viernes, diciembre 30, 2005

Occidente -arritmia y otras fallas 3-

A pesar de todo, detrás de los pétalos cardinales esta el mundo.
Occidente, con toda su grandeza, no es más que un fragmento, una parte del todo que clama por todo. Unidad de frágil cohesión que cede al más mínimo roce o tensión. El fragmento se fragmenta pero el mundo conserva sus gigantes; estos fanfarronean, conspiran, se pisan la cola y se ofrecen disculpas; a veces mutuamente. Otras veces se juntan y se dividen los ideales; las creencias se llevan al paroxismo y los pechos se inflan a la par de las banderas, los puños en alto fuertemente apretados, y los pies firmemente plantados sobre los menos afortunados; cada quien de su lado o de lado y todos entonando similares himnos a la fraternidad. Los sentimientos afloran entonces y las patrias cobran importancia en relación directa con el número de sus muertos. No hay gloria para los vivos. Para ellos, en cambio, se componen las canciones y los festejos; un pequeño lapso de tiempo entre encuentro y encuentro. Se inventan las fiestas, ¿por qué no? cualquier motivo es bueno para dejarse llevar por el corazón. Cualquier causa es idónea para llevar los impulsos y los sentimentalismos, los pensamientos y las condescendencias, al más completo paroxismo. En verdad me gustaría saber: ¿dónde termina y donde comienza el circulo? La respuesta no se encuentra en los registros de ninguno, pues a pesar de las coincidencias –aquellas a las que se ha llamado conocimiento- no estoy seguro de que todas concuerden con todos.
Y otra vez las sentencias, otra vez los proverbios; otra vez los fatalismos, pero no te preocupes, hace apenas un momento acabo de caer en cuenta de que en verdad cada cabeza es un mundo. No sé si me entiendas... no tienes por que hacerlo; pero sucede que a mí el mundo se me aparece de diferente manera. Trato de hablar de occidente todo sin parar un momento en su más pequeña parte que es cada uno. Tratando de hacer comprender los catárticos versos solamente fui minando mis fuerzas. Ahora, arrastrado hasta este estado de casi desesperación, doy bruscos giros de cervicales para encontrar la luz que guíe mis pasos, la dirección a la cual enviar gritos o pequeñas muecas, agito mis manos y doy saltos tratando de dirigir la atención aunque fuese sólo un momento, cuando lo consigo no encuentro nada que decir, nada que hacer; y es que entre tantos y tantos ya no encuentro diferencia a pesar de su innegable presencia. ¿¡Es acaso que no pertenezco a este lugar!? No, no es eso, es el agobio de la irrepetible consecuencia. Es el caer en cuenta –de la misma forma que las piedras caen al río- que la diversidad acusa de presencia, ya sea que se tome en cuenta o no. Quiero decir con todo esto que en verdad todos somos diferentes, que la vida se sucede para todos de manera diferente aun que haya veces en que las coincidencias y las circunstancias nos lleven a conocernos unos a otros. Todos nacemos y todos morimos, los causes seguirán su marcha y los hombres continuaran su milenario curso sin poder evitarlo. La historia sigue y con ella todos los motes inventados en su transcurso, Oriente y su contrario; Occidente, Occidente, Occidente siempre presente. No sé si existe el destino, en verdad que no tengo la energía ni el deseo de tratar de averiguarlo. Sólo sé que aquellas idas y venidas, aquellas sorpresas que nos deparan las vueltas en la esquina pueden resultar agradables o no sin que podamos hacer nada por evitarlo, o casi. Por que entre todas aquellas cosas que podamos evitar no se encuentra la incomprensión de nuestros congéneres; tal es una utopía. Si alguna vez llegaste a pensar: “Es que no me entiende”, permíteme decir que esta de más el que te agobies por ello, lo que es más, te ahorrare el misterio: tienes razón. No te entienden, no me entienden, no nos entendemos, y no importa; por que siempre ha sido así, sólo que nadie lo admite de manera abierta. Diré entonces que nunca supe como sobrellevar la carga, no pude relacionarme con las personas, por que las personas no entendían el por que de los por que. Por ese entonces yo no caía en cuenta, no todavía... por lo que seguía tratando.
A pesar de la inútil lucha, a pesar de la rendición, a pesar de las penurias y del barro que tiene un gusto amargo en la boca, no pude relacionarme con la gente. Mía nunca fue la costumbre de hablar. Así es por que así siempre ha sido. No entiendo, no logro hacerme entender, no nos entendemos. Antiguamente, las palabras se escribían juntas, ello dificultaba la lectura, y ese estilo, ese problema, tenía un nombre: Koine, común; común del cual derivan comunidad y comunicación; del que proviene un sistema confuso y dable a mil interpretaciones y millones de interpretadores ¡Vaya con la ironía! El caso es que ahora las palabras se encuentran separadas entre sí, y ese espacio es suficiente para que un abismo se abra entre nosotros. Insoldable intersticio entre términos que forjan una cadena de comunicación incomunicable, ¡Que risa de sistema! Entre muros y palabras se encuentra la gente, no sé como describir el estar acorralado entre las palabras y las cosas. Ciertamente quedan los resquicios, aquellos por donde las narices apenas asoman y olfatean, tímidamente, tratando de adivinar que hay enfrente. Y estamos nosotros, imagina la escena: mirándonos y olfateándonos para poder nombrarnos después. Índice o breviario, pareciera que este es un mal necesario, que de hecho lo es. Lo es por que sin nombre nadie da constancia de los actos o de las omisiones, no queda registro y todo cuenta, todo cuenta; cuenta la intención y el olvido, la determinación o el descuido. En mi boleta llena de manchas y correcciones se puede leer un casi obituario. No existe la costumbre de mi timbre y así sigo, entre seña y tacto, voz y silencio; llenando los papeles con comas y puntos suspensivos...

