viernes, diciembre 09, 2005

De espíritu (fragmentos de momentos pasados número 3)

He recibido una carta escrita con caligrafía infantil, llena de errores tachados con la premura de aquel que no quiere dejar ver aquello que brota puro –como el suspiro- y esconde su faz bajo la condescendencia.
En ella pueden leerse líneas como: “no pude llegar a la cima, por eso he decidido compartir mi culpa contigo”; y yo, me resigno al castigo por haber decidido que la magnitud de la culpa lo merece, muy a pesar de que se desconozcan las pruebas.
Sin jueces en el estrado, brinco y bailo como un mono, como pretendiendo que la timidez no existe; altos hombres, de largas capaz negras aplauden al ritmo de la danza loca que destilo por los poros, todos los agujeros de mi cuerpo gritan, callan, y gritan de nuevo, impacientes por saber la condena. “Es lo que tu quieras” susurran mis huesos cansados, y entonces las cadenas caen. Me vuelvo ligero, bailo ahora por las paredes y el techo, no hay limites para el condenado, aquel que se atreva siquiera a nombrar alguna regla será prontamente despedido. En este juzgado sólo hay espacio para espectadores; ¡Miren! Me he ensuciado la planta de los pies con el polvo del cielo raso. Al sacudirme, polvo de ángel brilla y cubre el espacio. ¡Inhalen todos! Siéntanse como en casa: sin complejos. ¡Bailen conmigo! Que el eterno tome su tiempo, nuestro será el mundo y sus porvenires, aunque sea sólo un momento. El más hermoso de mis espectadores sube, y nos fundimos en un abrazo –creo que nunca antes había abrazado a un hombre- resulta extraño, no puedo zafarme a pesar de mis esfuerzos. Estoy de vuelta en el suelo, ya no hay polvo en el aire pero sus efectos se sienten en el ambiente. La sensación de gravidez se torna incomoda, el pecho se siente hueco y las copas pesan, estoy vestido de nuevo –sin remedio- soy llevado afuera del recinto. Infinidad de columnas adornan los pasillos de aquel palacio de justicia y yo, miro el recorrido en el reflejo que de mí encuentro en el suelo y en los lustrosos pies de mis chaperones; altos son los grises en aquella naturaleza invertida, inconexa. No podría asegurar que aquello en el suelo sea sólo un reflejo, puesto que las formas se aparecen como manifestaciones de sueño en forma conciente, hay que aprovecharlas todas. Describo entonces la planta de los pies de mis guardias, cuyos surcos son caminos antiguos marcados por mucho más antiguos viajeros; andando sobre aquel suelo ajedrezado, la noche y el día se suceden a la velocidad de un paso y otro, la premura obliga a los habitantes de aquellos caminos a vivir mucho más aprisa que los hombres comunes. En apenas una docena de pasos he visto nacimientos, bodas, y funerales por centenares. Vidas que se acaban en un limitadísimo espacio, ninguno se da cuenta que el mundo es más grande que la colonia en que se nace, mucho más vasto que los imaginaros, bestiarios, prontuarios y demás arios interiores. Tristemente el mundo se acaba, y los pasos se vuelven más pronunciados, Andamos más aprisa con cada vuelta de esquina abusando de la juventud de mi cuerpo, puedo seguir el paso siempre y cuando no se me pida que sonría a la par que camino.
La trayectoria termina. Tomado por los brazos, la actitud punitiva de la pequeña pléyade que me condujo hasta la salida se suaviza, las vidas que antes vivían en un constante ir y venir de apenas unas cuantas horas disminuidas en pasos han quedado en temporal suspensión; creo que ese choque entre la velocidad y la imposibilidad física de un súbito detenerse ha vuelto loco a todo el mundo allá abajo; quisiera estar con ellos, pero antes debo cumplir mi castigo. Así que me paro derechito, bien erguido, presto a seguir el buen ejemplo del buen cristiano; más mi sorpresa es doble al encontrar que los golpes han sido cambiados por repentinas caricias; me arropan, espero un beso en la frente, en cambio, recibo una lagrima que quema mi rostro, lo deforma. Soy lanzado fuera, no sin antes recibir simplistas recomendaciones acerca del mundo. Busco agua para aliviar el escozor, los insultos me llevan por mal camino; para algunos ha de parecer divertidísimo el ver que en mi primer día como ser humano tome el camino equivocado, ya verán aquellos canallas, inventare los artilugios para trascender a las taxonomías.

¡Si tan sólo pudiera aliviar el ardor del rostro! ¿Es este el castigo esperado?: “Es lo que tu quieras” responden mis huesos cansados, comienzo a hartarme de ese necio parlotear.

Entre quimeras y maldiciones, aprendí el uso incorrecto del lenguaje. Nadie pensaría que yo soy aquel que alguna vez fue noble y fiel patriota de poderosos pulmones. Mis cantos ahora los guardo para las ocasiones en que pequeños coros formados de borrachos y otras gentes despreciables se junten para disfrutar del malestar bendito de los licores sin tasar. Los Dioses y los Demonios de los que días antes me había atrevido a hablar ahora vienen seguido a realizar orgías de lagrimas y letras; “ahora comprendo”, digo en cuando los veo llegar, “son en verdad los hombres los que deben respetar los motes para no caer del pequeño pedestal que es la condición humana” ellos asienten y, sonriendo, me dejan ver los músculos endurecidos que el peso de los motes humanos han dejado en su ser divino. No me equivoque del todo, eso me alegra un poco. Saber que lo largo del tiempo añejado en las barricas de la memoria tiene un incierto sabor de certeza que me llena de un confuso orgullo es rendirse a la mediocridad, alimentada mil veces por el humo que las deidades han venido a expirar. Ineludible dolor de cabeza, y del alma, y del gastado corazón. Los clichés se pintan de rojo y envuelven al anfitrión. La visión cromática de mí mismo me aterra, sin embargo, cambiarla resultaría contraproducente, los jueces pegarían de gritos por la falta de respeto a mis respectivos motes.
La experiencia orgiástica, aunada a lo gastado de mis pulmones, me deja rendido. No puedo dar más paso adelante sabiéndome dueño de una mascara tan horrible: mi rostro jamás sanó. Sin embargo, la costumbre impuso su orden y no me dio más alternativa que ser reconocido como el hombre de la eterna tristeza. Maldita sea la moda del molde, cambiar un poco de expresión significa la supresión de los viáticos, no quiero vivir con una eterna dosis de prozac para el alma.
Estoy decidido, me lanzare de cabeza al abismo que el jardinero dejó en la parte no cultivada del mundo. En mitad del descenso, recuerdo el vuelo, limitado, en la corte de justicia, la sensación de ingravidez se parece, lo mismo que la seguridad de que tendré que llegar al suelo alguna vez. Lo acepto, por tanto, seguro que me darán -esta vez- un poco más de tiempo en el aire.
Una vez en el fondo, recuerdo la carta que dio comienzo a todo esto, la letra sigue pareciéndome desconocida. Ahora ya no importa, ahora la gravedad comienza a hacer su trabajo, y el Universo -este mismo- continua, y me lleva consigo...

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