viernes, enero 06, 2006

Desde el final

La muerte llego de noche, traía consigo noticias para cambiarme el rumbo, dijo que me amaba, pero yo aún no estaba dispuesto a consentir su abrazo, así que le dije:

Amor de Uno en el frío de las dos de la mañana
Amor infertil y desde un principio condenado.

Y la ignoré lo más que pude.

La ignoré a los diez y siete años, a la puerta del templo y cada mañana, cuando salía a correr para deshacerme de la excesiva energía adolescente; la ignoraba en las tardes cuando se instalaba en el punto más alto de la biblioteca municipal, y conjuraba lecturas que me dejaban con el alma clavada en la silla, y la sangre hirviendo, consumiéndome, adelantándome años a mis cogeneracionales; la ignoré cuando, vestida de mujer, entro a mis sabanas, fría, anhelante hedonista orgullosa de su intrigante naturaleza. Entonces, un día, un soplo de verdad entró por la ventana, y las sabanas se llenaron de color, el primer recuerdo se hacia presente, mi infancia comenzó y terminaba en este momento, fuerza incognosible que estaba en mi y con ella llenar de luz la habitación, el edificio/hacinamiento que contiene este departamento donde vine a encontrar refugio, los caminos que son mi andar; aire que es esencia para la vida y vida en rededor. Mi fatal acompañante dijo:

-“Deberías quedarte conmigo”

A lo que respondí:

Amor de Uno en el frío de las dos de la mañana
Amor infertil, desde un principio condenado
Amor sin camino, sin lugar en el mundo.
Podrías quedarte conmigo,
Y morirte, muerte, a la espera del fruto mío.

Y el vacío lloró lagrimas de cuenca entera.
Y la soledad se hizo tan grande que ya no era posible verla completa si no desde lejos, muy lejos.
Y mi fatal compañera dejó el cuarto saliendo por la misma ventana que diera paso al sueño verdadero…

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