo que en verdad el mundo no basta, que siempre se hallan rutas catárticas para deshacerse del hastío y salvarse de la condena por accidia, pero la historia, entendida como tal, no deja de proyectarse ilimitada e indefinidamente. Los conceptos fallan y se señalan culpables que la misma historia no ha sabido redimir, y los sabios -unos cuantos- desdeñan las rutas y las orillas, desdeñan los sueños, las esperanzas; y lanzan proverbios que se vuelven la bandera ondeante a la derecha de la cruz: “no hay nada nuevo bajo el sol”.
Entonces, ¿no hay culpables? No lo sé, a veces parece que simplemente se señalan direcciones para hacer menos pesada la carga, pues en verdad el mundo, a veces, no basta. Este mundo, a veces, se aparece claustrofóbicamente muy pequeño.
Ante estos limites se trazan las fronteras y se dividen los botines, junto con ellos las expectativas; tal ves los ancianos simplemente están amargados, tal ves la visión que les dejó la negra luz de cierto mediodía mancho su lengua y marco nuestro estigma, impuso la imagen y con ella, el insulso respeto, pero, pragmáticos a fin de cuentas, rendidos a los insultos, a las reglas, a las obligaciones, tomamos como verdades a medias o mentiras completas todas aquellas expresiones -ya sea que formen parte del folclor o no- que se hayan repetido las veces suficientes para ser tomadas en cuenta y catalogarlas como conocimiento. Es la semejanza, la casualidad que hace surcos; la repetición intermitente e inminente indica –tal vez- que aquello que ha sucedido antes puede volver a pasar, entonces, los observadores enfrascados en la comprensión del mundo, fatalistas empedernidos y de basto vocabulario dictan pequeñas y simplistas frases que envuelven y conmueven a la comunidad por su perenne contundencia.

Así, con la frase acuñada y colocada sobre un pedestal se fraguan los métodos y las rutas a seguir para “comprender el presente y proyectar el futuro”; el pasado visita al nuevo pasado –que es nuevo a pesar de las apariencias- para dar prueba del peso de las sentencias, para, con ayuda de estas, crear sentencias nuevas que den fiel muestra del interminable circulo de memorias hacinadas que resulta esta historia. Sabios, fríos por causa del entendimiento o del miedo, sin sorpresas no tiene caso recorrer la finísima senda de plata que separa a los cuerpos tangibles de los que no lo son, o al menos eso se dice comúnmente. Comúnmente también se mezclan los roces entre el prójimo para no enfermar de misantropía, pero no es común aceptar que no haya nada nuevo bajo el sol. Cuan triste es el mundo si las cosas sólo suceden una vez y suceden para siempre, cuan vacío; cuan terrible es mirar la situación actual y caer en cuenta que es la misma que hace dos o tres milenios, o cuanto tiempo tenga este hermano sobre la tierra. No digan: “así siempre ha sido” que se me pudren los oídos de tanta blasfemia, no lo digan. No reafirmen la animalidad del hombre en frases vanas y de tan vacíos vocablos, no concatenen palabras con hechos; no me pidan que baje la cabeza y siga mi camino, pues lo más seguro es que a la vuelta de la esquina me encuentre con algún caníbal o abominable engendro exitoso ricamente ataviado en el ir y venir del furor citadino –enteramente occidental- con el trasero orgullosamente erguido y descolado, andando aprisa por que se le acaba el tiempo más no el ciclo, ciclo de bestias dispuestas a armarse antes de consolar a las famélicas madres que se mueren de hambre y fe.
Las yugas son terriblemente largas y la comprensión tan pequeña. Unos pocos se agremian y comparten ideales, forman pequeñas islitas elitistas, celosos de su lugar y su mote, que luchan por permanecer en la memoria colectiva más como aquellos que aguantan castigos con entereza que como los que hacen la diferencia; de nada sirve el drama, o la información, o todas las riquezas materiales o cognoscitivas si no bastan para desarmar esta máquina tan perfectamente anclada, tan amarrada al sistema, enterrada a profundidades que sobrepasan las de nuestras raíces. “Y es la historia” me vienen a decir, “es resultado del proceso histórico” ¡Patrañas! Entre la historia y las inexistentes novedades bajo el sol se van juntando “las piedritas en el costal” El peso lo llevamos todos, y de esa manera, el mundo –ya no digamos occidente- se sume en confusiones que sólo desatan la ira de la colectividad. Mundo sumido en depresión y dudas existenciales, vaya mundo tan subdesarrollado.