Pero no importa, no importa cuanto pueda decir o gritar, cuantas páginas se llenen con las miles de quejas o reflexiones, con las múltiples descripciones o crónicas; difícilmente se encontrara eco en los millones de almas que conforman este mundo tan irracionalmente dividido, por lenguas o confines territoriales; por hegemonías o carencias; o por el lado por el que sale y/o se oculta el sol. El mundo no sólo es vasto sino también infinito, limitado por la necedad natural del hombre o tal vez por su instinto. Así, entre el mundo, sus direcciones, el hombre, la lengua y el instinto, ya no sé a donde dirigir mis pasos, ya no encuentro camino, y pensar que las brechas se abren interminables frente a mí. Son las sendas de las miles de interpretaciones marcadas por los millones de interpretadores; la mía parece una más. Ahora comprendo un poco la intolerancia, la contrariedad de las diversas opiniones, la disposición a la pelea por ideales que ni siquiera se conocen a ciencia cierta –por no esperar a que se diga que se comprenden cabalmente- Ahora sé que en verdad podría matar a cualquiera que llegara a tratar de contradecirme, que podría despedazar aquella visión que no abarque en alguna forma mi perspectiva de las sucesiones temporales que se suele llamar vida, pero no tengo derecho a ello, ninguno. No puedo afirmar los errores o los aciertos, no puedo clamar verdades o refutar afirmaciones, por que mi visión no es la misma que la tuya; o la de aquel hombre que se levanta temprano todos los días para luchar por la supervivencia; o la de aquella niña que se pinta la cara y sale a hacer malabares a mitad del viaducto; o la de aquel chico que nació al último y siempre hace lo que quiere por que es lo que siempre ha hecho, y que nunca le ha faltado nada por que nada hay que no pueda comprarse, y que cree que la vida es dulce por que no ha tenido que salir a lidiar con las miles de interpretaciones, o a hacer malabares en algún crucero esperando que las luces no cambien demasiado rápido, o a tratar de darse a entender por medio de términos demasiado usados y con un sistema supuestamente organizado... No puedo, no me alcanzan las palabras, no me basta el mundo. No me sobran energías para seguir tratando, pero ya no puedo detenerme. Que importa que el mundo sea tan chico y tan basto, que importan las declaraciones de los demás, no importa que como tu sólo exista una persona y sea la que miras todos los días al espejo. Alégrate, es cierto eso de que eres un ser único e irrepetible, que puedes reconocerte en tu reflejo y no salir corriendo cuando miras al espejo; que puedes – ahora al menos- salir a la calle a dejar de preocuparte por tratar de cambiar al mundo o de hacerte entender, poca gente lo hará realmente. Sin embargo, no es dable tratar de mantener una actitud de desenfado existencialista ante los otros –sean muchos, pocos, o el resto del mundo- esas no son más que mascaritas que la vicisitud se inventa y la idiosincrasia fomenta, meros productos de un hábitat; que estoy hablando de occidente a fin de cuentas, en su muy particular, y plural, y general forma.

Por lo que, a pesar de la capacidad integrativa de la comunidad –hablo de esta parte del mundo- no quedas regida por las pautas de comportamiento, y no te atienes a la actitud comunicativa de los grupos, y el sistema no funciona para ti, entonces no juzgues; no sermonees; no prediques con verdades sustentadas en un absolutismo fácilmente abolible por la relativa verdad de los demás; no culpes –carga tu propio saco- tampoco pretendas ser diferente, es obvio que no somos iguales. Créeme, no teorices o lamentes perdidas que tal vez eran inevitables, no reniegues de tu situación en el mundo ni te aferres tanto a algo cuando de hecho lo has perdido; y jamás, jamás pienses que tus palabras son dogma, pues la razón te acompaña en la misma medida en la que estas equivocada.

Créeme, así pasa siempre en Occidente... y en el resto del mundo.

Créeme.
Y no me creas.

1 comentario:

Dark Light dijo...

Me encanta lo que aqui escribes, algunas ideas me parecieron muy ciertas, seguiré con gusto leyéndote.