Triste ironía, sin más remedio que seguir el rumbo de la historia estamos apartados de la historia, y pensar que somos parte de occidente y sus maneras... Casi todas ellas. A pesar de la pobre modernidad a la que nos hallamos condenados, sobrevivimos mimetizados, adaptados al clima y sus inclemencias, haciendo gala de la educación y la facilidad de la palabra, de la sonrisa y del mutismo. El ingenio nos lleva al pináculo, nos adora, nos vuelve invencibles; pero cualquier giro basta para caer rodando de esa efímera cima; al final de la cuesta nos aguarda la comodidad de alturas inventadas por el ingenio de otros que temen a las verdaderas alturas, lamentablemente ahí nos refugiamos –y nos refugiaremos, quien sabe cuanto tiempo- Esa fútil trinchera nos manda aún mas lejos del flujo del tiempo pero no nos resguarda de sus efectos; esta tierra se hace vieja, tanto como las costumbres y la lengua, muy a pesar del continuo surgimiento de neologismos. Esta tierra se hace vieja y a pesar de ello los más viejos insisten en mantenerla apartada del lo que cómodamente se ha llamado modernidad, rechazada por algunos, adoptada por otros, pero que por encima de las concepciones se ha convertido en el salvo conducto del absurdo y la manutención de la paz. Ahora el ideal se conserva bellamente enfrascado. La paz, imperecedera, ya no es aquel inocente deseo de fraternidad tan acusado en el siglo pasado, ya no; de ella sólo se conservan las flagrantes faltas al gusto de unos pocos que antaño sentaron las bases para construir esta naturaleza tecnológica y malsana, esta modernidad. La paz ahora es el viático, el motivo, sustento de la razón caucásica, nada lejos del elitismo y el sentido de pertenencia. Una y otra vez son expulsados vapores que dejan en el aire el aroma a herrumbre de la pólvora y deja en claro que la razón se estrecha entre continentes y que la paz, tan en boga, sólo se encontrara una vez que se abandone cualquier noción de esta... la verdad no ayuda a nadie a comprender, pues existen tantas verdades como cabezas en este mundo.

De repente hay un descanso, es el fin del tiempo. Una noche sin más característica que ser la última de las noches pactada por el concilio del meridiano. Esa oscuridad transcurre llena de recuentos de daños y sensacionalismos... nada nuevo. La sensación de enfilarse inevitablemente a la nueva vuelta de rueda trae consigo la nostalgia por los días de juego, al alma acude entonces una triste palabra: nenemjliztli.
Apostado en la punta del cerro puedo ver todo el valle y sus alrededores; las sombras, nítidas a pesar de la oscuridad, dibujan un paisaje que de no ser por el adorno que confieren las miles de luces en tierra y cielo seria tan seco y burdo como el plúmbeo valle de todos los días, a veces ornamentado por una luz lechosa que dista mucho de ser natural. Esta noche es noche de fiesta; mi festejo es la retrospectiva. Ahí, de pie ante el frío correr del viento y del tiempo, me despojo de todas las memorias que puedan causar la apostatica repetición de sucesos que den lugar a algún proverbio; me despojo de lo que es ajeno y de lo que creí mío; veo cuan profundo puede entrar la imagen y cuan vacío puede estar uno; veo, inevitablemente, cuanta vida puede albergar el duro concreto y la tosca bombilla, si es que platicando con las paredes o los focos estos se pueden llenar, de alguna manera, de vida. Las fronteras persisten, las esquinas no tienen más historia que contar que aquella lucha o luchas que se libraron en sus alrededores. Las páginas, los números, los lugares están llenos de sangre y la incredulidad impera a pesar del hedor. Un jardín de rojos fulgores se vislumbra en el horizonte, un violáceo color lo ilumina y el silencio se rompe por cientos de truenos en rededor, es la guerra o el furor festivo... da igual; una nueva ráfaga de aire cala mis huesos y me obliga a contraerme, minimizarme, llevarme a la cada vez más pequeña expresión de la materia para, con ello, saber a donde me conducen las silabas de esta antigua y desusada palabra, entonces voy más atrás del castellano, un paso antes de la joven muerte de un imperio pretenciosamente universal, sólo para ver que efectivamente hay un abismo en el espíritu y una incesante caída. “Es la historia, hijo” Si, y es también el hombre, el hombre y sus costumbres, sus ideales, y sus errores que llenan este momento de por sí lleno de muerte. El horizonte antes descrito es marco del fin y también testigo del nuevo día, del nacimiento, y del conglomerado de muertes que edifican y sostienen esta modernidad, que han escrito esta historia. La noche de año nuevo marca la ineludible ruta de destrucción que ha de seguirse sólo por que la naturaleza se aparece tan artificial y manipulable ante el humano. El mundo se ha convertido en campo de un sádico juego, y la rueda que no deja de girar. El círculo vicioso encuentra el punto en el que la historia termina y empieza; vivir es a morir como la paz es a la guerra. Maldita relación, la proporción deja en sus diagonales una vacua sensación de cansancio. Mi mente, rendida, acude al abrigo de autores muertos y lanza gritos de auxilio, sólo uno responde al llamado: Apollinaire, sus palabras llegan heladas y dan comienzo a una muerte que se parece al sueño:

“Al fin estas cansado de este viejo mundo”

Si, estoy cansado, sin embargo, quiero quedarme un poco más. Quiero ver con mis propios ojos la renuncia a las cosas del hombre; quiero quedarme a superar el miedo a los nuevos monstruos, tan naturales como el amor o la moral; quiero poder apostarme de nuevo en esta cima y no experimentar cada amanecer como un sinsentido sinfín del curso histórico; quiero poder decir, cuando llegue el momento, que he vivido y no que sólo fui partícipe del flujo del tiempo y de las circunstancias. A mi alma llega de nuevo esta palabra y por fin comprendo su sentido:
Nenemjliztli es vivir en vano.

Y aquí estoy, a pesar de mis esfuerzos, desnudo, temblando de frío y de rabia en la cima del mundo, contemplando los despojos del tiempo... y del hombre.

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